Para entender mejor la diferencia entre la autoridad formal y la moral, veamos un ejemplo bíblico. Nicodemo (el fariseo que vino a visitar a Jesús en Juan 3) era una de las setenta personas más influyente del pueblo judío, y, como miembro del Sanedrín, ayudaba a gobernar la nación. En contraste, Jesús no tenía ningún oficio religioso, ni tampoco categoría alguna.

No cabe duda de que Nicodemo tenía más autoridad formal que Jesús. A pesar de ello, cuando los dos se encontraron Nicodemo comenzó la reunión dirigiéndose a Jesús como «Rabí», que quiere decir maestro. Jesús poseía una autoridad interna que nadie, ni siquiera sus detractores, le negaban.

En realidad Jesús poseía ambas autoridades. La formal, conferida por Dios: Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él. ¡Escúchenlo! (Mateo 17:5). Y la moral, que él mismo se había ganado: La gente se asombraba de su enseñanza, porque la impartía como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley (Marcos 1:22).

Lo que nos gana el respeto de una persona tal vez no logre lo mismo con otra. Pero hay cualidades que son dignas de respeto en cualquier líder. Si la gente no lo respeta, demuestra que la falta está en ella y no en el líder. Consideremos tres rasgos distintivos que inspiran un respeto que resulta en autoridad moral: mostrar un espíritu de servicio, tener un corazón compasivo y ser un modelo digno de imitar.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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