La Dra. Rossana Reguillo Cruz, especialista en Ciencias Sociales, nos confirma este pensamiento al afirmar: “Preguntarse hoy por las culturas juveniles es preguntar por la lógica de cruces e imbricaciones en el plano de la cultura, de lo político, de la ética y de la estética. Entender lo que sucede hoy con los jóvenes no es tarea para la estadística”.

La realidad es que una de las características primordiales de las subculturas juveniles es su dinámica: sus constantes mutaciones, su corta durabilidad, sus ramificaciones permanentes, sus evoluciones sistemáticas.

Quizás solo podamos decir, quedando con la inquietud de pasar por alto esa tendencia que tenemos los adultos de etiquetar arbitrariamente—quizás como forma de comprender mejor—, que las subculturas juveniles están compuestas mayormente por jóvenes que van desde los 15 a los 30 años, pero con algunos integrantes mayores y menores, y aclarar que toda categorización que intentemos ha de ser provisoria e imprecisa.

Breve historia del estudio de las tribus

Históricamente, en los estudios de antropología, la palabra tribu se usaba para designar a “un grupo autónomo, social y políticamente, de extensión definida, de homogeneidad cultural y organización social unificada que habita en un territorio que le pertenece”.31 La tribu, entonces, representa lo antiguo, lo primitivo, en contraposición a la sociedad, la civilización y lo moderno. Las tribus de antaño eran pequeñas comunidades, agrupadas en clanes y ligadas por lazos económicos, religiosos, sociales y/o familiares.

Hoy, con la proliferación urbana, el concepto se reutiliza en la forma de agrupaciones mayormente juveniles que surgen como respuesta a distintas causas y estímulos (uno de ellos es la postmodernidad, que veremos en el capítulo 5).

El primer estudio serio del que se tiene cuenta, lo llevó a cabo la Escuela Sociológica de Chicago, allá por la década del treinta, en respuesta a temas marginales como el acoso de bandas delictivas, la prostitución, los famosos gángsters de esa ciudad. Por lo tanto esos primeros estudios y hasta la década de los 50 tuvieron una tendencia a acentuar la relación entre tribus urbanas y delincuencia. Pero no es hasta después de los años 60 que los antropólogos y sociólogos sitúan la fecha de surgimiento de las tribus urbanas tal como las conocemos hoy. En esos años el enfoque se centró más bien en su aparición debido a los conflictos intergeneracionales y la peculiar utilización del tiempo de ocio por parte de los miembros de las subculturas.

A continuación, la Escuela de Birmingham, a través de Stuart Hall (1983) en Resistance Through Rituals [Resistencia a través de rituales], emplea la noción de subculturas juveniles como operaciones de resistencia de los jóvenes de la clase trabajadora. A él se suma Dick Hebdige (1979), con su conocido libro Subcultura, el significado del estilo, en donde incursiona en el concepto de subcultura contemporánea al analizar los fenómenos del punk y otras tribus europeas.

Mientras tanto, en el año 1988, Michel Maffesoli (yo lo apodé “el padre de las tribus urbanas”), Director de Estudios en la Universidad de La Sorbona, trabajó sobre este concepto y acuñó oficialmente el término que hoy usamos, hablando así de un proceso de neotribalización en las sociedades de masa. El sociólogo plantea que el fenómeno oscila en una contradicción permanente, propia de la sociedad moderna, entre la masificación y la proliferación de “microsociedades” tendientes a inclinar la balanza para el otro lado. Estas microsociedades, como él las llama, aparecen relacionadas con las grandes urbes y surgen como una manera de compensar la atomización y la disgregación de ellas, ofreciéndoles pertenencia a los grupos y otras formas de socialización.

En una literatura ya más contemporánea, Pérez Tornero, Tropea y Costa (1997), afirman brillantemente lo siguiente:

Adolescentes y jóvenes solían ver en las tribus urbanas y en las patotas la posibilidad de encontrar una nueva vía de expresión, un modo de alejarse de la normalidad que no les satisface y, ante todo, la ocasión de intensificar sus vivencias personales y encontrar un núcleo gratificante de afectividad. Se trataba, desde muchos puntos de vista, de una especie de cobijo por oposición a la intemperie urbana contemporánea que, paradójicamente, los llevaba a la calle.

En su libro, Tribus urbanas, el ansia de identidad juvenil, ellos presentan una descripción bastante detallada de las características de las tribus urbanas en su región, nombrando entre algunas de ellas:

  • Un conjunto de pautas que reafirman la imagen a través del compromiso personal.
  • Una micro-mitología, un micro-relato que contribuye a la construcción de la identidad y aporta un esquema de comportamientos que les permite romper el anonimato.
  • Un conjunto de códigos, juegos y rituales que el individuo común no conoce ni maneja.
  • La apropiación de símbolos y máscaras irreverentes que le afirman la pertenencia grupal.
  • El look no convencional lleva implícita una actitud de resistencia a la sociedad, violenta o agresiva en algunos casos.

 Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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