En el mundo real encontramos información y experiencias sexuales en un proceso que se despliega desde hace décadas. Dentro y fuera de él (o en medio de él) construimos nuestro propio sistema de valores e ideas con referencia al sexo. La mayor parte de esa información y gran parte de esta experiencia es indirecta. Leemos libros, revistas y páginas de Internet. Escuchamos la radio. Vemos televisión y películas. Pasamos tiempo con nuestros hermanos, amigos y compañeros. Observamos a nuestros padres y a otros adultos. Se nos despierta el deseo sexual, que ¡casi siempre nos toma por sorpresa!
A partir de esas impresiones armamos un cuadro de lo que es el sexo, o al menos, de lo que parece ser. Y a partir de esa imagen se generan nuestras actitudes, opiniones y acciones con respecto al sexo. Esa imagen se actualiza cada vez que nos encontramos frente a nueva información y a nuevas experiencias; y aun cuando seamos adultos, el cuadro no estará completo mientras sigamos aprendiendo.
Dediquemos un momento para comparar el proceso de aprendizaje sexual con la mayoría de las enseñanzas acerca del sexo. Lo que la mayor parte de los chicos recibe de los adultos, más que un proceso de enseñanza es una confrontación: «Estos son los hechos, ¡recuérdalos! Estos son los límites, ¡no los cruces! Esta es la verdad, ¡créela!». Por eso hemos escrito esto como un proceso más que una confrontación, porque creemos que esa es la manera en que mejor se aprende.
Al entrar en la pubertad estamos hablando siempre de las relaciones con el otro género. Estamos expuestos a la influencia del cine, los libros, las revistas, la música y la televisión, que permanentemente hablan de asuntos relacionados con sexo, citas amorosas, el amor y el matrimonio (normalmente en ese orden). Vivimos en un contexto en el que, en un nivel u otro, todo es sexo. Todo forma parte de ese proceso. Esto ocurre en todos lados, excepto en la iglesia y en algunos entornos de adultos muy sensibles. Ellos nos confrontan en lugar de ocuparse del tema. Por cierto eso es parte del proceso, ya sea una opción consiente o no. Por eso muchos chicos piensan que es peligroso hablar de sexo cuando hay adultos presentes.
¡Pongamos las cartas sobre la mesa! Lo que la Biblia dice con respecto al sexo va en contra de la mayor parte de las cosas que escuchamos acerca de él. Nuestra cultura, nuestros cuerpos (cada fibra de nuestro ser) gritan ¡sexo! de manera muy temprana y muy a menudo. Y, muy temprano y muy a menudo no es exactamente un acercamiento bíblico al sexo responsable, íntimo, disciplinado, placentero, comprometido y apasionado. Así que nos encontramos en un aprieto. Una de dos: o nuestra cultura y nuestros cuerpos están en lo correcto acerca de satisfacernos sexualmente (y a Dios se le olvidó mencionarlo por jugarnos una broma), o Dios es perfectamente claro y correcto acerca de las experiencias sexuales que son más satisfactorias, útiles e increíblemente placenteras, y simplemente nos cuesta un poco entender eso.
Una antigua liturgia hebrea habla del proceso de llevar a los chicos a obedecer a su Creador invisible. Dice: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades» (Deuteronomio 6:4-9).
(CONTINÚA…)
Extracto del libro “Lo Que Casi Nadie te Dirá Acerca del Sexo”
Por Jim Hancock y Kara Eckmann Powell