Los estudiosos de la personalidad humana afirman que en el periodo de la adolescencia y la juventud temprana, la principal tarea que enfrentan los chicos es la formación de su propia identidad personal. Los adolescentes quieren alcanzar una identidad propia, quieren saber quiénes son, cuál es el propósito y el sentido de sus vidas. Ya no desean ser identificados por la pertenencia a sus familias; necesitan ser ellos mismos, y no el hijo de tal o la hija de cual.

Es un proceso normal, necesario y saludable. Ese proceso implica la necesidad de tomar distancia de los padres a fin de poder encontrarse con ellos mismos para contestar las preguntas antes enunciadas. La distancia permite adquirir una perspectiva que facilita la reflexión acerca de uno mismo. Ese distanciamiento no es únicamente físico: los hijos se vuelven menos cariñosos y propensos al contacto físico con los padres. Y, sobre todo, se trata de un distanciamiento ideológico, emocional, intelectual.

El joven necesita distanciarse de los valores de sus padres, de su forma de vivir, a fin de determinar si ese estilo de vida es válido para él. En esta época los jóvenes se cuestionan la fe. Tienen que decidir si incorporarán la fe de sus padres a su nueva y emergente identidad. Han de definir si la nueva fe incluirá como propia la religión, las creencias y los valores de los padres. No es posible desarrollar una fe madura sin pasar por un proceso de crítica y evaluación.

Durante el proceso de distanciamiento, el joven continúa necesitando a los adultos. El muchacho o la muchacha mira a su alrededor en busca de marcos de referencia. Esos «marcos» son personas o instituciones a los que el joven acude para, por medio del contraste, la imitación, la confrontación, el diálogo, ir formando su propia y nueva identidad. Si queremos utilizar una expresión más corriente, podríamos afirmar que se trata, simple y llanamente, de modelos.

Hasta ese momento, la escuela, la familia y la iglesia constituían el marco de referencia por excelencia. Sin embargo, todos los expertos concuerdan en afirmar que los marcos tradicionales están en franca decadencia y comienzan a ser sustituidos rápidamente por otros distintos, por nuevos modelos. (Este apartado se desarrolla con más amplitud en el módulo dedicado a la pastoral del adolescente. Aquí, por tanto, solo hacemos menciones sucintas). Los nuevos modelos les son transmitidos a los jóvenes por sus propios amigos y por los medios de comunicación.

Queremos resaltar aquí la alarmante falta de buenos modelos para nuestros jóvenes que se da en muchas comunidades locales. La iglesia puede ayudar bastante a la familia. Proveyendo buenos marcos de referencia para los jóvenes, por ejemplo, especialmente durante este periodo tan crítico en el que ellos se distancian de sus familias en medio del proceso de búsqueda de la propia identidad personal. Los muchachos y las muchachas miran a su alrededor en busca de adultos significativos que puedan proveerles ejemplo y un modelo para imitar.

Sin embargo, no siempre sucede eso. Con demasiada frecuencia faltan personas que tengan bien integrada la fe a la vida cotidiana y puedan constituirse en un marco de referencia adecuado para la juventud. Faltan líderes de jóvenes con un buen diálogo entre la fe y la cultura, líderes que no solo les presenten a los jóvenes un enfoque moral sino que estén en condiciones de ofrecerles una auténtica cosmovisión, es decir, una interpretación verdaderamente cristiana del mundo y la vida.

Suele suceder en algunas iglesias evangélicas que los jóvenes solo encuentren contradicciones y marcos de referencia pobres, inmaduros y poco atractivos cuando buscan modelos a imitar. Eso nos plantea un increíble desafío: la necesidad de desarrollar buenos modelos en nuestras comunidades, en especial entre los líderes y otras personas que influyen sobre la juventud. Precisamos encontrar personas cuyas vidas sean dignas de imitar por parte de nuestros jóvenes.

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