La segunda categoría de desertores consta de los jóvenes que abando­nan la fe juvenil y de su niñez por completo. Esto incluye a los que se «desconvierten» (incluyendo a ateístas, agnósticos y «los que no son nada», aquellos que dicen que no tienen ninguna afiliación religiosa) y a los que se cambian a otra fe. Por el bien de la simplicidad, me re­fiero a ambos como pródigos.

Los puntos de vista de los pródigos en cuanto a los cristianos y la iglesia resultan muy variados. Mayormente dependen de cómo han sido sus experiencias: positivas o negativas. Muchos pródigos están siendo muy sutiles y lógicos en las razones de su alejamiento. La ma­yoría de ellos están más definidos y comprometidos con su distancia- miento del cristianismo que con su perspectiva espiritual actual. En otras palabras, una de las características formadoras de la identidad de los pródigos es que ellos dicen que ya no son cristianos. Mientras los nómadas pueden brincar de iglesia en iglesia o de inactivo a acti­vo, el típico pródigo se muestra muy firme a su «no fe» o defiende una fe completamente diferente.

Nuestra investigación encuentra que muchas experiencias ne­gativas de los pródigos con el cristianismo van más profundo. Por ejemplo, un pródigo cantautor, David Bazan, integrante previo de la banda Pedro The Lion, es un cristiano «desconvertido». Su primer álbum como solista, Curse Your Branches (Maldice tus ramas) (2009), fue criticado como «disco para una ruptura desgarradora; excepto que él está rompiendo con Dios, Jesús y la vida evangélica».

En una entrevista acerca de esta jornada lejos del cristianismo, Bazan describe la devastación de dejar la fe: «Es como si tuviera que pasar mi vida con un bisturí. ¿Qué debo de cortar? Mi identidad com­pleta desde que tenía veinticinco años estuvo entrelazada por entero con la fe cristiana». Y más tarde en un artículo declara: «Mis padres fueron las más grandes influencias [espirituales]. Sus expresiones de cristianismo, amor, servicio y compasión en realidad me impactaron. Ellos son personas profundamente éticas y compasivas. Si no hubiera sido por su ejemplo auténtico, habría desertado del cristianismo mu­cho antes de lo que lo hice».

En cuanto a la crítica que ha recibido de sus seguidores cristia­nos, Bazan comenta: «Lo que he hecho es imperdonable para algu­nos: uno no debe romper filas. Sin embargo, en el arco más largo de la fe, creo que lo que he hecho cae en la tradición de las personas mostrándole sus puños a Dios».

El término pródigo se remonta a la famosa historia que Jesús contó del padre con sus dos hijos (Lucas 15:11-32). El hijo me­nor, como dice la parábola, se convierte en pródigo cuando deja la casa de su padre y malgasta su herencia en fiestas y una vida aloca­da. Sí, el pródigo en la narrativa de Jesús regresa a casa, y esa es la esperanza que podemos tener para los pródigos del día de hoy. Sin embargo, por ahora se encuentran perdidos, desconectados de la fe de sus padres. Recientemente escuché a una mamá describir a una de sus hijas de la siguiente manera: «Janey es nuestra pródiga. Y rompe nuestro corazón».

El hecho de que muchos pródigos modernos no sean un com­pleto fracaso, como el hijo en la parábola de Jesús, no minimiza los sentimientos de ansiedad y dolor experimentados por los padres, los líderes de la iglesia y los maestros de religión que dejan atrás. Es mi deseo que, a medida que vayamos conociendo los dos gru­pos distintos de pródigos y su razón para irse de «casa», podamos responder con la paciencia y la compasión que mostró el padre en la parábola de Jesús.

Bazan es un ejemplo de la primera clase de pródigos, aquellos que llegan al punto donde el cristianismo es intelectualmente insos­tenible. Podríamos llamarlos «pródigos conducidos por la razón», ya que sus motivos para abandonar la fe son racionales y muchas veces bien justificados, incluso si muchos de ellos al mismo tiempo se sienten heridos por sus experiencias en la iglesia.

Los «pródigos conducidos por el corazón», por otro lado, ejem­plifican de un modo más completo el concepto de pródigos, con todo lo que el término implica. Ellos son personas jóvenes cuya fe se agotó de una forma extrema, usualmente como resultado de he­ridas profundas, frustración, enojo, o su propio deseo de vivir la vida fuera de los límites de la fe cristiana. Ellos expresan su rechazo al cristianismo de su niñez en términos emocionalmente fuertes y pueden sentirse amargados o resentidos muchos años después de abandonar el redil.

Con frecuencia, los pródigos conducidos por la razón se de­finen a sí mismos por sus nuevas decisiones de fe, mientras que los pródigos conducidos por el corazón se enfocan en su denuncia del cristianismo. También parece haber algo sin terminar o resol­ver con relación a los pródigos conducidos por el corazón, como si su llama espiritual pudiera volver a encenderse en cualquier mo­mento; los pródigos conducidos por la razón, en contraste, parecen estar más convencidos, tal vez hasta resignados, en cuanto a su distanciamiento de la fe.

Como podrías esperar, muchos pródigos mantienen una mez­cla de factores conducidos por el corazón y la razón que los guían lejos de la fe. Ambos tipos de pródigos (y los nómadas también) a menudo los combaten con sexo, consumo de alcohol o abuso de drogas. Nuestra investigación no nos permite determinar si estos factores son causados por el vagar religioso o por una búsqueda sintomática más profunda de significado.

He aquí algunas características del modo de pensar de un pródigo:

  • Han desestimado volver a la iglesia. Se sienten profunda­mente heridos por la experiencia de la iglesia y no piensan volver jamás.
  • Sienten niveles variados de resentimiento hacia los cristianos y el cristianismo. Muchos todavía tienen cosas positivas que decir acerca de personas específicas (como sus padres), pero el sentir general de sus percepciones es negativo.
  • Se han mudado del cristianismo. Los pródigos se describen a sí mismos como «terminados» con el cristianismo, y solo decir esto no tiene ningún sentido para ellos. Sus necesidades espirituales, tal cual ellos las perciben, se están satisfa­ciendo en otro lado.
  • Sus remordimientos, si los tienen, usualmente se centran en sus padres.
  • Opinan que han escapado de las restricciones. Muchos pródi­gos consideran que el cristianismo que han experimentado los ha mantenido atrapados en una caja o ha demandado que se conviertan en alguien diferente a su ser verdadero. Ellos experimentan el hecho de irse como libertad.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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