Acerca de los cambios de esta nueva generación y de cómo los jóvenes se capacitan para conquistar distintas áreas.

Hace un tiempo oí una frase que decía: “Dale una hoja de papel blanco a un religioso y se quejará de que no tiene nada que leer; dásela a un creativo y te agradecerá por proveerle material para trabajar”. En los años pasados muchos jóvenes permitían que alguien les escriba todo en su hoja en blanco. No podían soñar con algo nuevo, porque le sentían un aroma a herejía. He hablado con decenas de jóvenes que solo concebían dos maneras de servir a Dios: predicando o tocando la música. Si no poseían oído musical o no tenían la soltura para predicar ante la gente, se sentían excluidos del equipo, fuera de las grandes ligas.

Pero gracias a Dios, algo nuevo comenzó a darse en los últimos años en nuestra querida juventud cristiana. Los viejos dogmas comenzaron a experimentar una reforma drástica, saludable. No hablo de una postura de transgresión gratuita que hiere sensibilidades, sino una reforma basada en principios bíblicos y calibrada con el corazón del Señor: las almas perdidas.

Muchos de nosotros, inconscientemente, vivíamos estancados en la época de los setenta, nos excusábamos al afirmar que “Dios nunca cambia, y no tenemos que imitar al mundo”. Decir que Dios nunca cambia es desconocer su estilo para crear cosas nuevas, y afirmar que no hay que imitar al mundo es un contrasentido; todo cristiano medianamente inteligente sabe que Satanás es el imitador en lugar de nosotros. En todo caso, tiene su reloj en hora, mientras el nuestro sufría un atraso demoledor.

Practicando en las inferiores hace unos años conocí a un pastor de jóvenes que no lograba el éxito que quería con su grupo juvenil. A pesar de sus buenas intenciones, no tenía ascendencia entre los suyos. Estuvimos juntos tratando de descubrir el problema. De pronto, se me ocurrió hacerle una pregunta: «¿Cuál es tu sueño? ¿A qué aspiras en un futuro?» El joven me miró sorprendido como si hubiese hecho una pregunta demasiado obvia. «Quiero ser pastor de una congregación. Quiero tener mi propia iglesia.»

Aunque la motivación no era mala, se había transformado en su problema. En lugar de concentrarse en ideas novedosas para llegar al corazón de los jóvenes, tomaba esta etapa como un ensayo para su verdadera vocación. El departamento juvenil, para él, solo significaba las ligas menores. Un lugar en el que pudiese practicar para el verdadero ministerio. Y eso ahogaba su éxito actual.

El joven se vestía como su pastor, se dejaba los bigotes para parecer de más edad y realizaba los servicios juveniles imitando al culto central dominical. Cuando iba a la radio, en lugar de hablarle a la audiencia joven, se dirigía a los oídos del pastor, para que «considere al gran predicador que se estaba gestando». En lugar de enfocar su energía en los jóvenes, dirigía sus esfuerzos para ganarse un lugar en la iglesia central. Dios no puede darle una unción especial para el trabajo actual, cuando mentalmente ya armó las maletas para mudarse de llamado.

La tradición y el querer imitar lo que vio toda su vida, lo condujeron al fracaso inminente: el corto camino hacia la tradición hueca. Llegará al pastorado, fundará su propia iglesia y creerá que ha logrado su máximo sueño, cuando en realidad alguien le escribió su papel en blanco y le dijo, inconscientemente, lo que se suponía que debía hacer. La generación del nuevo siglo Durante muchos años vivimos desfasados en el tiempo.

(CONTINÚA…)

Por Dante Gebel

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