Hay una pregunta para la que todo líder de jóvenes necesita tener una respuesta clara y perfectamente definida: ¿Cuál es el propósito del trabajo que llevo a cabo con los jóvenes y adolescentes de mi congregación? Esta pregunta nos hace pensar en finalidad, en razón de ser, en sentido, en dirección de trabajo. Despierta en nuestras mentes la necesidad de contestar el interrogante: ¿Para qué sirve y qué persigue el ministerio con la juventud en nuestra iglesia o comunidad local?

Por más obvia que la pregunta parezca, muchos líderes juveniles no tienen una respuesta. Tampoco muchos líderes adultos, pastores, ancianos y diáconos pueden responderla. En muchas ocasiones simplemente se repite lo que siempre se ha hecho, se copia, se imita, se clona, pero se ignora la razón última y el por qué de todo aquello que se lleva a cabo.

Piensa por un momento. ¿Cuál es el propósito último del grupo de jóvenes con el que estás trabajando? Trata de resumirlo en una única frase, en un lema, en una declaración de propósito o misión.

Una vez definido ese interrogante, la respuesta nos lleva rápidamente y de forma natural a una nueva pregunta: ¿Por qué es importante y necesario tener un propósito último en nuestro trabajo con los jóvenes? Se han dado numerosas respuestas a esta pregunta. Sin embargo, vamos a enfatizar tres razones por las que resulta necesario tener un propósito último a la hora de encarar y llevar a término todo el ministerio de la pastoral juvenil en la iglesia local.

El propósito nos da un sentido de dirección

Existe un dicho español que afirma, «A quien no sabe adónde va, cualquier camino le sirve». Es cierto. Cuando no tienes una idea clara del lugar al que deseas llegar, carece de toda importancia el camino que elijas. Contrariamente, cuando sabes lo que deseas obtener y hacia dónde quieres ir, te das cuenta de que no todos los caminos son adecuados. Tener un propósito último en el trabajo educativo con los jóvenes le da un sentido de dirección a todo lo que hacemos. El propósito último es como el destino final de nuestro viaje.

Otra buena ilustración sería comparar el propósito último con un blanco hacia el que disparamos todas nuestras flechas educativas. Cuando participas en un concurso de tiro, sea con arco o con armas de fuego, necesitas un blanco, una diana hacia la que disparar. La diana permite concentrar el fuego en una dirección concreta y específca. El blanco permite saber hacia dónde debemos apuntar y disparar. ¿Puedes imaginarte una competición en la que ninguno de los tiradores tuviera un blanco hacia el cual disparar?

La carencia de un blanco, o una diana, no significa que no puedas disparar, simplemente pone de manifiesto que aunque dispares no vas a conseguir absolutamente nada. Tus disparos se perderán en el vacío, en el mejor de los casos, o herirán a alguien, en el peor.

Piensa por un momento en los israelitas caminando durante cuarenta años por el desierto sin ningún destino final al qué llegar. Caminar… ¡sí que caminaron! Sin embargo, no llegaron a ningún lado. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año, dieron vueltas y más vueltas sin arribar a una meta final. ¿Puedes imaginar el desánimo, el cansancio, la frustración, la falta de motivación que aquello debía producir en el pueblo? ¿Cómo se sentirían esas personas al comprobar que pasaban una y otra vez por el mismo sitio y no había ninguna esperanza de llegar a la tierra prometida?

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