“La adolescencia es un nuevo nacimiento, ya que con ella nacen rasgos humanos más completos y más altos” (G Stanley Hall).

Al entrevistar a familias con preadolescentes, es interesante notar que en esta etapa hay un patrón que se repite, que es el miedo. Y el miedo más común es a ir al infierno o a no ser un cristiano real… pero, por otro lado, vemos claramente cómo se está despertando un deseo de querer obedecer a Dios, de ser alguien que participe activamente en ayudar a otros, en servir a otros, no sólo porque la familia lo estaba haciendo, sino porque empezaba a sentir una responsabilidad individual.

¡Qué responsabilidad nos da este nuevo despertar! En esta etapa queremos entonces estar atentos a lo que está pasando en el interior de nuestros preadolescentes y a la vez capitalizar estos nuevos sentimientos y canalizar estos deseos de participar individualmente ante el llamado de Dios a servir a otros. Involucrar a nuestros preadolescentes en el servicio a otros es un paso importante también para apaciguar y contestar los miedos y temores que surgen a esta edad.

Consideramos que en esta etapa es muy importante subrayar que es por gracia que somos salvos. Siempre me ha gustado una ilustración que leí sobre la diferencia entre religión y relación con Dios. La religión se relaciona con el hacer, porque implica que tenemos que hacer algo para recibir salvación y caer en gracia con Dios. El verdadero cristianismo se basa en una relación con Dios y se relaciona con lo hecho,porque Jesús ya hizo todo lo necesario para salvarnos. No tenemos que adivinar qué es lo que Dios quiere de nosotros para salvarnos. Al seguir al Señor, ya hemos sido declarados justos y sin culpa.

Cuando ayudamos a nuestros hijos preadolescentes a entender esta realidad, esto les alivia el temor y empieza desde pequeños a enseñarles que hacemos lo que hacemos no para ser salvos, sino porque Dios nos bendice para bendecir a otros. El servicio no tiene que ver con nosotros o con nuestra salvación, sino con la obediencia y el agradecimiento. El aprender a vivir en libertad es clave. Uno sirve a Dios por agradecimiento. Aunque en la preadolescencia es un tanto difícil entender cosas abstractas (viven en lo concreto y están recién comenzando a entender lo abstracto), poco a poco los chicos pueden empezar a entender la verdad de que somos salvos por fe, y que eso se refleja en nuestras obras. Cuando escuchan las enseñanzas de la Biblia, pueden estar contentos de ver sus vidas reflejando el mandamiento más importante: “amar a Dios por sobre todas las cosas, y amar a tu prójimo como a ti mismo”.

Como padres cristianos queremos que ellos tengan sus propias experiencias con Dios, que reconozcan que Dios es un Dios viviente que obra en sus vidas. De manera interesante entonces, en la etapa de la preadolescencia, empiezan a despertarse a la necesidad de obedecer a Dios de manera individual y es en esta etapa que el servicio da lugar a que haya un obrar de Dios, una experiencia con Dios individual. Eso, sellado en el corazón de un preadolescente, cambia su vida. Ellos mismos no pueden negar cuando Dios hace algo en sus corazones. Regresamos a lo que hablamos en el capítulo tres de un niño que sirve: escuchar de la grandeza de Dios es bueno, pero experimentar a Dios en tu propia vida es mejor. El servicio abre esa puerta.

El poder servir junto a nuestros preadolescentes también abre puertas a la comunicación. Puede que tus hijos todavía no hayan llegado a esta etapa, pero te cuento que el comunicarse con ellos es toda una preocupación cuando entran en la preadolescencia. Por sus mentes pasan muchas cosas, pero les cuesta ordenar sus pensamientos y sus emociones, y esto los lleva a callarse totalmente, o a decir todo lo que se les va ocurriendo, sin ningún filtro y ¡eso puede confundirte más que su silencio! Entonces, ¿cómo puede el servicio abrir estas puertas de comunicación?

En primer lugar, servir juntos significa pasar tiempo juntos. En un mundo cada vez más ocupado, en el cual nuestros preadolescentes tienen muchas actividades que queremos aprovechar para darles mejores oportunidades, el tomar un tiempo para servir juntos es generar más oportunidades para pasar tiempo conversando.

En segundo lugar, servir juntos trae experiencias o vivencias que ayudan a que surjan temas importantes a tratar en la vida de un preadolescente como, por ejemplo, ¿dónde está la justicia de Dios?, ¿por qué personas tienen que sufrir?, ¿dónde está Dios en el sufrimiento? Seamos honestos, estas son preguntas que nosotros también nos hacemos. Qué bueno es poder hablar de estos temas juntos y no de una manera forzada, sino a partir de lo que uno está viendo.

En tercer lugar, como ya hemos mencionado, hay temores reales, y también irracionales que nuestros hijos experimentan en la preadolescencia. Cuando uno está sirviendo a los más necesitados, uno es más vulnerable y sensible, estamos todos fuera de nuestra zona de confort y eso iguala la plataforma de comunicación. Ellos podrán ver que nosotros también queremos dar lo mejor de nosotros y que nos cuesta, y nos hace aliados en la vida. Eso es muy bueno.

Como el servir nos pone en situaciones de vulnerabilidad, es sumamente importante siempre tomarnos un tiempo antes de servir, para prepararnos para lo que vamos a ver y después del servicio para hablar de lo que hemos visto y vivido. Siempre debe haber sesiones de evaluación lo antes posible después de cada salida para ministrar juntos como familia.

Extracto del libro “Trabajemos en Familia”

Por Rich y Elisa Brown

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