Falta de atención en cuanto a las necesidades de los jóvenes

Como gente que tiene amplia experiencia en el trabajo con los jóvenes, domingo tras domingo nos sentamos en los bancos de nuestras iglesias durante el culto dominical. En teoría, esa constituye la gran celebración de la fe; es el tiempo en que toda la familia cristiana (niños, adolescentes, jóvenes y adultos) se reúne para adorar al Señor y celebrar la nueva vida que tenemos en Cristo. La perspectiva es bella: toda la familia reunida para una fiesta. Sin embargo, cuando el servicio comienza, las cosas cambian y la ilusión, desgraciadamente, con demasiada frecuencia da paso a la decepción. El culto está pensado por y para los adultos de la iglesia. Las necesidades, e incluso las posibilidades de participación de otros sectores de la familia de la fe no se tienen en cuenta. No cantamos canciones infantiles; tampoco explicamos las cosas a un nivel que permita a los niños comprender lo que pasa. Los sermones nunca son del estilo que les agrada a los adolescentes. La música (y esto no en todas las iglesias) suele ser la única concesión que se les hace a los más jóvenes en nuestras congregaciones.

Esto no resulta únicamente anecdótico, constituye una muestra de la desatención que se da en el seno de algunas de nuestras comunidades cristianas hacia las necesidades propias de la adolescencia y de la juventud. Sin duda, a los jóvenes de nuestra generación les toca vivir en una época de presiones y ataques a su fe sin precedentes. La juventud que viven hoy los muchachos y las muchachas no tiene nada que ver con la que nos tocó vivir a nosotros. En este tiempo la existencia se ha vuelto extremadamente compleja y difícil. Vivir la fe en un contexto semejante resulta mucho más duro. Y representa un mayor desafío.

Hay algunas cuestiones fundamentales referidas a los jóvenes que demandan urgente atención: por ejemplo, lograr una comprensión de la adolescencia y de las necesidades que de ella se derivan, tomar conciencia de las presiones por las que los chicos pasan y de lo complejo de la sexualidad dentro de la sociedad contemporánea, percibir la necesidad que tienen ellos de adquirir una identidad cristiana y de asumir el desafío de vivir la fe bajo el creciente imperio de la postmodernidad. También que se les provean salidas para el terrible problema del ocio juvenil existente en nuestra cultura, que se les brinde orientación vocacional, y otras cosas por el estilo. Eso requiere de la iglesia que sea capaz de ofrecer opciones y orientación. El silencio, en ocasiones, resulta aterrador. A menudo es fruto de nuestra propia incapacidad como adultos para entender que la sociedad ha cambiado y ellos han quedado atrapados en medio de un cambio que nosotros no comprendemos y que ellos no saben cómo manejar.

Extracto del libro «Raíces».

Por Félix Ortiz.

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