Un desafío eclesiástico

Las tribus son urbanas… no eclesiásticas. (Aunque también las hay, no las estamos tratando en este libro.) Los jóvenes que tenemos que iluminar con la verdad del Señor, sanarlos de sus dolores físicos pero más bien sentimentales, liberarlos de las cadenas que mantienen cautiva su voluntad, están en las calles y no en las iglesias. Necesitamos cambiar nuestra eclesiología.

“Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”, les decía Jesús a los fariseos que se quejaban porque el Señor pasaba su tiempo con los pecadores en vez de estar en el templo enseñando. ¿Y quienes eran esos pecadores? Eran la escoria de la sociedad, los rechazados, los parias, los “raros”, a los que la gente no se acercaba por temor a perder su reputación o por miedo a ser atacados por ellos. ¿Podrían ser el paralelo actual a los chicos de las tribus urbanas? Como vimos en el Pilar número 4, acerca de los lugares donde se juntan, ellos básicamente están en la calle.

Ahora bien, creo absolutamente en el rol de la Iglesia, no solo como institución sino—y más bien—como el Cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Creo que Cristo mismo instituyó la Iglesia y que Él la ama como a sí mismo.

En una ocasión me encontraba traduciendo un libro acerca de la banda irlandesa U2. En ese libro, en que se develaba la incógnita de si Bono era creyente o no, leía muchas declaraciones en donde él hablaba de su amor por Dios y de su gratitud por la gracia inmerecida. Pero también encontré muchas críticas que él tenía hacia la Iglesia por su mal proceder, por su actitud legalista y cerrada en contra suyo, etc. Un día, luego de terminar de leer un capítulo me quedé bastante confundida por la contradicción de amar a Dios pero no a su Amada. El Señor me dijo: “El que me ama a mí, ama a la Iglesia; como también es cierto que el que me ama a mí, ama al Hijo y al Espíritu Santo”. Con esto no quiero decir que la Iglesia está colocada al mismo nivel que los miembros de la Trinidad, pero quiero recalcar que Dios tiene una consideración especial por su Cuerpo.

Amo a la Iglesia como cuerpo universal de los creyentes en el Señor; amo también a la iglesia local y creo profundamente en el rol vital que ella juega en la salvación de las almas a través de la evangelización, y en la restauración y crecimiento espiritual de las personas a través de la enseñanza y el pastoreo, funciones que se realizan exclusivamente en el ámbito de la congregación. (Y cuando digo ámbito no me refiero al lugar físico sino a la jurisdicción y autoridad que ese cuerpo tiene para ejercer sus funciones para con el creyente.)

Pero, en este libro estamos hablando de tribus urbanas. Y urbanas son urbanas, de la ciudad (valga la redundancia). El desafío que tenemos como Iglesia es claramente un desafío urbano, ya que más de la mitad de la población mundial vive en las ciudades. En los países desarrollados, como por ejemplo Estados Unidos, más del 90% vive en las grandes urbes y en la Argentina ese porcentaje es del 89,3%.

Un informe reciente del Fondo de Población de las Naciones Unidas declara: Será un acontecimiento único, un mojón que hará historia. En 2008, por primera vez, más de la mitad de la población humana vivirá en zonas urbanas. Serán tres mil trescientos millones de personas, aunque se prevé que para 2030 la cifra alcance a cinco mil millones.

Sin dudas es un gran desafío para el cual debemos ponernos a la altura, pero contamos con el poder del Espíritu Santo para hacerle frente y ganar las almas.

Extracto del libro Tribus Urbanas

Por María J. Hooft

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