Hace poco me enteré que el dirigente máximo de las Asambleas de Dios en Irán había sido asesinado por causa de Cristo: por el solo hecho de vivir y predicar el evangelio en un país no cristiano,..

Esto sucedió en pleno si­glo XX, cuando se piensa que no hay persecución por causa de Cristo y aparentemente somos li­bres en este mundo para pensar, actuar y decir lo que creemos verdadero. Muchos años distan en­tre la época en que per­seguían a los que habían caminado con Jesús y la actual, pero el hostigamiento por causa de Cristo es tan antiguo como la era cristiana. Je­sucristo marcó un «antes» y un «después» en la his­toria de la humanidad. Después que Jesús mu­rió en la cruz y los prime­ros cristianos comenzaron a predicar sobre su vida, obra y enseñanzas, hubo un hombre (aún an­tes de que el Emperador romano Nerón mandase encender a los cristianos untados con brea, como antorchas vivientes), que fue el perseguidor núme­ro «uno» de los hijos de Dios.

Este hombre llamado Saulo de Tarso pertene­cía a los fariseos (grupo espiritual y político de ju­díos prominentes de esa época), y dice la Biblia en Hechos 9, que era tal su furia contra los cristianos, que «respira­ba amenazas» (de muer­te) y pidió un permiso especial en cada una de las sinagogas de Damasco para enca­denar y aún matar a cuanto «creyente en Jesús» (hombre o mu­jer) encontrase y lle­varlos a Jerusalén, que era el Centro Religioso.

Saulo de Tarso ha­bía presenciado la muerte de Esteban, el primer mártir de la fe (Hechos 7). La Biblia nos dice que Esteban murió ape­dreado y sus ropas fueron tiradas como «trofeo» a los pies de «un joven llamado Saulo». Pero cuando el inteli­gente defensor de la ley religiosa judía (la sabía al pie de la letra; la había estudiado y tenía pleno conocimiento de ella), se dirigía a Damasco para ejecutar sus planes des­tructores, algo desvió su malévola meta. Una luz del cielo lo cubrió y se cayó al suelo; y no sólo esto sino que escuchó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Como él no sabía quién era que le hablaba preguntó, y la respuesta fue: » Yo soy Jesús a quien tú persi­gues…».

Pero…¿si Jesu­cristo ya había muerto? La misión de Saulo era terminar con sus segui­dores; no podía perse­guir a un muerto, tampo­co a un recuerdo, ni a un mito o a una sombra. Lo que Saulo no sabía era que Jesús en verdad ha­bía resucitado y los dis­cípulos lo único que ha­cían era llevar el mensaje de ese Jesús que es­taba vivo. Y mientras Saulo persiguiera a los cristianos estaba persi­guiendo a Cristo mismo.

(CONTINÚA…)

Por María E. de Martínez

Tomado de Revista Nivel 17

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