Sé un modelo y guía para tus líderes.

Jesús pasó mucho tiempo con sus doce discípulos. De hecho, vivieron en una íntima relación durante tres años, en los que viajaron, comieron, atravesaron dificultades y predicaron juntos. Durante ese tiempo, el Maestro les transmitió aquellos conocimientos, convicciones y conductas que debían poner en práctica en sus propias vidas y posteriormente enseñar a otros. Pero, además de enseñarles contenidos teóricos, Jesús los ejemplificó con su propia vida. No solo habló acerca de la oración, la evangelización, el cuidado espiritual de los demás, el servicio, la entrega, el amor a la Palabra y muchos otros temas, sino que su propia vida fue una lección viviente de todos ellos. De su ejemplo, ellos aprendieron el significado del ministerio cristiano.

No cabe la menor duda de que cuando comenzó la iglesia cristiana luego de Pentecostés, como los apóstoles debían liderarla, la imitación de Cristo fue una constante. El mismo apóstol Pablo se declara imitador de Cristo y, como consecuencia, invita a que los demás sean imitadores de él.

Tu trabajo es el mismo. Debes transmitir a tus potenciales líderes todo aquello que deseas que ellos puedan luego transmitir a sus futuros discípulos. Sin embargo, no solo debes transmitir información. También debes educarlos: enseñarles en la práctica toda la manera de llevar a cabo la pastoral entre los jóvenes. Debes vivir todo aquello que deseas que ellos vivan y luego hagan con los demás. Si quieres que amen a los niños de forma incondicional, primero debes amarlos tú de forma incondicional. Si quieres que no solo hablen sino que dejen que los del grupo descubran las verdades bíblicas, ayúdalos a descubrir lo que la Biblia enseña.

No debes ser solo un modelo adecuado, sino también un guía adecuado en el camino que quieres que recorran. Si esperas que ellos guíen pequeños grupos de discipulado, vive con ellos la experiencia del pequeño grupo. Permíteles que experimenten la comunión, el compañerismo, el apoyo mutuo que se desprende de la vivencia del grupo. En todas las reuniones que lleves a cabo con tu grupo de líderes debes asegurarte de que, en la medida de lo posible, estén presentes los ingredientes esenciales de un grupo pequeño: Compartir, Reunirse, Instruirse, Sostenerse, Testificar, Orar. Vinculándose contigo en un grupo pequeño no solo experimentarán la vida y la dinámica del grupo, sino que también podrán observar la manera de liderarlo y conducirlo. Al hacer esto, les proporcionarás un modelo vivo que ellos podrán imitar.

Debemos asegurarnos de que les estamos mostrando con total claridad la manera de hacer todas aquellas cosas que esperamos que en un futuro ellos lleven a cabo con otros. Nunca debemos dar por sentado absolutamente nada. Nuestra responsabilidad es estar seguros de que tuvieron la oportunidad de experimentar eso, y que ahora saben llevar a cabo todo lo que tendrán que hacer con otros. No pidas a los futuros líderes que realicen algo que tú no pudiste mostrarles. Si esperas que ellos sean mentores de otros jóvenes, acompáñalos espiritualmente. Cuídalos, preocúpate de forma genuina por ellos y por sus necesidades. De ese modo, cuando les pidas que sean mentores, sabrán perfectamente lo que deben hacer. Solo si lo viven podrán ponerlo en práctica con otros. Por lo tanto, será tu responsabilidad y privilegio proveerles esa situación vital y esa experiencia.

Para ti, como líder, esto tiene importantes implicancias: te plantea el desafío de vivir todos los principios espirituales que deseas que los líderes de tu grupo incorporen (o al menos intentarlo). Ellos no evangelizarán si tú no lo haces. No amarán la Palabra si tú no la amas. No servirán a otros si tú no eres un siervo. Por supuesto que ellos no esperan que seas perfecto. Saben muy bien que la perfección no existe. Pero tienen el derecho de tener un modelo sincero, que realmente se esfuerce por vivir aquello que enseña. De hecho, no debes olvidar que estás en un proceso de aprendizaje y crecimiento al igual que ellos.

Tal vez pienses que no estás capacitado para llevar a cabo semejante tarea. Pero no te preocupes: para ser líder necesitas saber a dónde vas y, como mínimo, ir unos cuantos pasos adelante de tus seguidores. Tú cumples ambas, y el Señor promete ayudarte. Recuerda sus promesas: Estoy contigo todos los días hasta el fin. No te abandonaré ni te dejaré. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Y, por último, la favorita, que refleja nuestra propia experiencia personal: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Sentir que somos incapaces es saludable. No te olvides que la incapacidad nos hace volvernos dependientes de Dios, y eso le permite a él intervenir de forma sobrenatural.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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