Los adolescentes tienden a estar a la defensiva. A menudo tomarán nuestra preocupación amorosa y la ayuda paternal como una acusación por su fracaso. En reacción a esto, defenderán su pensamientos y acciones, y nos meterán en un debate. Necesitamos ser muy cuidadosos de las palabras que usemos. Necesitamos estar seguros de que venimos a nuestros hijos con preguntas honestas, y no con acusaciones que vienen de conclusiones anticipadas. Necesitamos ejercitar el dominio propio que viene de Dios. Necesitamos estar lejos de discusiones ruidosas que tienen muy poco que ver con una perspectiva sabia de los asuntos, sino que tienen todo que ver con quién va ganar o perder el debate. Proverbios dice, “La blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor” (Prov. 15:1). Debemos evitar deliberadamente dejarnos llevar a luchas acaloradas de poder.

He encontrado muy útil hacer tres cosas cuando mis adolescentes están a la defensiva. Primero, les clarifico mis acciones. Les digo, “No me mal entiendas, No te estoy acusando de nada. Te amo tanto que quiero hacer todo lo que pueda para ayudarte a medida que entras al mundo de los adultos. Nunca pienses que estoy en tu contra. Estoy a tu favor. Y quiero que hagas algo para mí: si alguna vez piensas que te he juzgado equivocadamente, si alguna vez piensas que no te entiendo, o si alguna vez piensas que he expresado un enojo pecaminoso hacia ti, por favor, de una manera respetuosa házmelo saber. Quiero ser usado por Dios para ayudarte y animarte. No quiero nunca hacerte daño”.

Segundo, les ayudo a examinar su propia actitud de defensa. Los adolescentes, al igual que todo pecador, sufren de ceguera espiritual. No se verán a si mismos tal y como son en verdad, por lo tanto, necesitan nuestra ayuda. Les digo, “¿Sabes? Hay mucha tensión en este cuarto. Sin embargo, no te he gritado, no te he hablado con palabras ofensivas, no te he acusado de nada, pero me parece que estás muy enojado conmigo. ¿Me podrías explicar por qué estás tan enojado? No quiero que esto sea un tiempo desagradable entre nosotros. No pedí hablar contigo porque tenía ganas de tener una buena pelea. Te amo y quiero ayudarte en cualquier manera posible”.

Tercero, busco ser fiel en confesar mis pecados cometidos en contra de mis adolescentes. La irritación, la impaciencia, la crítica de las intenciones, ofensas, palabras de condenación, elevaciones del tono de voz, cualquier situación en la que te has permitido estar fuera de control emocionalmente, y cualquier lugar en el que has golpeado, asido o empujado físicamente, todo esto cabe bajo la categoría de “provocar a ira a tus hijos” y por lo tanto, debe ser confesado a Dios y a ellos. Tu humildad y ternura de corazón se erigen como modelos maravillosos para tus adolescentes. Declara con seguridad humilde tu confianza en el perdón de Cristo. Al hacer esto les permites saber que no están solos en la lucha contra el pecado, y le demuestras que la confesión produce resultados beneficiosos. Se lo suficientemente humilde como para admitir que tu adolescente te saca de control. Llega a conocer qué cosas te sacan de control. Antes de tener “la plática” con ellos ora para que seas el modelo del amor de Cristo ante tus adolescentes. Si comienzas a perder el control, salte momentáneamente de la escena, ora, recobra el control y luego regresa para terminar la charla.

Extracto del libro “Edad de Oportunidad”.

Por Paul David Tripp.

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