Desafortunadamente, José, el esposo de María, ha sido de forma tradicional retratado como una figura histórica que pareció haber estado en paz (si no leemos la historia con cuidado) en circunstancias que hoy en día hubieran sacado de sus casillas a la mayoría de los hombres. Así que, por el bien del realismo, el siguiente monólogo Intenta traer la Encarnación al siglo XXI y mostrar a José con los sentimientos lógicos de un joven común y corriente. (Por Jack Hawkins).
Estas vacaciones terminaron siendo muy diferentes a lo que planeé. Todo parecía ser muy promisorio. Soy programador informático en una compañía que premia a sus empleados cerrando la empresa durante dos semanas en esta época de fiestas. Así que María, mi prometida, y yo decidimos ir a visitar a mis padres al norte del país. Habíamos planeado casarnos más o menos en un año, pero no quería hacer planes definitivos hasta no tener su aprobación. Mis padres no conocían a María, por lo cual me sentía un poco nervioso, pero a la vez también estaba seguro de que ella les gustaría. Después de todo, mi madre siempre decía: «¡Ay, Josecito! ¡Mientras sea judía… lo demás no importa!». Sabía que estarían orgullosos, especialmente después de probar sus exquisitas comidas.
No puedo explicar cuánto amaba a esa mujer. Había tenido citas con varias chicas, pero ninguna había sido como María. Ella era la mujer más hermosa que había visto, y al principio eso hizo que fuera cauteloso. Todas las demás mujeres excepcionalmente hermosas que había conocido sabían que lo eran. Y no se trataba de que la arrogancia y la altivez me alejaran, sino el egoísmo y la sensación de que el mundo giraba alrededor de ellas. No obstante, María era diferente. Ella era la mujer más amorosa y amable que conocía. Me di cuenta de que era especial cuando la acompañe a su sinagoga un sábado. Nos sentamos juntos durante la reunión y luego la seguí hasta su clase esperando ver un salón lleno de estudiantes. Sin embargo, no fue así. En cambio, me encontré con un gran grupo de jóvenes mental o físicamente discapacitados. Eso me hizo sentir incómodo. Algunos estaban confinados a sillas de ruedas, otros podían hablar solo con gruñidos y gemidos, y también deduje por el olor que había en el salón que otros eran incontinentes.
Sentí repulsión, sin embargo, este era el campo de misión de María. Había comenzado con solo unos pocos chicos en su clase, pero las noticias sobre su ministerio habían viajado rápidamente y la gente de otras sinagogas comenzó a traer a sus jóvenes discapacitados a sus clases. En el momento en que María entraba, todos se acercaban para abrazarla, tocarla, hablarle, besarla o simplemente estar cerca de ella. Durante toda esa hora de clase, mientras miraba su amor y su interés por esos jóvenes, decidí que haría todo lo que estuviera a mi alcance para asegurarme de que pasaría el resto de mi vida con esa mujer.
Todo estaba listo para nuestra salida. Los boletos de avión comprados, nuestras maletas cerradas, todos nuestros regalos para la familia envueltos. Realmente estaba muy entusiasmado con este viaje. Entonces mi mundo colapso. Siempre recordaré ese viernes como el peor día de mi vida.
Salí del trabajo al anochecer y fui directamente al departamento de María. Volé por los escalones que me llevaban al segundo piso donde vivía, escondiendo en mi espalda las flores que le había comprado a un chico en la esquina. Toqué el timbre, María abrió la puerta, saqué las flores preparándome para los estallidos de alegría y el abrazo que siempre recibía cuando hacía algo especial por ella.
Sin embargo, eso no sucedió. Algo parecía haberse perdido en sus ojos. Generalmente brillaban, pero ahora lucían vacíos y rojos. «¿Qué sucede?», pregunté, pero ella evadió mi pregunta con otra pregunta sobre mi último día de trabajo antes de las vacaciones. Nos sentamos a cenar, aunque nuestra conversación fue tensa e inusualmente trivial. Cuando terminamos, recogimos la mesa y María de inmediato encendió el televisor.
«¿Qué está pasando?», pregunté con tono demandante, y ella comenzó a llorar. «María, ¿es algo que dije, algo que hice? ¿Estás preocupada por el viaje? Necesito saberlo, así puedo cambiar, disculparme o lo que sea. ¡Pero no puedo seguir sin saber qué ocurre!». Coloqué mi brazo alrededor de ella, esperando tener un indicio del problema.
«José», dijo entre sollozos, «estoy embarazada». Respiré profundamente y cuando exhalé sentí que toda la energía se iba de mi cuerpo. Esto no puede estar pasando, pensé. Todo lo que yo esperaba y deseaba quedó destruido con esas dos palabras. Inconscientemente, quité mi brazo de su hombro. La mujer que solo unos minutos atrás amaba con toda mi alma ahora parecía tan distante como una extraña.
Yo no era el padre, eso lo sabía bien. Por supuesto, nosotros nos besábamos y abrazábamos como cualquier otra pareja comprometida, pero habíamos pactado guardar las relaciones sexuales para cuando estuviéramos casados. Los dos estábamos convencidos de que eso sería lo mejor a largo plazo. Por lo tanto, ¿cómo pudo hacer esto después de todo lo que lo habíamos hablado?
«Sé que estás muy herido ahora». Luego de una larga pausa, María rompió el silencio. «Por favor, José, por favor, cree lo que voy a decirte, aunque suene loco e imposible». Hizo otra pausa y me miró profundamente antes de volver a hablar. «Dios me dio este embarazo».
Casi me voy de allí. Al menos me podría haber dicho la verdad. ¿Quién fue? ¿Qué sucedió? ¿Por qué? ¿Por qué me traicionó?
«Un ángel vino a verme y me dijo que Dios me había elegido para llevar a su hijo en mi vientre y hacerlo nacer. José, no me mires así. Tú sabes, tú has leído lo que dice la Biblia… sobre el Mesías. Este niño, nuestro niño, es el Mesías. No, yo tampoco lo habría creído si no hubiera sido porque el ángel me lo dijo».
Nada tenía sentido. El embarazo de María (¿cómo pudo hacer algo así?), el Hijo de Dios dentro de ella, un ángel. Quería creer su historia, pero era demasiado descabellada. Fui hacia la puerta sin decir una palabra.
«José, yo te amo solo a ti, a nadie más. Siempre te amaré. No obstante, si quieres dejarme, lo entiendo. No quiero deshonrarte. Si tú no me crees, no puedo esperar que alguien de la iglesia o nuestras familias lo haga». Mascullé algo acerca de tener que pensar en todo esto y que necesitaba dormir, y luego me fui. Conduje el largo camino a casa reviviendo en mi mente todo lo que María me había dicho. Lloré y me sentí sin esperanzas, desesperado, vacío, enojado. No podía imaginarme viéndola otra vez, y tampoco podía imaginarme sin verla nunca más. Cuando llegué a casa me fui a la cama, pero no me dormí hasta muy tarde.
Por lo general tengo el sueño muy pesado, y con lo agotado que estaba esa noche tendría que haber dormido profundamente. Sin embargo, en algún momento temprano esa mañana, me despertó una luz penetrante en mi habitación. Me llevó unos segundos espabilarme lo suficiente como para discernir la forma de un hombre sentado a los pies de mi cama. El brillo de unos doscientos watts no era todo. Además, parecía medir unos dos metros y medio, pero ni siquiera dejaba su marca en el colchón.
¡Qué sueño!, fue lo primero que pensé. Luego recordé lo que había sucedido esa noche. El estrés debía estar haciéndome delirar. Aunque mi autodiagnóstico fue hecho sin pronunciar una palabra, una voz proveniente de este ser retumbó en mi cabeza, respondiéndome. «No estás soñando, José, ni tampoco estás loco. Sé que has tenido una noche dura, una noche terrible, y es por eso que estoy aquí. Lo que María te dijo es verdad. Ella está llevando un bebé en su interior del cual no eres el padre biológico. Y aunque esto sea difícil de entender para ti, ella todavía te es fiel. Aún es virgen».
No entendí nada. Pero… ¿quién discutiría con una linterna de dos metros y medio?
«Continúen con sus planes de casarse», dijo el alien humanoide. Con el tiempo, sus familiares y amigos entenderán que esta es la decisión correcta. Llámalo Josué y críalo como si fuera tu hijo biológico».
Antes de que pudiera discutir con él, ya se había ido, dejándome con un remolino de emociones. ¡María todavía era virgen! ¡María había sido elegida por Dios! ¡Yo era el padre del Mesías! Pero… ¿qué diría la gente? Nadie creería lo que nos habían dicho a María y a mí. Y si me casara con María sin hacer mucho alboroto acerca del milagro de su embarazo, todos supondrían (yo lo haría también) que tuvimos relaciones sexuales antes de la boda.
Dejemos que piensen lo que quieran. No será fácil, pero me casaré con María y seré el padre de «José». Solo espero que sepas lo que estás haciendo, Señor.
FIN
Extracto del libro Actividades Fantásticas
Por Autores Varios