Teoría de los rasgos.

Con el advenimiento de la escuela de psicología de la conducta a principios de 1900, los investigadores comenzaron a reexaminar la teoría de los grandes hombres y la semilla de esa teoría floreció como una consecuencia lógica en la teoría de los rasgos. Si se admitía que la personalidad era la clave del liderazgo, resultaba natural que se intentase definir y delimitar sus características. Producto de eso fue el llamado enfoque de cualidades de liderazgo, que señalaba que estas se pueden adquirir por la experiencia y el aprendizaje. El auge de la teoría de los rasgos se podría situar entre los años 1930 y 1950.

Los rasgos son aspectos de la personalidad: características físicas e intelectuales, cualidades, y atributos que solamente poseen algunas personas; debido a ello se convierten en líderes. El intento general de esta escuela fue llegar a encontrar un perfil ideal, un conjunto de rasgos y cualidades personales, que pudiera definir realmente al líder.

Se confeccionaron más de 106 listas de rasgos, se definieron más de 1000 rasgos, pero no se llegó a ningún acuerdo con respecto a cuáles son los más adecuados para todas las situaciones. Rara vez, por no decir nunca, dos listas concuerdan en las características que debe mostrar un líder eficaz. En 1940, un investigador examinó 20 estudios experimentales sobre el liderazgo y encontró que solamente un 5% de los rasgos y características de personalidad eran propias de los líderes. Se ha demostrado que no se puede hacer una lista universalmente aceptable que incluya los factores comunes que definen a los líderes.

Pero aunque se ha probado que no existe un conjunto de rasgos propios del líder ideal, es frecuente que dentro de las iglesias le otorguemos roles de liderazgo a gente en la que percibimos rasgos de líder. Eso, según el estereotipo que nos hemos hecho de cómo debe ser un líder: alguien físicamente atractivo, con carisima, que de alguna manera impresione a los demás, que tenga «éxito» o dinero, y que ejerza influencia sobre otros. No se tiene en cuenta su madurez en Cristo. Se nos olvida que este perfil más se parece al de Saúl, que era buen mozo y apuesto como ningún otro israelita (1 Samuel 9:2) pero al que Dios rechazó como líder de su pueblo. Este perfil no se asemeja, en cambio, al de Jesús, de quien se nos dice: No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable (Isaías 53:2).

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

Lee Para Líderes – Teoría de los Tipos de Liderazgo

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí