Una Verdadera Pastoral Para los Adolescentes.
A través de todo este libro dimos los principios de la pastoral juvenil, así que no es nuestra intención reiterarlos nuevamente aquí. Como ya mencionamos, no existen grandes diferencias en cuanto a la estructura de trabajo con las diferentes edades. Sin embargo, debido a la etapa especial en la que se encuentran los adolescentes, existen dos elementos aún más importantes para ellos que para los demás: que haya un ambiente joven, y adultos que resulten significativos para ellos. Dicho de otro modo, la iglesia debe proporcionar el grupo y los líderes.
Para explicar más detenidamente este punto nos parece oportuno citar una vez más el trabajo llevado a cabo por el equipo de sociólogos encabezados por el doctor Elzo. Bajo el epígrafe Algunas reflexiones finales, menciona lo siguiente:
“En su vida cotidiana, lo experimental parece tener mayor significado que lo cognitivo, sobre todo en lo que se refiere al trato relacional con los demás. Eso pone de manifiesto la necesidad de aceptación, de ser escuchados, y de entablar relaciones con personas valiosas más que con cosas, instituciones o normas. Ellos también, así como los adultos, tienen la «necesidad de sentirse aceptados y con identidad propia», y no funcionalmente usados. Prefieren ser alguien para algunos, en vez de un instrumento para muchos”.
A través de estas palabras, los especialistas expresaron lo que tantos líderes y padres siempre intuyeron: la importancia de pertenecer a un grupo, de sentirse recibidos y aceptados por él, y también de relacionarse con personas a las que valoran. En este periodo, son las personas las que llevan a los jóvenes a continuar integrados en la iglesia, y no los dogmas, la teología o la institución, salvo muy pocas excepciones.
Un ambiente joven.
Hablemos acerca de ese ambiente significativo que la iglesia debe esforzarse por crear. Una de las características que debe tener es un espacio de libertad, amor y aceptación incondicional. Esas cualidades deben ir juntas (enseguida nos daremos cuenta del por qué de esa asociación).
Espacio de libertad.
Es evidente que no se trata de un espacio físico, sino de un ambiente emocional y espiritual en el que los adolescentes puedan plantear sus dudas, críticas y cuestionamientos acerca de la fe; un espacio donde exista la libertad de decir frases como las que transcribo a continuación:
La lista de preguntas sería interminable, y tal vez a algunos de nosotros se nos pondrían los pelos de punta de solo pensar que nos pudieran plantear semejantes inquietudes. Pero seamos realistas, esas dudas y preguntas bullen en su cerebro, y esos cuestionamientos golpean sus conciencias. Lo triste no es que eso suceda, sino que no tengan la libertad de expresarlo en el lugar más indicado: su iglesia y su grupo de jóvenes. Y tal vez no la tienen porque falta el segundo ingrediente de ese ambiente significativo: el espacio de amor y aceptación incondicional.
Sin embargo, antes de desarrollar este segundo aspecto, es preciso que prestemos atención a la importancia y el valor que tiene la duda. La duda no es mala. La duda es una actitud intelectual que hace que la persona necesite mayor información o una mejor comprensión de la que actualmente tiene. No se debe confundir la duda con la incredulidad, que es negarse a creer. La duda es sincera, la incredulidad no. La duda debe ser respetada, valorada y aceptada. Es más, creemos que se debe propiciar que los jóvenes y adolescentes puedan expresar sus dudas con toda su crudeza y profundidad, sin que ello implique el riesgo de que se los pueda «catalogar» o marginar emocional o espiritualmente.
Algunos adultos, líderes o no, ven la duda como un elemento peligroso, algo a erradicar. Sin embargo, las dudas no se erradican, si por ese término se entiende que se las debe reprimir, ignorar, pretender que no existen u obligar directa o indirectamente a sus portadores a ocultarlas. Las dudas se disipan con amor y con respuestas honestas, íntegras y coherentes. Un líder que siempre permitía que los jóvenes expresaran todo tipo de dudas acostumbraba a agradecerles su confianza por hacerlo y les prometía que siempre encontrarían una respuesta íntegra, honesta e intelectualmente coherente. Tal vez no era la que ellos hubieran deseado oír, pero sin duda los mismos jóvenes apreciaban su coherencia.
Creemos sinceramente que ese es el tipo de actitud que se debería tener ante las dudas que puedan plantear los jóvenes. Es posible que el motivo por el que muchos adultos se horrorizan ante ellas sea el hecho de la propia debilidad e inseguridad espiritual en la que viven. La inseguridad de los demás pone de manifiesto la propia inseguridad y debilidad, tan laboriosamente mantenidas bajo control.
Extracto del libro “Raíces”
Por Félix Ortíz
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