Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación (2º Corintios 5.19).

Hay tatuajes que para muchos son más difíciles de borrar que los que se hacen en la piel. Me refiero a recuerdos que te han quedado grabados en el inconsciente y que afectan muchas de tus decisiones y hasta tu manera de enfocar la vida. Estos recuerdos no son simplemente imágenes mentales del pasado. Tenemos guardados conceptos y actitudes que afectan nuestra manera de comportarnos, y cuando los recuerdos son negativos o dolorosos es posible que nos influyan de manera equivocada.

Mi amigo Víctor Cárdenas escribió un libro llamado Tatuajes de por vida. En ese libro, de una manera práctica y orientada a la juventud, Víctor ofrece instrucción sobre cómo ser libre de una vida llena de cicatrices y errores. Los tatuajes de los que Víctor habla no son los de la piel exterior sino los del alma. A veces esos recuerdos se relacionan con nuestros pecados y otras veces con pecados cometidos por otras personas contra nosotros. La cuestión es que estos recuerdos nos afectan desde adentro.

DE ADENTRO HACÍA AFUERA

Algunas personas cambian de provincia o de país, de trabajo o de pareja, y creen que de esa manera podrán cambiar ellos mismos. Obviamente, lo único que modifican es su medio ambiente. En su interior es posible que sigan siendo los mismos y pronto vuelvan a estar insatisfechos, cuando se pase la novedad de lo que están viviendo. Por eso tenemos que hablar no sólo de cambiar nuestro medio ambiente exterior sino nuestro hábitat interior.

LINDA Y FERNANDO

Se conocieron en una actividad de jóvenes de una iglesia. Ella era cristiana, él había asistido a la iglesia por insistencia de su familia pero no quería saber nada con estar ahí. Todo cambió cuando la vio. Ni bien se vieron se gustaron. Cuando participaron juntos en un juego, comenzaron a hablar. Después de esa noche Fernando empezó a llamarla. Ella lo invitaba a la iglesia y él’ la invitaba a salir. Ambos lograron lo que esperaban, porque ella aceptó salir con él y Fernando empezó a ir a la iglesia aunque sólo por interés en ella.

Fernando trabajaba en un restaurante y hacía unas semanas que había probado la droga por primera vez. Un compañero de trabajo se la daba cuando salían del restaurante. Esas noches trataba de no llamar a Linda para que ella no se diera cuenta de lo que pasaba. Pero una noche ella lo llamó. Ni bien hablaron, ella se dio cuenta que algo estaba mal y comenzó a preguntarle con insistencia. Él no decía nada. Al día siguiente se encontraron y él le contó todo. Le dijo que la amaba y pasó a contarle cómo había llegado hasta ese pozo. Linda quedó confundida y decidió hablar con su pastor de jóvenes. El pastor era yo, y le dije que evidentemente Fernando necesitaba ayuda. También le dije que ponerse de novio con él no iba a ser bueno para ninguno de los dos. Además, sus creencias como una cristiana eran importantes para ella y él todavía no había mostrado ningún interés real en lo que Linda creía. Por unos días ella siguió mi consejo.

Pero Fernando seguía llamando y pidiéndole ayuda. El instinto maternal de Linda le decía que ella sí podría ayudarlo a salir de la droga, y que si se gustaban y sentían que se querían eso era suficiente para ponerse de novios. Así lo hicieron. Por un tiempo pareció que la cosa estaba mejor. Ella traía a Fernando a la iglesia y él sabía comportarse cuando estaba allí. Lo que ella no sabía era que Fernando ya no estaba solamente consumiendo, sino que además estaba vendiendo droga para poder pagar la que conseguía su amigo.

La adicción estaba creciendo y cada vez era más habitual que Fernando volviera del trabajo drogado. Una noche ella lo encontró así. Estaba descontrolado y deprimido. Linda trató de aconsejarlo y consolarlo, pero pronto ella estaba llorando con él, sumergida en su depresión. El incidente volvió a ocurrir varias veces. Nadie más sabía lo que estaba pasando. Comenzaron a verse más y más seguido. Ella comenzó a faltar a la escuela y a mentirle a su familia, para encontrarse con él. Fernando también faltaba al trabajo y se encontraban en la casa de algún otro conocido.

Era viernes por la noche cuando Fernando llamó a Linda, desesperado. Estaba alucinando, confundido y eufórico. Ella fue lo más pronto que pudo. Él estaba solo cuando ella llegó. Lloraba, caído en el suelo. Ella trató de levantarlo y vio que él tenía un cuchillo. ‘¡Me voy a matar!’ gritó Fernando. Empezaron a forcejear por el cuchillo. Los dos lloraban. Linda estaba aturdida. Él empezó a cortarse. Todavía no saben cómo, pero en la desesperación ella también tomó el cuchillo y se hizo un tajo en las venas. En ese momento los encontraron. La mamá de Linda llamó a los tíos de Fernando y ellos fueron a buscarlo.

Cuando lo trajeron a mi oficina la situación era urgente. Fernando entró derrotado y yo sentí que debía ir directo al grano. ‘¿Quieres entregarle tu vida a Cristo como tu Señor? Eso quiere decir que le darás el volante de tu vida. ¿Estás dispuesto a hacerlo? ¿Estás dispuesto a terminar con el pasado y comenzar un nuevo presente?’ Fernando respondió con un contundente sí, y agregó: ‘Quiero terminar con mi pasado.’ Hicimos una oración de arrepentimiento y rendición, y luego abrí mi Biblia y leí: De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas (2 Corintios 5.17).

Las siguientes semanas fueron una hermosa aventura. Fernando cambió de manera drástica. Tanto, que parecía otra persona. Seguimos hablando y se hizo obvio que el problema de Fernando había comenzado mucho antes de que probara la droga. Fernando había tenido una infancia dolorosa con un padre ausente y una madre indiferente. Pero ahora estaba dispuesto a perdonarlos y a dejar que Jesús gobernara su vida. En esos días me dijo: ‘Yo había dejado que los malos recuerdos gobernaran mi vida y entonces me sentía miserable. Ahora que Jesús gobierna mi vida, me siento diferente. Cuando vuelven esos recuerdos ya no siento lo mismo. Mark Twain decía: El perdón es la fragancia que despide la violeta sobre el talón del que la aplastó.

Extracto del libro Rebeldes Con Causa

Por Lucas Leys

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