Otra cara del efecto de la postmodernidad en las tribus urbanas es el caso de la mutación de los punkies. Sabido es que el movimiento punk nace en la década de los 70, principalmente en Inglaterra y se traslada rápidamente a los Estados Unidos, adoptando ciertas características de sus pares y descartando otras. Aquellos primeros punks que no tardan en hacerse conocer por las crestas de colores, las tachas, alfileres de gancho atravesándoles las orejas, los pantalones ajustados y las camperas de cuero; aquellos punks del “No future” y del “Sin Dios, ni amo, ni patria”, los Sex Pistols, The Clash y Joey Ramone, distan bastante de los nuevos punks.

Bajo el efecto de la pócima de la postmodernidad, los rebeldes modernos asumen otras características: reniegan del estereotipo punk, aceptan a las estrellas de pop adolescente, rechazan el sexismo y dejando de lado la violencia, pueden llegar incluso a comulgar con ciertas consignas pacifistas. ¿Habrá llegado el tiempo en que la polarización entre los hippies y punks finalmente se reconcilie? Para nada. Estos neopunks proponen no usar la violencia, pero tampoco ser indiferentes a la resistencia y la lucha. “Cuando alguien se impone—dice Iván Guede, del grupo punk Fuerza y Convicción—hay que refutarlo con argumentos, manifestar la rebeldía usando la cabeza”.

Si es el fin de la violencia, también es el fin del atuendo típico. Estos punkies ya no usan estrictamente los clásicos borceguíes, los pantalones de combate ni las tachas. Se bajaron las crestas y adoptan un look más común, no tan llamativo. La imagen ya no importa tanto como los principios; esos sí, no se negocian.

El postmodernismo no solamente fomenta una espiritualidad y un misticismo profundo, como en el caso anterior de los góticos, sino que de la mano de la intensa defensa de la libertad, se exacerban las pasiones carnales desordenadas. Y este es el punto: estos nuevos punks no solo se animan a tirar por la ventana tradiciones musicales y estéticas, sino que además se atreven a innovar en el plano de la ambigüedad sexual.

Ya no más “machotes”, temibles y agresivos, los queerpunks están a la vanguardia! Los homocore (homosexuales y hardcore) llegaron para quedarse! Pero no son los homosexuales típicos—gays y lesbianas incluidas—, porque no solo reniegan del estereotipo del punk tradicional, sino también del modelo homosexual popular.

Haciendo un poco de historia, ya en los orígenes del punk se ven algunas vetas de androginia, con Iggy Pop usando ropas de mujer en sus recitales, al igual que los New York Dolls. En los 80 el punk se divide en subgrupos y muchas bandas eligieron el hardcore, donde lo masculino se exalta hasta adoptar una estética casi militar. En ese punto no hubo escapatoria para los punks de tendencias homosexuales: o volcarse al pop, estilo característico de los gays, o crear un nuevo estilo de “punkicismo”.

En la recreación de ese estilo propio, se han armado de medios de expresión como ser las denominadas fanzines rosadas (revistas especializadas propias de la subcultura), de las cuales Homoxidal 500 y Drag son algunos ejemplos. También estos punk-gays tienen sus sellos discográficos particulares.

Rafael, productor de Homoxidal 500 expresa lo siguiente:

El queerpunk no pretende ni busca la igualdad con nadie (…). La reivindicación de la diferencia está dirigida tanto al mundo heterosexual como al homosexual. No se trata de que ‘queremos ser como’, sino de que ‘somos distintos’, incluso del mundo gay tradicional.

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