DESACUERDO HUMILDE

Ne­cesitamos ser modelos para la próxima generación no solo de rigor intelectual, sino también de humildad y generosidad de espíritu. La verdadera sabiduría confía en el conocimiento, sin embargo, se muestra humilde ante la conciencia de que nuestro conocimiento tiene límites. Solo Dios es Dios, un hecho que debe llevarnos a con­fiar en él en lugar de en nuestra propia razón sobre cualquier tema.

Un buen lugar para comenzar esta tarea es con otros cre­yentes. Muchos cristianos sinceros y apasionados están en desa­cuerdo sobre ciertos asuntos de la ciencia. El debate colegiado y vigoroso es algo bueno para la comunidad cristiana mientras bus­camos una voz profética con la cual hablarle a nuestra cultura más amplia. Sin embargo, más allá de nuestros debates, debemos culti­var un espíritu de unidad cristiana, propósito y misión. Esto signi­fica asumir lo mejor el uno del otro, amar y orar los unos por los otros, incluso mientras decimos la verdad. También significa tener cuidado de no expresar palabras cargadas emocionalmente y frases que aumenten las tensiones y dividan al cuerpo de Cristo. Por ejem­plo, los creacionistas que consideran que la Tierra es joven podrían reconsiderar las acusaciones de apostasía cuando hablan con (o so­bre) los creacionistas que consideran que la Tierra es vieja o los que creen en una evolución teísta. Del mismo modo, los cristianos que piensan que la evolución es el mecanismo elegido por Dios para la creación deben ser cautelosos con la condescendencia intelectual hacia sus hermanos y hermanas que creen algo diferente. Las cues­tiones y debates son importantes, pero las relaciones en Cristo son de suma importancia.

Mi punto es que todo tipo de cristianos se empeñan al tratar de discernir los misterios del universo y nos necesitamos mutuamente. Negarse a romper los lazos que nos unen, incluso si no estamos de acuerdo, puede ayudar a mantener a todos humildes delante de nues­tro Dios, confiando en que él nos guiará a toda sabiduría y verdad. Lo mismo es cierto en nuestro compromiso con la próxima generación. El hecho es que muchos de ellos no llegarán a las mis­mas conclusiones que nosotros… ¿sobre todo sí hacemos un gran trabajo equipándolos para pensar bien por sí mismos! Algunos de ellos puede que nunca encuentren respuestas completamente satis­factorias, y esta es otra área en la que es posible ayudar; podemos enseñarles a comprender y manejar las tensiones no resueltas que son una realidad inevitable en nuestro mundo moderno. (Resulta que la tensión no resuelta es también una herramienta que Dios puede utilizar para hacer crecer nuestra confianza en él).

LECCIONES DE HISTORIA

En 1687, cuando Sir Isaac Newton publicó Principia, su obra maes­tra de la mecánica clásica que definía la comprensión de la cien­cia acerca del universo físico para los próximos tres siglos, lo hizo como un cristiano devoto. Si bien algunas de sus creencias religio­sas estaban fuera de la corriente principal de la ortodoxia —algunos historiadores creen que Newton era antitrinitario, por ejemplo— la Biblia era su pasión más grande, más allá de la ciencia. Una vez dijo: «Yo tengo una creencia fundamental en la Biblia como la Palabra de Dios, escrita por los que fueron inspirados. Estudio la Biblia a diario». Su curiosidad por el mundo se entrelazaba profundamente con su reverencia hacia el Creador, a quien le atribuye la existencia del universo.

El modelo mecánico de Newton del universo también contri­buyó a ampliar la brecha entre la comunidad de la fe y la comuni­dad científica. Muchos científicos posteriores llegaron a creer que el universo se mantiene unido por la fuerza de gravedad, no por Dios. Sin embargo, Newton, junto con muchos otros padres de la revolución científica, fue capaz de mantener sus descubrimientos en tensión con su fe, en lugar de sustituir a Dios por las leyes natu­rales.

Quiero sugerir que la misma postura es posible para los creyen­tes hoy en día: el sentido de la maravilla y la investigación reflexiva nos puede llevar a adorar, en lugar de negar a Dios. Honramos al Creador cuando aplicamos la inteligencia que Dios nos ha dado a la investigación del universo y lo que descubrimos nos imita a darle gloria. ¿Cómo podemos recuperar la curiosidad y la devoción que inspiró a Newton —y a tantos científicos llenos de fe— y traspasar­las a la siguiente generación?

MODELANDO UNA NUEVA MENTE

Soy una especie de científico —un aficionado a la investigación— y un creyente com­prometido. Me licencié en psicología y me fue bien en mis clases relacionadas con las ciencias; como las estadísticas, la medición, la psicología social, la sociología, la teoría del aprendizaje y el análisis multivariado. Mi padre, un pastor de toda la vida, animó mi bús­queda en este campo, a pesar de que significaba que no iba a seguir su camino en la obra de la iglesia a tiempo completo. Hoy en día sigue siendo un apoyo increíble a pesar de las veces en que nuestra investigación en el Grupo Barna genera hallazgos que no son tan halagadores para la comunidad cristiana.

Mi fe en Jesús es el lente a través del cual practico mi carrera. Soy capaz de participar y contribuir a mi campo, en parte, porque mi papá fue y es mi apoyo. Cuando yo era niño, permitió que mí curiosidad floreciera sin cuestionar mi fe y me dio libros para leer que no siempre se ajustaban a la visión del mundo de mi familia y la iglesia.

No sé dónde hubiera terminado sin su influencia. Para ser sincero, la iglesia que mi padre lideraba no siempre alentaba a los es­tudiantes que estaban interesados en la ciencia. No recuerdo haber aprendido nada acerca de ciencia en el grupo de jóvenes. Y mien­tras que la comunidad de fe era en general neutral o silenciosa sobre el tema, su escepticismo fue de vez en cuando más abierto. Cuando decidí especializarme en psicología, algunos feligreses preguntaron en voz alta cómo encajaba eso con mi fe: ¿Por qué estaba abando­nando la «verdadera» influencia del ministerio de la congregación?

Fue hace unos 20 años que asistía al grupo de jóvenes. Des­de entonces, la influencia de la ciencia y la tecnología han creci­do de manera exponencial, pero aun así muchas comunidades de fe operan con ambivalencia o incluso hostilidad hacia la ciencia. Los adultos jóvenes como Mike y Colleen, a quienes conocimos al principio de este capítulo, necesitan que la comunidad de fe reconsidere su postura hacia la ciencia. Si los veinteañeros como ellos van a convertirse en un pueblo profético de la fe que habla con autoridad y vive sabiamente en nuestra cultura sumergida en la ciencia, necesitan modelos de los cristianos en los cuales roga­mos que se conviertan.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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