Los efectos del amor ágape.

No sería apropiado acabar este apartado sin mencionar, aunque sea de forma breve y sucinta, los efectos que el amor ágape produce sobre las personas.

1) El amor ágape transforma a las personas.

Nosotros mismos somos una evidencia de que el amor de Dios, su amor ágape, nos ha transformado. Las Escrituras afirman rotundamente que amamos a Dios debido a que él nos amó primero (1 Juan 4:19). ¿Sería acaso una barbaridad afirmar que ha sido la comprensión del amor inmerecido de Dios hacia nosotros lo que nos ha hecho volvernos a él en arrepentimiento? Es cierto que no todo el mundo responde al amor de Dios. Pero también es verdad que aquel que lo entiende y acepta resulta transformado, como el hijo que regresó a casa. Su vida ya nunca más fue igual.

2) El amor ágape acepta a las personas.

Aceptar es admitir y acoger. Por su naturaleza, este tipo de amor se brinda aun antes de que la otra persona cambie; se ofrece de forma desprendida sin esperar nada en absoluto a cambio. En eso radica su poder milagroso. Porque cuando uno se siente aceptado de manera incondicional, tal y como es, entonces se generan la libertad y la fuerza capaces de llevar a cabo el cambio en el estilo de vida. ¿Por qué los contemporáneos de Jesús se acercaban a él? ¿Por qué sus vidas se transformaban de forma tan radical? Sin duda, porque el amor de Jesús se plasmaba en una aceptación incondicional.

3) El amor ágape nos da la capacidad de amar a otros.

Aquel que ha experimentado el amor inmerecido e incondicional de Dios puede amar a otros. Entiende la afirmación de Jesús referida a que hemos recibido de pura gracia y de pura gracia hemos de dar (Mateo 10:8).

Entrega y servicio

El educador ha de mostrar entrega al joven como persona, y prestar atención a sus necesidades. Debe sentir una genuina preocupación por él, por su maduración, por su desarrollo y su crecimiento. Asumir la actitud de ayudarlo y motivarlo constantemente. El educador ha de tener total disponibilidad hacia sus discípulos. Servir significa no preocuparnos tanto por nuestras necesidades como por de las de los jóvenes. No exigir tiempo sino darlo. No demandar atención sino ofrecerla desinteresadamente. Implica darnos a nosotros mismos sin esperar reconocimiento.

Oración

Muy a menudo, Pablo oraba por sus discípulos. Basta leer el comienzo de varias de sus epístolas para comprobarlo (Efesios 1:15-23; Filipenses 1:3-11; Colosenses 1:9-14; 2 Tesalonicenses 1:12-13). El apóstol oraba por el crecimiento personal de ellos, para que fueran llenos de Dios y del conocimiento de su voluntad, para que caminaran de una manera digna del Señor, para que pudieran experimentar su poder y por un sinfín más de motivos. Debemos orar por los jóvenes y con los jóvenes. Debemos orar por sus necesidades y problemas, dar gracias a Dios por sus cambios y crecimiento. Una buena parte de nuestro trabajo como educadores se realiza a solas con Dios por medio de la oración por nuestros discípulos.

Amistad e intimidad

Haz que el joven no sea tan solo tu discípulo sino, en la medida de lo posible, también tu amigo. Sé alguien en quien el joven pueda confiar. Todos necesitamos personas en las que confiar, descansar y con las cuales ser nosotros mismos. Desarrolla amistad e intimidad con los jóvenes. Según tus posibilidades, diviértete, practica deportes, pasea, ve al cine o realiza cualquier otra actividad con ellos.

En todo proceso educativo, lo que representamos emocionalmente para la persona a la que estamos educando condiciona lo que podamos enseñarle y el impacto que logremos producir en su vida. Las barreras emocionales entorpecen la educación; la amistad puede demolerlas y derribarlas.

Cuando existe amistad, puede haber intimidad y cuando hay intimidad, podemos llegar al auténtico ser de las personas. A lo que denominamos su corazón, a la persona real. Cuando nos aproximamos a la persona real es que podemos comprender sus necesidades, entender sus respuestas y reacciones. Entonces estamos en condiciones de ayudarla a crecer y a madurar. La intimidad debe producirse por la decisión de los dos individuos. Si esperamos que un discípulo nos abra su corazón, hemos de abrir el nuestro, en actitud recíproca, y mostrarnos tal y como somos.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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