Pero hablando de cómo se construye la identidad en base a la ropa, los accesorios y el maquillaje, la chica gótica de la cual hablé en el capítulo anterior nos cuenta su experiencia:

Yo empecé con mi hermana a pintarme, cuando acá [en su ciudad] todavía no había nadie que se pintara de esa manera, que fueran tan audaces y salieran a la calle así. El cambio empezó por mí. Yo lo vi en un video; escuché la música y me gustó.

Vas incorporando cosas, cadenas, ropa, te vas “armando” tu imagen. Y te sentís identificada y te regusta el cantante y empezás a vestirte igual; no te das cuenta y te va llevando. Toda la ropa que tenía era negra, nada de color; era como un uniforme. Me pintaba la boca de negro, te estoy hablando de hace bastante tiempo, cuando nadie andaba así. La idea era salir y llamar la atención y conocer gente “copada”.

Recuerdo haber conocido a Marian en su época de dark furiosa. Junto con su hermana menor, Cinthia, y su hermano, Matías, iban a la iglesia con la onda “Morticia”, de Los locos Adams: toda la cara blanca y los labios negros, las uñas negras y el pelo renegrido (creo que se lo teñían para que les quedara más oscuro), cadenas, cruces y todo lo demás. Habían crecido en un ambiente cristiano, su familia era parte del liderazgo de la iglesia. De pronto, al llegar a la adolescencia, se aburrieron de algunas cosas y empezaron a probar “otra onda”. Comenzaron por vestirse de negro y ver qué efecto producía en los demás. La imagen que les devolvió el espejo u opinión de sus pares las hizo sentir bien y así continuaron. Marian hoy se volvió al Señor pero siente una fuerte carga por atraer también a los otros darks, y por esa razón conserva el estilo, pero bastante más atenuado, más soft (se sacó algunos piercings, ya no se pinta la cara de blanco ni los labios de negro, sino de rojo. Ya no usa cruces ni tantas tachas y se pone alguna que otra prenda de color, para cortar el negro. Los tatuajes son irremisibles, pero ella los lleva como un recuerdo de esa época:

—Son como marcas de guerra, para que no me olvide por las que pasé—dice con un tono melancólico.

Cinthia, en cambio, al reconciliarse consigo misma y con Dios, sintió la necesidad de despojarse de todo. Ella recuerda lo que sentía cuando se presentaba con esa imagen ante los demás: Cuando yo me vestía de negro me sentía rebien, me sentía muy poderosa, iba imponiéndome como era y todos me tenían que aceptar así como yo era. Y me encantaba que me tengan miedo, todo eso me gustaba mucho, me reía de todo el mundo, a la gente rubia la odiaba. A nosotras nos pasó que íbamos caminando por la calle vestidas de negro y pintadas tipo Manson y ya nos tenían catalogadas; al principio no conocíamos a Manson (no sabíamos quién era), ni lo escuchábamos. Un día salimos pintadas así, como jugando con eso, y de repente la gente que venía de vacaciones decía: “son Manson, son re Manson”, y nos empezó a gustar, decíamos “qué copado” y ahí empezamos a escuchar esa música. Y así nos hicimos.

Cinthia cuenta de una especie de metamorfosis que ella vivió en el proceso de hacerse dark, una transformación de afuera hacia adentro. Cuando volvió al Señor, este proceso inició su curso en sentido inverso. Pero el problema es que, según ella, no tenía ropa decente que ponerse para ir a la iglesia, todo era negro y provocativo. Como dije anteriormente, sintió la necesidad de volver a ser y a lucir como antes de convertirse a esa vida—o de “desconvertirse” a esta—. Pero no es necesariamente el camino a seguir por todos los integrantes de una subcultura.

Volviendo a May, la chica que es DJ techno, tomando un café con ella, me confesaba lo siguiente al tocar el tema de su imagen: “La forma en que me visto es una manera de ir en contra, a contramano. Creo que cuando uno lo hace no es porque no le importa nada; al contrario, lo hace porque le importa demasiado”. Ella expresaba preferencia por un estilo alternativo, primando el color negro y muy de vez en cuando alguna que otra prenda blanca o roja, aparentemente sin ningún motivo o simbología en particular. Pero, ante la pregunta sobre qué rótulo creía que la definía mejor a ella como persona, respondió:

—Muy frágil. A diferencia de lo que parezco, realmente soy muy frágil. Me pongo una coraza porque si demuestro lo que realmente soy, me ‘dan’ de todos lados.

También, en este asunto de la conexión entre la vestimenta y la identidad que se desea proyectar, existe una necesidad de protección. Una protección que se da mediante la vinculación con una estética agresiva, como diciendo: “no te acerques, no me toques, soy peligroso/a”. Y esto se percibe con más intensidad en las subculturas “duras”, pero la experiencia en charlas y consejería prueba que en el interior es todo lo contrario. Absolutamente lo contrario. Los más hostiles han demostrado ser los más lastimados, los más vulnerables y necesitados.

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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