Ya hemos visto bastante sobre cultura juvenil, que es de lo que trata este libro. Pero podemos decir que las culturas a su vez están compuestas por diferentes subculturas que, como el prefijo lo indica, están debajo o se desprenden de la cultura mayor.

Ahora bien, que esta sea la definición tradicional, elaborada con el fin de graficar y comprender mejor la dinámica, no nos da derecho a interpretarla peyorativamente a la luz del prefijo sub, como si fueran culturas inferiores, marginales o peligrosas (y como si todos los que no forman parte de una subcultura sean habitantes de una supracultura). Por otra parte, hay tantas subculturas pululando en nuestra sociedad, que si las juntáramos a todas, sin dudas el grupo minoritario sería la cultura dominante.

En este libro no nos referiremos a todas las subculturas juveniles existentes, que son numerosísimas (como por ejemplo: los practicantes de algún deporte en especial o los estudiantes de una determinada rama del saber, que bien entrarían en la categoría de subcultura por cumplir todos los requisitos), sino veremos aquellas más sobresalientes por su rareza o por ser más cerradas y porque más nos cuesta acceder, ya sea por su pensamiento particular o por su hermetismo.

Una subcultura, en términos de los expertos, es un “Sistema de significados procedentes de una cultura más general”. Las personas que participan de las subculturas no viven de la misma forma que las otras, y esto se debe a que tienen un sistema de significados, actitudes y valores diferentes. Tampoco comparten necesariamente una edad, tal como vimos, o nivel socioeconómico.

Otra definición de subcultura, más sencilla, la encontré en Wikipedia, la enciclopedia online y dice así:

En sociología, antropología y estudios culturales, se entiende por subcultura el grupo de personas con un conjunto de comportamientos y creencias que los diferencian de la cultura mayor de la cual son parte. La subcultura puede distinguirse por la edad de sus miembros, o por su raza y/o género, y las cualidades que determinan una subcultura como distinta, pueden ser estéticas, políticas, sexuales o una combinación de todos esos factores. Las subculturas generalmente se definen por su oposición a los valores de la cultura mayor a la cual pertenecen, aunque esta definición no es universalmente aceptada por los teóricos.

Para ayudar a expandir aun más la noción, el profesor Carlos Cadavid, de Colombia, publica en su blog personal:

Las formas de expresión subculturales (o bien contraculturales) […] se realizan en primer momento como refutatorias de la visión oficial, es decirle a la sociedad: ‘¡también existe esto!’ La primera característica de la subcultura es así su forma ‘destructiva’ de los valores tanto éticos como estéticos de la cultura oficial, por eso es que la actitud que esta última tiene hacia la subcultura es siempre de rechazo.

Cabe preguntarnos aquí, y con una mano en el corazón, ¿somos los cristianos una subcultura más? ¿Nos movemos con códigos subculturales? Y por último, y más importante, ¿es la voluntad de Dios que así sea? Tristemente, creo que en muchos casos lo somos. Cuando veamos en detalle más adelante los pilares sobre los que se apoya una subcultura, es decir, los hábitos compartidos como ser lenguaje, vestimenta y estética, lugares que los representan y filosofías de vida, caeremos en la cuenta que así es. O al menos así somos percibidos por los demás.

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