La comunidad cristiana tiene la necesidad de redescubrir la teología de la vocación. Hay mucha confusión sobre este término. El uso común que se le da tiene que ver con la «educa­ción vocacional». Sin embargo, en la tradición cristiana, la vocación constituye un sentido directriz y sólido del llamado de Dios, tan­to en lo individual como en lo colectivo. La vocación es una clara imagen mental de nuestro papel como seguidores de Cristo en este mundo, explicando nuestra función como individuos y comunidad.

Para mí, francamente, el aspecto más doloroso de nuestros des­cubrimientos es la absoluta falta de claridad que muchos jóvenes tienen con respecto a lo que Dios les está pidiendo que hagan con sus vidas. Esta es una tragedia moderna. A pesar de los años de experiencia en la iglesia y las incontables horas de una enseñanza centrada en la Biblia, millones de jóvenes de la próxima generación de cristianos no tienen idea de cómo su fe se conecta al trabajo «normal» de su vida. Ellos tienen acceso a toda la información que deseen, miles de ideas y amigos en todo el mundo, pero sin una visión clara de una vida integral de trabajo y espiritualidad. Creo que Dios está llamando a la iglesia a cultivar un sentido de propósito más grande e histórico como cuerpo e individuos.

Creo que tenemos una visión miope de nuestros ministerios dirigidos a la juventud. Creo que estamos en una constante construcción, demolición y recons­trucción de nuestros adolescentes y adultos jóvenes. Estamos en un régimen que dice que más es mejor. Mientras más «discípulos» ten­gamos, mejor. Mientras más asientos llenemos, el ministerio será más exitoso. ¿No es así?

Necesitamos nuevas formas de medir el éxito. Si estás en el mi­nisterio eclesial, una medida del éxito podría ser ayudar a la juven­tud a establecer una o dos conexiones relaciónales, entre los jóvenes y los mayores, que conduzcan a importantes lazos de consejería que puedan durar varios años. Estas relaciones no estarían exclusiva­mente centradas en el crecimiento espiritual, sino deben integrar la búsqueda de la fe con la totalidad de la vida. ¿Cómo sería si em­pezáramos a medir las cosas según el conocimiento y el amor por las Escrituras que tengan nuestros jóvenes, el uso de sus talentos y dones, su vocación, su disponibilidad para escuchar la voz de Dios y seguir sus instrucciones, los frutos del espíritu en sus vidas, y la profundidad y calidad de su servicio hacia otros?

Casi puedo oírte decir: “Kinnaman, ¿estás bromeando? ¿Cómo podríamos medir esas cosas?”Creo que es posible medir nuestros lo­gros, pero no de forma mecánica, sino desde el punto de vista de la relación y el aprendizaje. Un mentor conoce detalles íntimos acerca de los progresos de su protegido. Un padre con un discernimien­to efectivo tiene un sentido bastante cercano de lo que funciona y no funciona en la vida de un niño. Jesús mantenía un contacto lo suficiente estrecho con sus discípulos como para ser capaz de influenciar su fe y su ministerio. Jesús conoció a sus seguidores. Si nuestras iglesias son demasiado grandes para cultivar este tipo de conocimiento, entonces nuestros ministerios son probablemente demasiado extensos para discipular como lo hizo Jesús…

Nuestro trabajo en el Grupo Barría me ha permitido observar de forma muy cercana y personal el po­der que tiene un gran liderazgo para transformar las empresas re­zagadas, las iglesias y otras organizaciones. Y a pesar de que uno de los factores en el problema que le da título a este libro es que hemos tratado de hacer discípulos de manera masiva, esto no significa que las instituciones no son importantes o deberían desaparecer. Nada podría estar más lejos de la verdad. La realidad es que la reforma de nuestros colegios, escuelas, ministerios e iglesias locales jugará un papel importante en ayudar a la iglesia en la tarea de desarrollar una «nueva mentalidad». Ya sea que influyas en una organización chica, ministerio, iglesia o empresa sin fines de lucro, las decisiones sabias e intencionales pueden producir resultados diferentes y me­jores para la próxima generación. Necesitamos nuevos arquitectos para la formación de la fe dentro de nuestras instituciones establecidas.

Si eres un creyente de años, te motivo a convertirte en un mentor comprometido a alimentar la fe y la vida de un joven cristiano. Cuando pases tiempo con el adolescente o adulto joven que aseso­ras, no solo hablen de la Biblia (aunque eso es fundamental), sino reúnanse para disfrutar de la compañía mutua y la amistad. Man­tente atento a lo que es importante para tu aconsejado. Ayúdalo a ingresar a la universidad correcta. Prepárate para guiarlo a tomar las decisiones importantes, incluyendo las emocionales. Comparte con humildad tus luchas y tu sabiduría. Evita la impaciencia y la intención de controlarlo. Ayuda al joven a encontrar la visión única y el poder que Dios le da a su vida.

Si eres un padre de familia, cultiva tu propio sentido de la vocación y el llamado divino. Tu vida debe resonar con los ritmos de una vida que busca la presencia de Dios y su misión. Lamentablemente, muchos jóvenes no tienen ese sentido de vocación porque millones de padres cristianos tienen una visión de seguir a Jesús que implica solo ir a la iglesia cada semana. Nuestros chicos no pueden «imitar» lo que no tenemos o modelamos. Oro que Dios nos dé una visión para nuestra vida y la de ellos.

Si eres una persona joven, asume la responsabilidad por tu vida y tu futuro. Sin importar que seas un nómada, pródigo o exiliado (o estés en cualquier otra situación), Dios no ha terminado de trabajar con tu vida. Te insto a que abras tu espíritu imaginativo a una visión de la iglesia más grande, la que describió el escritor de Hebreos: una asamblea de los santos, pasados y presentes, los ángeles, Dios y Je­sucristo. Estás llamado a ser parte de esa asamblea, fortalecido por el poder del Espíritu Santo para trabajar hombro a hombro junto a tus hermanos y hermanas, a fin de servir y restaurar el mundo de Dios. Seguir a Jesús significa encontrar una vocación…

Espero que estas ideas prácticas conduzcan a tu comunidad, jóvenes y viejos, a tener visiones y sueños en cuanto a la obra que pueden hacer jun­tos.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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