Las virtudes cristianas están conectadas y son interdependientes. Si observamos que alguna está presente es porque todas lo están; y si alguna falta, es porque no se posee ninguna. Eso se debe a que provienen de la misma fuente: el Espíritu Santo. Y crecen de la misma raíz: un conocimiento profundo del amor ágape de Dios hacia nosotros. Son diferentes manifestaciones del amor de Dios, distintas maneras de ejercitar el amor ágape en nuestra relación con Dios y con los demás.

Con esto no estamos menospreciando los talentos ni las cualidades naturales, ya que son dones dados por Dios que debemos aprovechar y pulir. Pero queremos aclarar la diferencia que existe entre los talentos naturales y los dones espirituales, porque es común que se confundan unos con otros, como por ejemplo un temperamento agradable con madurez espiritual.

El verdadero «siervo» tiene una relación transparente e íntima con Dios, por lo cual es consciente de todo lo que le falta para llegar a la estatura de Cristo y quiere evitar cualquier presunción al respecto.

Con frecuencia sucede que un educador asume que, una vez que demostró sus cualidades de siervo, ya no necesita ser pastoreado. Es cierto que sus necesidades son diferentes de aquellas que muestran las personas que están en otra condición espiritual: probablemente enfrenten luchas y desafíos que los demás miembros del grupo, o hasta de la misma iglesia, no enfrentan.

Los siervos y discípulos necesitan alimento sólido, no les alcanza solo con la leche. Y esto no se debe a que tengan un mayor nivel intelectual, sino a que, al haber obedecido con coherencia la voluntad de Dios, han desarrollado discernimiento espiritual (Hebreos 5:14). Sin embargo, ellos también necesitan seguir creciendo en su relación personal con Dios y en el desarrollo de expresiones prácticas de amor por los demás. Asimismo, necesitan recibir aliento y rendir cuentas de todo este proceso.

Es importante notar que Pablo mantuvo una relación cercana con Timoteo a largo plazo. Continuó guiándolo y animándolo aun cuando él estaba bien establecido en su propio ministerio. En 1 Timoteo 1:1,2; 4:6-8, 11-16 vemos un excelente ejemplo del tipo de relación que un siervo debe tener con su educador.

Es una gran bendición contar con siervos en nuestro grupo, personas en las que podemos confiar y con quienes podemos trabajar como colegas en la pastoral juvenil. Sin embargo, no debemos abusar de su disponibilidad y entrega. Debemos pastorearlos. Y necesitamos que ellos nos pastoreen a nosotros.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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