La intimidad crece entre dos personas que confían entre sí con todo su corazón. Es antagónica a la falsedad y los atajos. No se da instantáneamente. La atracción sí puede ser instantánea. El enamoramiento también. Pero llegar a intimar con alguien lleva tiempo. Podemos decir que tenemos una relación íntima con alguien cuando al estar juntos cada uno elige ser genuino en lugar de fingir, escoge ser cálido y no frío, elige mostrarse comprensivo en lugar de juzgar al otro.

Pero la intimidad no es un sentimiento: es una condición. Requiere tiempo, atención y energía. Algunas personas la encaran como si se tratase de un trabajo. Por lo que, a veces hacen cosas para sentir que tienen intimidad con alguien, aunque no la tengan. Se rumorea por ahí que algunas chicas quieren tener relaciones sexuales porque eso les da una sensación de intimidad con la otra persona. También se dice que muchos chicos aparentan que hay entre ellos cierta intimidad para acceder así a las relaciones sexuales.

No se necesita ser un genio para darse cuenta de lo que sucede cuando las personas pretenden tener una intimidad que no es tal. Se produce una intimidad superficial, en la que hay menos sentimientos de por medio. Pero los suficientes como para intoxicar a alguien.

Tampoco hay que ser un genio para entender por qué las personas se conforman con una intimidad superficial. La verdadera intimidad implica riesgos. El exponerse a una situación de intimidad plantea la posibilidad de ser rechazado y de sentirse avergonzado por ello. Si revelo mis verdaderas intenciones, me enfrento con la posibilidad de que me digan algo doloroso en forma de burla o que me demuestren falta de interés. La burla y la vergüenza producen humillación, y realmente ¿quién desea eso?

Por esa razón es que la intimidad resulta tan difícil. Porque se trata de una inversión que conlleva un riesgo muy alto. Y todo el mundo conoce la regla número uno en las inversiones: «No arriesgues más de lo que estás dispuesto a perder». Así que, después de que nos han lastimado un par de veces, la mayoría de nosotros aprendemos a mentirles a los demás, a no arriesgarnos demasiado, a «jugar a lo seguro», invirtiendo un poco de nosotros mismos, pero no tanto como para tener que afrontar una pérdida importante. Es una buena estrategia. Excepto por el hecho de que los seres humanos necesitamos intimidad, ya sea que la queramos o no.

Desde el principio (Génesis 2:18), Dios declaró que no era bueno que el hombre estuviera solo. Dios dice, tan claro como el día, que no es bueno para el ser humano vivir aislado. La mayoría de nosotros sabemos instintivamente que Dios tiene razón. Por peligroso que esto sea, lo que las personas ansían, tal vez más que nada en el mundo, es tener una relación de intimidad auténtica.

Resulta que el sexo viene a reemplazar, a sustituir esta intimidad profunda. No hay duda de que las relaciones sexuales imitan bastante bien lo que es la intimidad. Respirar el mismo aire, compartir el mismo espacio, estar unidos sexualmente. Eso que la Biblia llama «ser una sola carne» (Génesis 2:24, Mateo 19:5-6, Marcos 10:7-8, 1 Corintios 6:16, Efesios 5:31), el significado literal de la expresión sexual es estar pegados. Resulta difícil estar más cerca que eso. Pero cuando la relación se «despega», también sucede con los sentimientos.

Fase Uno: Adivina Quién Soy.

El juego empieza cuando alguien (llamémosle Sofía) quiere averiguar con qué tipo de persona le gustaría salir al tipo de persona con el que a ella le gustaría salir. ¿Me sigues? Por lo general, Sofía tiene alguien en mente (Juan, Guillermo o Sergio, podría ser cualquiera) porque es listo, guapo, o parece necesitar que lo rescaten.

Fase Dos: Las Máscaras.

Sofía averigua lo que Guillermo quiere y se dice a sí misma: «Yo puedo ser así». Después finge en cuanto a lo que es el romance para ella. Tarde o temprano, directa o indirectamente, Sofía tendrá que mentir para mantener la farsa. Esa situación está destinada a la ruina desde el inicio, cualquiera podría verlo.

Fase Tres: Ir en Serio.

Notar cuando dos personas se deciden a encarar algo en serio, es muy fácil. Lo podemos observar cuando dos chicos de la secundaria actúan como un matrimonio, con la diferencia de que viven con sus padres. Ninguno de los dos puede hacer planes sin antes consultarle al otro. Cruzan los límites del matrimonio en cuanto a su comportamiento sexual. No pueden conversar acerca de dónde estarán dentro de cinco años sin que alguno de los dos se sienta herido. Compran algunas cosas juntos. A Sofía le parece que es más fácil «hacer el amor» (lo que la hace sentir cerca de Guillermo, al menos por un rato) que hablar en serio con él, cosa que le resulta extremadamente frustrante.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Lo Que Casi Nadie te Dirá Acerca del Sexo”

Por Jim Hancock y Kara Eckmann Powell

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