La iglesia en el occidente está luchando para conectarse con la próxima generación. Estamos lidiando con los inmensos cambios tecnológicos (la naturaleza versátil del acceso), espirituales (los cuestionamientos a la autoridad) y sociales (el incremento en la alienación) que definen estos tiempos. Estamos aprendiendo cómo enseñar una fe muy valiosa en un nuevo contexto. ¿Cómo podemos preparar a la próxima generación para vivir plenamente y seguir a Jesús de todo corazón en estos tiempos de cambio? ¿Y cómo puede la próxima generación asumir el reto de revitalizar a la comunidad cristiana para cumplir nuestra misión en medio de la cultura?

Me permito compartir tres cosas que he aprendido del estudio de la siguiente generación: (1) la iglesia debe reconsiderar cómo hacemos discípulos; (2) tenemos que redescu­brir el llamado cristiano y la vocación; y (3) tenemos que cambiar la prioridad de la sabiduría sobre la información mientras buscamos conocer a Dios.

La comu­nidad cristiana necesita una nueva mentalidad: una nueva forma de pensar, una nueva forma de relacionarnos, una nueva visión de nuestro papel en el mundo para transmitir la fe a las generaciones presentes y futuras.

La verdad es que esta «nueva» forma de pensar no es tan nueva. Después de un sinnúmero de entrevistas y conversaciones, estoy convencido de que las prácticas históricas y tradicionales, y las for­mas de pensar ortodoxas cargadas de sabiduría, es lo que la próxi­ma generación en realidad necesita. Esto puede sonar como una gran noticia, y la verdad es que lo es, pero no significa que podamos tomar un atajo. Caminar juntos por las sendas antiguas de la fe en este nuevo entorno no será tarea fácil. Sin embargo, también creo que a medi­da que profundicemos en la fe cristiana histórica para nutrir a las generaciones jóvenes, toda la iglesia occidental se renovará.

Los jóvenes que quieren seguir a Jesús necesitan cristianos ma­yores que los enseñen a compartir la fe rica y satisfactoria. Además, la iglesia establecida necesita «odres nuevos» en los que podamos «verter» el futuro de la iglesia. Nos necesitamos unos a otros. Démosle un vistazo a las tres áreas en las que creo que Dios nos está llamando a tener un pensamiento renovado.

REPENSEMOS LAS RELACIONES

Nuestra idea moderna de las generaciones está sobrevalorada y puede incluso distorsionar nuestra visión de cómo la iglesia está diseñada para funcionar. Mientras que la demografía generacional seguirá siendo una importante forma de enfocarnos en lo que ha­cemos como investigadores del mercado, he llegado a creer que lo que tenemos que recapturar como iglesia es el concepto bíblico de «generación». Chris Kopka es el responsable de cambiar mi forma de pensar en esta área.

—David —me dijo un día—, me parece que estás asumiendo que la iglesia es un conjunto de diferentes generaciones bajo un mismo techo, donde las generaciones mayores tienen la responsa­bilidad de formar a los más jóvenes.

—Sí, así pienso. ¿No es verdad? Para mí, esta forma de pensar era obvia. —Esa es parte de la imagen, pero hay una realidad mucho más grande. Una generación es cada persona que está cumpliendo los propósitos de Dios. Chris hizo una pausa, probablemente porque me vio muy con­fundido. —En otras palabras, si bien es cierto que hay diferentes gru­pos de edad representados en la iglesia, la Biblia parece afirmar que todo el mundo en la iglesia en un tiempo particular representa una generación. Una que está trabajando en su tiempo para participar en la obra de Dios.

El cuadro que Chris me mostró ese día me dejo boquiabierto y muy pensativo.

  • Hipótesis original: La iglesia existe a fin de preparar a la próxima generación para cumplir los propósitos de Dios.
  • Nueva forma de pensar: La iglesia es una asociación entre gene­raciones que cumplen los propósitos de Dios en su tiempo.

¿Qué significa esto? La comunidad cristiana es uno de los po­cos lugares en la tierra donde encontramos representantes de todo ámbito de la vida humana. Literalmente, desde la cuna hasta la tumba, las personas se unen con un singular motivo y misión. La iglesia es (o debería ser) un lugar de reconciliación racial, de gé­nero, socioeconómica y cultural; porque Jesús declaró que nuestro amor sería la señal inequívoca de nuestra devoción a él (Juan 13:35). Somos una comunidad donde varias edades demográficas se aman con autenticidad y trabajan en conjunto con unidad y res­peto.

Las relaciones intergeneracionales deben distinguir a la iglesia de otras instituciones culturales. El concepto de dividir a la gente en varios grupos en base a la fecha de su nacimiento es una práctica muy moderna, que emerge en parte de las necesidades del merca­do en los últimos cien años. Ya que los productos eran producidos en masa, los comerciantes buscaron formas nuevas y efectivas para conectar un determinado producto o servicio a un grupo especí­fico. La edad (o generación) se convirtió en uno de esos «ganchos» útiles, una forma de lanzar publicidad o atraer a un determinado tipo de comprador a determinadas mercancías.

En nuestra equivocada búsqueda de la vocación profética, mu­chas iglesias han permitido estar internamente segregadas por la edad. La mayor parte de ellas empezó esta división con la valiosa meta de que su enseñanza fuera apropiada para cada edad, pero llegó a crear un método sistematizado de discipulado semejante al modelo de las escuelas públicas, el cual requiere que cada pequeño grupo empiece simultáneamente su aprendizaje por edades. Así, muchas iglesias separan por grupos de edad a su gente, y al hacerlo, sin querer, contribuyen a la creciente ola de alienación que define nuestros tiempos. Como un subproducto de este enfoque, el entu­siasmo y la vitalidad de la nueva generación han sido separados de la sabiduría y la experiencia de sus mayores. Solo para aclarar, no estoy alegando que de repente debamos cerrar los programas infan­tiles o juveniles. Estoy diciendo que nuestros programas tienen que ser reevaluados y renovados cuando sea necesario para hacer de las relaciones intergeneracionales una prioridad.

En lugar de estar divididos por grupos de edades (por más práctico que pueda parecer), creo que estamos llamados a conec­tar nuestro pasado (tradiciones y ancianos) con nuestro futuro (la próxima generación). Los cristianos somos miembros de un orga­nismo vivo que se llama la iglesia. Las Escrituras describen con de­talles impresionantes la infinita variedad y la unidad eterna de este organismo en Hebreos 12:22-24.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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