Cuando comenzamos a servir en familia, éramos muy fieles en tomarnos un tiempo para evaluar cada experiencia, pero al hacerlo más y más, dejamos a un lado estos momentos y esto fue muy malo para uno de nuestros hijos. Pensábamos que, al haberlo hecho con los otros niños, ya no hacía falta tener que repasar lo mismo con nuestra preadolescente. Asumimos que ella ya había escuchado todo lo necesario como niña, y que, como preadolescente, estaba mejor preparada y no necesitaba la preparación antes ni la evaluación después de ministrar. Encima, la mandamos al relleno sanitario con personas que no conocía, para servir y ayudar traduciendo. Cuando fui a buscarla, solo al ver su carita, supe que algo andaba muy mal. Sus manos sudaban, y sus ojos estaban llenos de lágrimas. Al abrazarla sentí que temblaba y vi que estaba sufriendo un ataque de pánico. No era la primera vez que iba allí, pero era la primera vez que iba como preadolescente y su mente empezó a procesar todas las nuevas emociones que estaba sintiendo; es una etapa más sensible y tuvo una recarga de emociones que no podía ordenar. Le tomó mucho tiempo salir de ese ataque, y al no haberla preparado bien, ni acompañado, fue muy difícil ordenar lo que sentía, después en la evaluación. Sentía lástima, pena, frustración, asco, miedo, enojo (¿por qué Dios deja que haya este tipo de sufrimiento?), culpa (yo tengo tanto, soy una mala persona, no quiero estar aquí). Aprendimos con esta mala experiencia lo importante que es prepararnos de antemano, servir juntos hasta que lleguen a la adolescencia, y siempre repasar y evaluar lo que uno vivió. ¿Viste? ¡Ya había dicho que no somos padres perfectos!

Es valioso notar que las lecciones aprendidas en la preadolescencia te quedan todo el resto de tu vida. Al leer el capítulo de Josiah, en su mente preadolescente, él tuvo que aprender que servir a otros tenía que ver con amar a otros, y no con salvar su propia vida. Es interesante que relata el servir a otros como algo fácil cuando lo disfruta, pero que más adelante en su vida tuvo que aprender a amar cuando era más difícil. Aun con un vínculo especial de toda la vida con su abuelo (mi papá), una vez que perdió su memoria y con eso su personalidad, era importante seguir amando y sirviendo. Esta realidad es difícil para todos nosotros. Amar a los que nos aman, es fácil. Amar a los que no nos aman… es mucho, mucho más difícil. ¿Quién admira al que ama a su familia? Nadie. Es lo esperado, lo normal. Pero el que puede amar a los que no lo aman, eso sí es un logro reconocido por los hombres y por Dios mismo.

Hace ya diez años, cuando empezamos nuestro hogar para preadolescentes y adolescentes embarazadas, yo tenía la fantasía de que íbamos a ir a las calles e íbamos a rescatar a mujeres que habían tomado malas decisiones. Iba a abrazarlas y a traerlas a nuestro hogar hermoso. Ellas iban a entrar a la casa e inmediatamente me agradecerían por rescatarlas y darles una vida mejor, y seríamos amigas para siempre. Fui muy inocente. Nuestra realidad es que muchas de nuestras chicas vienen abusadas y maltratadas por sus propias familias, o vienen a nuestro hogar después de vivir en las calles. No confían en las muestras de amor. Llegan a nuestro hogar por orden de un juez, y muchas veces nos ven como las que estamos impidiendo el poder estar en casa con sus familias. No somos sus rescatadores, somos sus enemigos. Ha habido momentos donde yo podía sentir el odio que me tenían. Físicamente han llegado a empujarme, golpearme, pero es peor cuando rehúsan mirarme, o hablarme. Son en esos momentos en los que lucho con mi naturaleza. ¡Pasa por mi mente sacarlas de la casa por ser tan ingratas! Pero sé que eso es ser humano, y yo quiero ser un reflejo de Dios. Y Dios es amor. Y Dios ama al que lo odia igual que al que lo ama.

Si nuestros preadolescentes pueden aprender a amar aun cuando alguien no los ama, van a tener la mejor herramienta que Dios nos puede dar. No nos olvidemos que en 1 Corintios 13, el conocido pasaje del amor, empieza diciendo: “si tengo una fe tan grande que puedo hacer que los montes cambien de lugar, de nada me servirá sin amor”. ¡Imagínate, poder mover toda una montaña con tu fe, pero eso no tiene valor en el reino de Dios! Seamos un ejemplo de esto con nuestros preadolescentes para que sean reflejo de Jesús todas sus vidas.

Este ejemplo tiene que empezar en el hogar. Hay casos en los que no se ama bien dentro de la familia porque piensan que tienen su amor asegurado y que no es necesario hacer nada. Muchas parejas caen en esta mentira. Trabajan para ganar el corazón de su amado, pero después de comprometerse para siempre, ¿para qué esforzarse? Nuestros preadolescentes (como también nuestros niños, adolescentes y jóvenes) tienen que ver que el amor se trabaja. En la casa uno debe pone al otro antes que uno mismo y siempre esforzarse para demostrar amor.

Desafortunadamente, con nuestros familiares a veces se forman las heridas más profundas y dolorosas. Tenemos que aprender a amar aun en el dolor, y perdonar lo más rápido posible para sanar esas heridas, y amar bien. Nuestros hijos están viendo cómo nosotros tratamos a nuestras familias. No siempre es fácil, ¡pero queremos que ellos nos traten con amor, así como nosotros tratamos a nuestras familias con amor! Nunca sabemos lo que puede impactar a nuestros preadolescentes. Seamos consistentes en nuestro amor hacia nuestra familia, nuestros vecinos, nuestros enemigos.

Cuenta una historia, que un hombre se hartó de tener a su papá ya anciano en la casa. Siempre era pesado, se quejaba de todo, y ya no lo aguantaba. Finalmente, después de años el hombre le dijo: “Tienes que irte de la casa”. Este hombre tenía un hijo y le dijo: “Anda a buscar una manta para tu abuelito, que ya no vivirá con nosotros”. El niño se fue al cuarto para buscar una manta. Cuando regresó a donde estaba su papá y su abuelo, le entregó la manta a su papá. El papá miró y dijo: “Hijo, ¿por qué rompiste la manta en dos?”. El hijo respondió: “Quiero guardar la otra mitad para cuando tenga que echarte a ti de mi casa”. Nuestros hijos nos están mirando. Van a seguir nuestro ejemplo. Amemos bien.

Los preadolescentes tienen mucha capacidad para amar y servir. También tienen temores y luchan con muchas emociones. Estemos atentos a comunicarnos con ellos al servir, y a apaciguar sus temores. Démosles oportunidades para actuar, eso muchas veces es el remedio para la ansiedad.

¿Cómo puedes comunicarle a un preadolescente que no somos salvos por hechos, pero que los hechos son importantes? Escribe unas ideas aquí.

¿Hay personas en tu vecindario, el colegio de tu hijo, en la iglesia, o quizás en tu familia que son difíciles de amar? ¿Cómo pueden demostrarles amor a ellos? Escribe tus ideas aquí.

Extracto del libro “Trabajemos en Familia”

Por Rich y Elisa Brown

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí