Al observar los resultados de nuestros programas evangelísticos, me doy cuenta de que necesitamos hacernos de nuevo algunas preguntas fundamentales, como qué es el evangelismo y luego cómo debería llevarse a cabo en el ministerio juvenil. Me parece que no estamos logrando los efectos deseados.

¿Qué es lo primero que viene a tu mente cuando piensas en el evangelismo? Es posible que tu respuesta gire alrededor de algún tipo de actividad preparada especialmente para que los jóvenes de tu grupo inviten a sus amigos. Estas actividades por lo general (no siempre, solo la mayoría de veces) provocan una gran cantidad de tensión. El diseño del acontecimiento perfecto consume muchísima energía: necesitamos las invitaciones perfectas, los colores perfectos, la música perfecta, la sonrisa perfecta, las palabras perfectas y el texto bíblico perfecto. ¡Todo está planificado de forma impecable para ser perfecto!

Sin embargo, en la realidad no sucede así. Los jóvenes no invitan a sus amigos; los amigos invitados no asisten a tu actividad; los que asisten, no responden positivamente (en verdad, ni siquiera se impresionan con tu programa). Las canciones perfectas no suenan tan bien, y el predicador invitado no resulta tan ameno como esperabas. (Bueno, ya no seguiré detallando la escena; creo que mi descripción pesimista queda clara). Tanta tensión y preparación para al final ser inefectivos. En el mejor de los casos, algunos jóvenes toman la decisión de entregarle su vida a Jesucristo, y luego viene el GRAN problema del seguimiento. ¿Qué vamos a hacer para que asistan regularmente al grupo de jóvenes? ¿Cómo vamos a incorporarlos a un grupo pequeño? Y sobre todo… ¿quién será responsable de su crecimiento espiritual? Y la verdad es esta: muy pocos nuevos creyentes permanecen en nuestras iglesias y quizás en la fe. Tanta tensión para al final ser inefectivos.

La pregunta, por lo tanto, es si esto (que con tanta frecuencia vemos en los ministerios juveniles en América Latina) es lo que Dios espera de nosotros.

Creo que cualquier acontecimiento, programa o actividad con el calificativo de «evangelístico» es la razón número uno por la que nuestros jóvenes no están compartiendo su fe. Por un lado, si las actividades «perfectas» en realidad son actividades «espanta-jóvenes», yo tampoco quisiera invitar a mis amigos. No obstante, por otra parte, el evangelismo nunca significó «invitar a los amigos a una actividad». ¡En eso no radica la Gran Comisión! Y sin embargo, hemos acostumbrado a nuestros jóvenes a esa clase de testimonio (por lo que cuando no se planifica un evento evangelístico en el calendario del grupo de jóvenes, no existe entonces ningún tipo de «evangelización»).

Nuestras actividades son por completo impersonales, ya que se centran casi de forma exclusiva en lo que sucede al frente. No obstante, la evangelización es totalmente relacional (2 Corintios 5:18,19).

¿Qué ocurriría si en lugar de llevar a cabo eventos evangelísticos capacitáramos a nuestros jóvenes para compartirles su fe a sus amigos de manera relacional? ¿Qué ocurriría si fueran ellos mismos los que les hicieran «el llamado» a sus familiares, vecinos, compañeros o cualquier relación que Dios les haya permitido desarrollar? ¿Por qué, en lugar de traerlos a un evento evangelístico, no los invitan a su grupo pequeño (célula, o sus derivados), donde van a poder establecer amistad (relaciones) con otros creyentes y sí serán tomados en cuenta? ¿No sería más estratégico (y al mismo tiempo emocionante) que los mismos jóvenes fueran capaces de discipular a sus amigos? ¿No tendría un resultado más duradero que ellos aprendieran a cuidarse unos a otros en su vida espiritual?

¡Al pensar en estas preguntas, me emociono al soñar con jóvenes que sean testigos poderosos! (Hechos 1:8). Mi nueva función es ser un asesor y entrenador espiritual (en lugar de un «organizador desorganizado de eventos medio buenos»), y las nuevas actividades para los invitados pueden más bien facilitar el desarrollo de las relaciones o sensibilizar a la gente con la necesidad espiritual.

AMISTAD CON EL MUNDO

Por mucho tiempo escuchamos desde los púlpitos cuán horrendo es el mundo y cuánto nos convenía apartarnos de él, refugiándonos en la iglesia. Es verdad. El mundo no solo está de cabeza, sino que está sumido en una depravación total. ¡No obstante, Juan 3:16 declara enfáticamente el amor de Dios por el mundo!

A la hora de describir nuestra relación con el mundo surge una cierta tensión. ¿Debemos acercarnos? ¿Alejarnos? ¿Apartarnos? ¿Involucrarnos? ¿Dónde están los límites? Entender un poco más acerca de esta tensión nos ayudará a desarrollar el estilo de vida evangelístico correcto y nos permitirá movilizar a nuestros jóvenes en el mismo sentido. Comencemos explorando dos pasajes bíblicos fundamentales:

  • Mateo 5:14-16. Hablando de los cristianos y el mundo, ¿quién influencia a quién?
  • Romanos 12:1,2. Hablando de los cristianos y el mundo, ¿quién está tratando de influenciar a quién?
  • ¿Cómo ves la situación hoy: el mundo recibe una mayor influencia de los cristianos o los cristianos están más influenciados por el mundo?
  • ¿Por qué?

Juan expresa también esta tensión, recordándonos que Dios ama al mundo, es decir, a la humanidad (Juan 3:16), pero desea que sus hijos no amen al mundo, es decir, a la mundanalidad o el sistema de valores contrario a la voluntad divina (1 Juan 2:15-17). No obstante, parece que los cristianos hemos entendido el asunto al revés: amamos la mundanalidad, pero no amamos a la humanidad. ¡Qué problema!

  • ¿Qué podrías hacer en tu ministerio para enseñar a los jóvenes a amar al mundo (las personas)?
  • ¿Qué crees que es lo más difícil al amar a las personas inconversas?
  • ¿Qué piensas que sucedería si tu ministerio fuera más efectivo en cuanto a ayudar a los jóvenes a santificarse (Juan 17:17) y luego ser enviados al mundo (Juan 17:18)?

Extracto del libro “Estratégicos y Audaces”

Por Howard Andruejol

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