Rich Van Pelt : Uno de mis mayores temores, como estudiante de seminario, era darme cuenta que, eventualmente, sería llamado para ayudar a las personas a enfrentarse con la muerte. La temida llamada llegó tarde una noche mientras el pastor general estaba de vacaciones. Una anciana de la iglesia fue diagnosticada a no pasar la noche con vida. Los miembros de la familia estaban en camino hacia el hospital y esperaban que pudiera reunirme con ellos allí. Llegué al hospital antes que la familia y justo momentos antes que la mujer muriera.

Nunca olvidaré la experiencia. Tuve el increíble privilegio de orar por esta querida hermana mientras la veía deslizarse de esta vida a la presencia de aquel a quien ella había servido ya por tantos años. Sentí humildad por haber podido compartir ese momento. También sentí pánico al ser el que tendría que informar a la familia de su muerte. Sospecho que mi rostro contó la historia antes de que abriera mi boca. Mi voz tembló al decir: «La abuela se fue llena de paz; no tuvo dolor». Lloramos juntos, y luego invité a la familia para que fuéramos a la habitación de la abuela donde derramamos más lágrimas, algunas memorias, y una oración, dando gracias por su vida y la manera en que había tocado a todos los presentes. El éxtasis y la agonía del ministerio… el seminario no me preparó para esto.

Es posible que seas llamado para llevar la noticia que alguien amado o un amigo cercano falleció. Aquí hay algunas recomendaciones:

Trata de compartir la noticia personalmente. No utilices el teléfono, a menos que hayas agotado todas las otras posibilidades.

Considera otras opciones cuando estés demasiado lejos para compartir en persona esta noticia. Llama a un pastor o a un laico que tenga una relación con la familia o amigos, y pídele que vaya a la casa o al lugar de trabajo en nombre tuyo.

Comparte los hechos básicos de manera directa. La gravedad de tu mensaje probablemente será comunicada en tu comportamiento mucho antes que las palabras sean dichas. Provee detalles únicamente cuando te los soliciten. Tomará tiempo para que la realidad de lo que acabas de compartir haga sentido. Reconoce que las personas responden a la tragedia de diferentes maneras.

Quédate con los sobrevivientes. Después de haber compartido las noticias, quédate con los miembros que siguen vivos de la familia o con los amigos hasta que te sientas seguro que se encuentran estables y listos para funcionar. Si simplemente debes irte antes de sentir esa confianza, pídele a otro consejero que permanezca con ellos.

Se sensible a su necesidad de privacidad. Algunas personas tienen dificultad de desahogarse frente a otros. Ofrécete para esperar en otro salón, o sugiere que sencillamente estarás afuera si te necesitan.

Busca formas prácticas de ayudar. Ofrece tu ayuda para hacer llamadas telefónicas, arreglos de funerales, transporte, comidas, y luego involucra a otras personas de ministerios de ayuda de tu comunidad espiritual.

PLAN DE ACCIÓN: PREPARA A LOS JÓVENES PARA LA MUERTE

Vivimos en una cultura que niega la muerte. Prepara a los jóvenes para la posibilidad de la muerte que se asoma al:

  • Hablar con simpleza de la muerte cuando enseñas.
  • Llevar a jóvenes —a uno o dos a la vez— a funerales y hablar luego acerca de sus percepciones.
  • Llevar a unos pocos jóvenes de vez en cuando a visitar una capilla de funeral, y ver el féretro. Para muchos jóvenes este será su primer encuentro con un cuerpo muerto. Puede sonar morboso, pero cuando les invitas a preguntar y quitas el mito de sus falsos conceptos acerca del proceso, las discusiones acerca de la muerte y la eternidad tendrán un nuevo sentido.

ETAPAS DEL DOLOR ANTE LA PÉRDIDA.

Enseña las etapas del dolor ante la pérdida articuladas por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, regateo, depresión, y aceptación. Preparar a los jóvenes para dolerse con aquellos que sufren pena también los prepara para su inevitable dolor.

Negación. Una respuesta inicial muy común a las noticias del fallecimiento de alguien es negar la posibilidad; como si creyéramos que nuestra negación hiciera que la pérdida despareciera. Los servicios funerales van en la línea de finalizar el conocimiento de lo que realmente ocurrió; allí está el cuerpo de nuestro ser querido en esa caja. Esto no es para decir que un servicio en memoria de alguien no beneficie en esa misma función. Lo importante es reunirnos y reconocer la pérdida juntos.

Ira. Ira sobre el abandono. Ira hacia la persona que causó la muerte prematura. Ira autodirigida. Ira hacia la persona fallecida. Ira contra Dios. Somos más útiles cuando creamos un ambiente en el cual las personas tienen permiso de verbalizar su ira como parte normal de atravesar la pena.

Regateo. Mantente alerta al intento de alguien, especialmente los jóvenes, de regatear con Dios. «Dios, si me devuelves a mi madre, prometo nunca desobedecer de nuevo». La esperanza de que puedan tener aun el más remoto control sobre el regreso de un ser querido, es todo lo que algunos jóvenes tienen para abrazar. El regateo es una reiteración desesperada de la negación.

Depresión. El entumecimiento que puede proteger a las personas al inicio de la pena puede atraparlos luego según la magnitud de la pérdida va penetrando. Parte de esto es la percepción que todos los demás lo superaron y una persona está sola en esto. Allí es cuando tu presencia puede ser lo más significativa. Mantente al tanto.

Aceptación. La resolución ocurre en su momento. Poco a poco las cosas vuelven a lo normal. Aún existe un vacío donde el amor perdido debería estar, pero es posible funcionar sin el mismo.

Extracto del libro Cómo Ayudar a Jóvenes en Crisis.

Por Jim Hancock y Rich Van Pelt

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