Mateo 25:31-46 nos cuenta una historia sobre dos grupos de personas: las ovejas y las cabras… Jesús está siendo muy claro en este pasaje: podemos servir a los que lo necesitan e ir al cielo, o podemos ignorar eso y sólo servirnos a nosotros mismos y no entrar al cielo. Esto me enfrentó con un dilema cuando tenía 12 años: ¿cómo podía asegurar que era oveja cuando no estaba haciendo nada para los que necesitaban comida, alojamiento, ropa o para los más necesitados del mundo?

Esta pregunta me persiguió durante muchos años. Yo veía a mi mamá y a mi papá viajando por diferentes lugares, predicando sobre Jesús y sirviendo a los más necesitados, y aunque ellos nos llevaban a mis hermanas y a mí a servir con ellos, siempre sentía que ellos eran las ovejas, pero que yo no tenía razón para pensar así sobre mí mismo. Yo estaba presente y jugaba con los otros niños, ayudaba a darles pan y fruta, pero no sacrificaba nada para estar ahí con ellos. No nacía de mí el ir a servir, solo acompañaba a mis padres. Creía que había algo más que yo tenía que hacer para finalmente sentir paz y saber que también era oveja como mi mamá y mi papá…

Empecé a pensar en todas las cosas que había hecho en mi vida que podrían ser consideradas como algo que una oveja haría. Yo iba con mi papá y mi mamá a sus ministerios, servía con ellos, jugaba con los niños más necesitados y hacía todo lo que me pedían. Pero después empecé a pensar en todas las veces que actuaba como una cabra.

Mi actitud de servicio cuando estaba en un ministerio con mis padres era completamente diferente de la actitud que tenía en el colegio, con mis amigos, o en mi casa. Cuando mis amigos necesitaban algo de mí, yo no los ayudaba; yo iba al ministerio con mis padres porque ellos querían que fuera, pero yo no tenía el deseo de servir a los más necesitados. Esa noche, después de pensar en mi vida, en las decisiones que había tomado, y en cómo era mi actitud hacia el servicio, llegué a la conclusión de que era cabra… Me había dado cuenta de que por más que fingiera ser oveja, si mi actitud no cambiaba, iba a seguir siendo cabra y me iba a ir al infierno. Como un niño de 12 años, esto me aterrorizó y reconocí que algo tenía que cambiar.

Entonces, llorando, sin poder dormir, salí de mi cama y fui a hablar con mi abuelo, Milton Brown. Él es el tipo de hombre que ama incondicionalmente a todas las personas, y todo lo que hace, lo hace con su mirada fijada en Jesús. Yo sabía que, si había alguien que me podía enseñar a ser una oveja, esa era él. Entonces me fui a buscarlo… y empecé a contarle todo lo que sentía… La respuesta que me dio solo podía venir de alguien que verdaderamente sabe lo que significa ser oveja. Empezó a contarme que muchas veces nosotros como personas podemos sentirnos inadecuados, y que a veces pensamos que tenemos que hacer más cosas para ser hijos de Dios. Me explicó que Dios nos ama y que no es por las buenas obras que hacemos que podemos llegar al cielo. Para ser oveja como mi familia, era suficiente amarlo con todo mi corazón. En Santiago 2:26 dice que “la fe sin acciones está muerta”. Eso me hacía pensar que las obras tenían la misma importancia que mi fe. Pero mi abuelo me enseñó que primero viene la fe, y cuando tenemos la fe, las obras vendrán. Después de amarle con todo mi corazón, Él me dará la energía para seguir sirviéndole a Él y a los más necesitados. Las obras no vienen de mi propio poder, sino del poder de Dios; con un corazón agradecido podré servir los necesitados como nos ha pedido Dios.

Esta respuesta comenzó a cambiar mi forma de vivir. Desde entonces, ya no tuve que preguntarme si estaba haciendo lo suficiente para llegar al cielo. A lo contrario, necesitaba enfocarme en Dios y seguirle con todo mi corazón. Tuve la oportunidad de hablar con mis padres la noche siguiente y escuchar su sabiduría también… Mis padres nos ayudaron amar a nuestros prójimos, dándonos oportunidades para servir a las personas que ni siquiera reconocíamos como nuestros prójimos. Yo siempre quería ayudar con dinero o más comida o mejores cosas, pero no tenía esas cosas para ofrecerles. Me tomó varios años entender que si lo único que podía hacer para las personas era amarles, eso era lo que tenía que hacer. Desde esa noche tengo una pasión más grande por servir a las personas. Esto no viene de mí, ni de mi abuelo, ni de mis padres. Esto viene de Dios y del amor incondicional que tiene por mí. Desde ese día he buscado diferentes formas de seguir sirviendo a mis prójimos mientras fijo mi mirada en Jesús.

Una de las veces que más me costó demostrar amor fue cuando fui a visitar a mi abuelo materno en Canadá. Él se llama Jack Shannon, y también fue misionero junto con mi abuela durante 45 años en Argentina… Siempre sentí un vínculo muy especial con este abuelo porque estuvo conmigo cuando nací… En 2007, fue diagnosticado con Alzheimer, por lo cual poco a poco, empezó a perder la memoria. En 2015, estaba tan mal que tuvo que comenzar a vivir en un hogar donde recibía cuidado especializado las 24 horas al día. Mi abuela ya no podía cuidarlo…

En 2016, mi hermana Mishayla y yo decidimos ir un fin de semana a visitar a mi abuela. Mi abuela es una persona increíble. Ella cuidó a mi abuelo durante 13 años mientras él tenía Alzheimer y además enseñaba español a personas de su iglesia… Ese año llegamos con Mishayla a su casa un viernes por la noche, y ella nos dijo que, si queríamos, podíamos ir a visitar a nuestro abuelo al día siguiente. Decidimos que sí. Cuando nos encontramos con él, fue como si todo hubiera comenzado a moverse en cámara lenta. No nos reconoció… Comencé a sentir que ya no sabía cómo hablar con él, y mucho menos cómo amarle. Estaba incómodo, y solo quería salir de ese lugar… Ese día, con mi abuelo, fue más difícil que todas esas obras que hacía con mis padres, era diferente. Él no era un niño que recién conocía, que no tenía dinero o casa. Él no era una niña que vivía en un orfanato. Él era mi abuelo. ¡Mi abuelo! Yo había tenido una relación con él durante toda mi vida, y ahora ni siquiera me reconocía. No se acordaba ni de la pregunta que alguien le había hecho tres minutos atrás. ¿Cómo podría amar a alguien así? ¿Por dónde comienzo? ¿Cómo puedo amar a alguien con quien no puedo comenzar una relación porque no me va a recordar?

Yo no me había dado cuenta de cuántas desventajas tenía mi abuelo ahora. Yo estaba en una posición en la que nunca antes había estado. Tenía que recordar cómo tratar a los más necesitados como me habían enseñado mis padres, pero esta vez lo tenía que hacer con alguien que ni siquiera reconocía lo que estaba haciendo por él. Entonces comencé sólo a hablar con él. No era una conversación normal, y la mayoría de las veces tenía que repetir la misma pregunta cinco y hasta diez veces, y cada vez la respuesta era diferente. Esto me enseñó que puede haber diferentes tipos de personas “más necesitadas” a mi alrededor, pero la forma en que las amo no necesita cambiar.

Esta experiencia para mí fue muy impactante. Sé que mi abuelo no se acuerda de esa conversación que tuvimos y que nunca la va a recordar. Pero la forma en la que, tal vez por sólo cinco segundos, él pudo tener una conexión conmigo, por primera vez en años, es algo que nunca voy a olvidar…

Estos dos recuerdos con mis abuelos me han cambiado la perspectiva para vivir mi vida. Ya no me preocupo si estoy haciendo lo suficiente para entrar al cielo, y siempre me alegra recordar que tengo una familia increíble que me ha ayudado a entender la mejor manera de vivir mi vida. Y no me refiero solo a mi mamá, mi papá y mis hermanas, sino también a mis abuelos y abuelas que me han dado mucho de su sabiduría. Estoy eternamente agradecido de poder estar en una familia que me ha enseñado tanto y me han demostrado cómo el servicio a través del ministerio puede ayudar a la gente… Ya no tendré que preguntarme si soy oveja o cabra, porque sabré que sólo con amar a Cristo, Él me dará todo lo que necesito en este mundo.

Extracto del libro “Trabajemos en Familia”

Por Josiah Brown Shannon

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí