C. ESPERAR DEMASIADO POCO

Un tercer problema encontrado en muchas iglesias y familias es es­perar demasiado poco de la próxima generación. Este es un asunto que se señala en el libro Almost Christian, de Kenda Creasy Dean. En una reseña del libro, Eve Tushnet establece el siguiente contraste entre las expectativas puestas en los adolescentes protestantes y los adolescentes mormones.

Los padres (protestantes) que demuestran, con sus palabras o sus ac­ciones, que los principios y prácticas de su fe son vagos, poco impor­tantes, o solo están tenuemente relacionados con la vida cotidiana, producen adolescentes cuya fe es vaga y marginal, siendo improba­ble que le den forma a sus acciones y planes de manera significativa. Los padres que piden poco de sus hijos en términos de formación de fe, pero mucho en términos de, por ejemplo, entrar en una buena universidad, hacen una declaración acerca de las prioridades que sus hijos siguen y en las cuales confían. Iglesias, ministerios de jóvenes y grupos similares que intercambian el «enviar a los jóvenes afuera» por «llevar a los jóvenes adentro» terminan con adolescentes que piensan que la iglesia está bien, que es un buen lugar para ser «bueno». Y que luego dejan la iglesia para actuar justo como todos sus amigos.

Los mormones, por el contrario, desafían a sus adolescentes y les exigen tiempo, estudio y liderazgo. Los padres mormones se levan­tan al amanecer para repasar la historia de su iglesia y la doctrina con sus hijos. Más de la mitad de los jóvenes mormones en el estu­dio había realizado una presentación en la iglesia en los últimos seis meses. Con frecuencia compartieron testimonios públicos y sintieron que les habían dado un cierto grado de poder de decisión dentro de su comunidad. Ellos elaboran sus planes para el futuro inmediato en torno a fuertes presiones culturales en cuanto a los viajes misiones y el matrimonio.

En nuestra investigación encontramos evidencia clara de que muchos padres e iglesias tienen expectativas con relación a los jó­venes que son demasiado bajas o están muy motivadas por las ideas culturales acerca del éxito. A menudo malinterpretamos la partici­pación de la juventud en la iglesia como un crecimiento en la fe. Sin embargo, la atracción del adolescente a la más reciente novedad de la iglesia puede ser un indicador engañoso de éxito. El entusiasmo de los adolescentes en la iglesia, su disposición a asistir, y los amigos y las conexiones sociales que establecen en la congregación no son sinónimo de crecimiento espiritual. No debemos equiparar la asis­tencia de los jóvenes a los programas con el discipulado.

No solo tendemos a esperar muy poco de nuestros jóvenes, sino que también esperamos muy poco de nosotros mismos, y esas ba­jas expectativas se desbordan hacia nuestros estudiantes. Si la fe en Cristo no está formando cada faceta de nuestra vida, transformán­donos en personas que aman a Dios con corazón, alma, mente y cuerpo (Lucas 10:27), ¿por qué habríamos de esperar más de la próxima generación?

D. LA CANTIDAD POR ENCIMA DE LA CALIDAD

Una cuarta práctica que contribuye a la fe superficial es el hecho de que muchos de nuestros ministerios juveniles se centran exclusiva­mente en el número de asistentes en lugar de medir el crecimiento y la transformación espiritual. Hacemos hincapié en la cantidad so­bre la calidad. Le referí parte de esta investigación a mi amigo Jon Tyson, que ahora es pastor en Nueva York. Durante muchos años este australiano trabajó como pastor de jóvenes en Nashville. Re­cientemente, mientras le explicaba los hallazgos de nuestra investi­gación, sugerí que algunos grupos juveniles grandes en realidad les hacen daño a las almas jóvenes debido a la adopción de un enfoque de «factoría» para el desarrollo de la fe.

—No es malo tener grandes grupos de jóvenes, por supuesto —le dije—. Puede resultar un buen ministerio. Sin embargo, se tra­ta en realidad de los problemas de aprendizaje. ¿Están los jóvenes aprendiendo a vivir como Cristo o simplemente vienen d ver : -ms amigos y escuchar a un orador entretenido?

Jon me miró fijo. Pensé que seguro lo había incomodado, pero luego indicó: —He tenido que arrepentirme de centrarme en mí mismo y en mi propio éxito. He llegado a darme cuenta de que estaba más preocupado subconscientemente por la cantidad de adolescentes que se encontraban en la habitación que por cuántos querían llegar a ser como Jesús. Varias personas han venido a mí desde entonces y me han dicho que la amplitud de nuestro grupo de jóvenes terminó por empujarlos lejos de Dios. No lo podía creer al principio. Pero Dios me ha mostrado que mi propia ambición por el éxito en reali­dad le hizo daño a mi ministerio. Luego agregó: —Ahora estoy enfocado en establecer relaciones profundas con mucha menos gente joven.

Si te cuesta creer que el tamaño importa, piensa en el campo de la educación. Existe evidencia considerable de que el tamaño de la clase es uno de los principales factores en la efectividad de los ambientes de aprendizaje. Es decir, las clases pequeñas aumentan la calidad de la educación. ¿Por qué asumimos entonces que las mis­mas reglas no se aplican a la formación en la iglesia para los adoles­centes y adultos jóvenes? Me doy cuenta de que existe cierto debate acerca de esto. Aún más, la mayoría de las universidades pequeñas promueven tamaños reducidos de clases y proporciones entre pro­fesores y alumnos más pequeños como un beneficio de este tipo de configuración universitaria.

O imagina que estás comenzando una nueva carrera. ¿Preferi­rías asistir a una serie de conferencias con otros cientos de nuevos empleados o ser guiado por un veterano de veinte años de expe­riencia en el sector elegido? Sin embargo, en algún momento, mu­chos de nosotros decidimos que más grande es mejor. Hemos ele­gido las grandes cifras de asistencia por encima de las vidas jóvenes formadas en el «aula» de un discipulado profundo.

La verdad es que resulta mucho más fácil organizar programas para grandes grupos que ser mentor de todos y cada uno de ellos en un maduro y holístico caminar con Dios. Si nuestras iglesias son demasiado grandes para proporcionar ese nivel de enfoque de vida a vida, ¿podremos hacer crecer a la próxima generación de discípulos de Jesús?

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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