Continuemos.

Cuando las cosas andan bien con mis hijos, comparto con ellos las faltas de mi niñez, las frustraciones que tuve con mi padre, y cómo las solucionamos. El Espíritu Santo de Dios planta esas cosas en su mente, y entonces cuando ellos pasan por frustraciones similares, ellos lo recuerdan sin sentir que les es­toy dando un sermón.

Los chicos responden al elogio. Yo trato de alabar a mis hi­jos por lo menos veinte veces al día. Constantemente me estoy saliendo de mi modo, para ver el modo de encomiarlos a ellos. Les digo qué buen trabajo han hecho, o qué bien se ven. Si uso la crítica y el sarcasmo, recibo una reacción; pero si les prodigo alabanzas y palabras de ánimo, recibo una respuesta. Acariciar y abrazar es otra clave para alcanzar a los niños, aun después que se han hecho adolescentes. Abrácelos cuando es­tén tristes; abrácelos cuando estén contentos; abrácelos por el placer de ello.

Con los adolescentes, como con cualquier persona, una ma­nera de obtener comunicación es haciendo preguntas. Si no pla­neo de antemano, y hago preguntas, por lo común estaré hablan­do de cosas que sólo me interesan a mí. Pero si yo hago pre­guntas específicas, los chicos terminan hablando de sus pro­pios intereses. Cuando ellos regresan de la escuela, les pregunto: “¿Han hecho hoy algo especial? ¿Qué fue lo que no te gustó de la escuela hoy?”. Trato de conocer sus sentimientos, tanto co­mo sus actos. “¿Qué sentiste cuando tu compañero dijo que había hecho trampas?”

Algo que me ha ayudado mucho a comunicarme con mis hi­jos es pedirles sus opiniones. No sólo obtengo una cantidad de información con ello, sino que los hago sentirse importantes, y que lo que ellos opinan es importante para mí. Varios años atrás, cuando estaba preparando algunas charlas sobre el tema del perdón, traje a mis hijos, y algunos amigos de mis hijos, para tomar juntos el desayuno y pedirles su ayuda. Los chicos dieron una lista de razones por las cuales la gente no tiene vo­luntad de confesar sus pecados a Dios y recibir perdón. Ellos me dieron muy buenas ideas, y fueron también una parte de mi ministerio. Ellos todavía están hablando, hasta el día de hoy, de aquella experiencia.

Mi esposa, una mujer excepcional con una tremenda habili­dad de oír y comunicar, es un barómetro para mí. Ella me di­ce: «Querido, tú necesitas pasar más tiempo con Sean, oírle a él». O si no: “¿Sabes? Kelly quería decirte algo esta tarde, y tú no le prestaste mucha atención. Creo que necesitas ir a su cuarto”.

Si alguna vez no sé qué responder a mis hijos, les digo: “Pídele a mamá que venga aquí, y mira lo que ella tiene que decirte”. Mi esposa juega el papel más importante en esto de mantener la comunicación en la familia. Mucho de lo que he aprendido, lo he aprendido de ella.

Los padres, lo mismo que las madres necesitan tomar la co­municación con sus hijos seriamente. Una vez estuve dando con­ferencias en una gran iglesia evangélica por una semana ente­ra. Aparte de hablar desde el pulpito, tuve 42 entre­vistas con adolescentes y jóvenes que deseaban consejo. Pre­gunté a cada uno de esos estudiantes: ¿Puedes hablar con tu padre? Uno sólo me dijo que sí. La pregunta número uno que escuché de esos muchachos y chicas fue, “Josh, ¿qué puedo hacer con mi papá? El nunca habla conmigo, él nunca me lleva a ninguna parte; el nunca hace nada conmigo”.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Lo que Deseo que Mis Padres Sepan Acerca de mi Sexualidad”

Por Josh McDowell

Lee Comunicándose con los Adolescentes 4

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