Premisas equivocadas que se relacionan con el trabajo entre los jóvenes

Las premisas equivocadas llevan, de forma ineludible, a conclusiones erróneas. En muchas iglesias el trabajo dirigido a la juventud se construye en base a dos premisas que a nuestro juicio no son correctas pero que, no obstante, determinan el tipo de ministerio que se lleva a cabo.

La primera de ella es que todos los que están, son. Expresado de otro modo, damos por sentado que todos, o la mayoría, de los jóvenes que asisten a la iglesia o están relacionados con ella, son creyentes, nacidos de nuevo, y que tienen una relación personal con Dios. Como ya hemos visto, nada está más lejos de la realidad, especialmente cuando trabajamos con un grupo en el que la mayoría de los integrantes son hijos de creyentes de primera, segunda e inclusive tercera generación. Dar por sentado que son creyentes solo porque pertenecen a familias «que han estado toda la vida en la iglesia» o porque participan del grupo de jóvenes y de las actividades de la iglesia no es más que una equivocación dañina.

Puede ser el caso que estemos trabajando con jóvenes que se han conformado externamente a nuestro estilo de vida, adaptando ciertas pautas y normas morales de comportamiento, pero eso no significa que necesariamente hayan pasado por una transformación interior, por la conversión de su corazón, lo único que verdaderamente cuenta y vale ante los ojos de Dios. Muchos de esos jóvenes no pueden desarrollar un estilo de vida centrado en Cristo simplemente porque nunca han tenido una experiencia auténtica de conversión personal. Por tanto, no podemos dar por sentado que nadie sea creyente hasta que eso quede demostrado. Una de las principales tareas de la pastoral juvenil, al tomar conciencia de este problema, debería ser ayudar a los jóvenes a clarificar su experiencia de conversión. Como decimos en las iglesias en la que trabajamos: «A nadie consideramos creyente hasta que lo demuestre».

La segunda premisa equivocada ha sido orientar el trabajo juvenil hacia el mantenimiento o entretenimiento de los jóvenes, en vez de hacerlo hacia su crecimiento. Existen comunidades locales en las que lamentablemente el trabajo con la juventud no se considera como un auténtico ministerio, y mucho menos como una pastoral necesaria e imprescindible. El enfoque es más bien mantener o entretener a los muchachos y muchachas. Bajo esa premisa, se supone que cuánto más dinámico y entretenido sea el grupo juvenil, más jóvenes asistirán y más contentos se mostrarán.

Cuando los líderes juveniles caen en la trampa de percibir de esa manera el trabajo con los jóvenes, entran en una dinámica destructiva para ellos mismos y para sus grupos. Debido a que los jóvenes que pertenecen al grupo asumen el entretenimiento y el mantenimiento como el objetivo final de sus reuniones y encuentros, requieren que estos sean cada vez más dinámicos, más creativos, más divertidos. Los muchachos y las muchachas se convierten en exigentes consumidores de actividades, demandando más emoción y más creatividad en cada ocasión para continuar consumiendo los productos generados por el grupo de jóvenes. En consecuencia, los líderes entran en una dinámica en la que se ven forzados no solo a ofrecer siempre calidad sino a mejorarla constante e indefectiblemente. Como bien podemos suponer, eso crea una tensión y un estrés increíbles en la vida de los líderes. Cualquier descenso en la oferta produce una retirada por parte del público. Al no percibir que bajo ningún punto de vista el entretenimiento y el mantenimiento pueden convertirse en el propósito último de un grupo de jóvenes (aunque los incluya) los muchachos se transforman en exigentes consumidores, poco dispuestos al sacrificio y a pagar el costo que el discipulado implica.

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