El desarrollo de la fe según Westerhoff

En su libro Tendrán fe nuestros hijos, John Westerhoff usa la analogía de los anillos de crecimiento de los árboles para describir el desarrollo de la fe. En su esquema, cada anillo permanece, aunque surjan otros a su alrededor. Westerhoff define la fe como una acción que incluye pensar (intelecto), sentir (emociones) y desear (voluntad) -recordemos los conocimientos, convicciones y conductas-, y opina que la fe se sustenta, transmite y expande por medio de nuestra interacción con otros creyentes en el contexto de una comunidad de fe. Sus cuatro etapas son:

La fe experimentada (infancia).

Es la fe fundacional, la que provee las bases para el futuro desarrollo de la fe. La criatura experimenta, explora, prueba y responde a la fe. Toma la fe de otros (especialmente de los padres) y, por medio de la observación e interacción, comienza a desarrollar una fe propia.

La fe afiliativa (adolescencia temprana).

En esta etapa, el adolescente desarrolla un sentimiento de afecto y pertenencia al grupo, por lo que la fe se caracteriza por un fuerte sentimiento de pertenencia a un grupo y tiene un fuerte aspecto afectivo.

Debido a su tendencia a medir la fortaleza de la fe de los adolescentes por su grado de participación en las actividades y eventos de la iglesia, es común que el liderazgo de la iglesia se quede tranquilo con aquellos que se encuentran en el nivel afiliativo, y que los padres se sientan satisfechos al ver que sus hijos funcionan adecuadamente y están bien integrados al grupo de jóvenes de la iglesia. Aunque la mayoría de los adultos desean que así suceda con los adolescentes, la realidad es que la fe afiliativa puede impedir el proceso de alcanzar una fe personal. Dicho de otro modo, si la fe se encuentra excesivamente vinculada al grupo, puede resultar más duro el proceso de desarrollar una fe personal.

La fe en búsqueda (adolescencia tardía).

Esta es la época en la que los jóvenes cuestionan su fe. La fe en búsqueda permite e invita a la duda, las preguntas, los cuestionamientos y los juicios críticos. Durante esta etapa es posible que prueben otras religiones, creencias o formas de ver la fe, y también que sientan la necesidad de comprometerse con una o varias causas.

Tal vez los adultos vean todo esto como una situación amenazadora, y reaccionen con inquietud y preocupación ante esta nueva actitud del adolescente. Los padres creen que no les están prestando suficiente atención a sus hijos o que alguien los está descarriando. Enseguida apuntan a otros o buscan encontrar cuáles son las influencias negativas que están desviando a sus hijos, sean reales o ficticias. De la misma forma, la iglesia se pregunta acerca de la capacidad y el trabajo del liderazgo juvenil.

Sin embargo, los líderes y los adultos deben tener la capacidad y la sabiduría de proveer un ambiente saludable y abierto en el que, sin intimidaciones ni miedo a reprimendas, los jóvenes puedan exponer sus dudas e inquietudes. No nos referimos a que los líderes animen a los adolescentes a dudar (obviamente deben ser cuidadosos con la manera en que responden a sus dudas). Sin embargo deben entender que expresar miedo o hacer escándalo al escucharlos puede llevar a que el adolescente piense que su fe no es fiable ni consistente, aumentando, como consecuencia, su natural angustia. También puede llevarlos a reprimir las dudas y a no verbalizarlas, privándonos, por lo tanto, de conocerlas y de tener la oportunidad de ayudarlos.

Los padres y líderes deben recordar que Dios es más grande que sus dudas, y permitir que los jóvenes y adolescentes puedan expresar sus interrogantes y preguntas en un clima de aceptación y libertad. Asimismo, tienen la responsabilidad de proveer respuestas coherentes y sinceras ante sus dudas, preguntas e inquietudes. Los jóvenes y adolescentes dudarán e inclusive cuestionarán su fe para lograr hacer de ella una fe personal y propia.

La fe propia.

Esta etapa se alcanza cuando la persona está en paz con su fe y quiere que la identifiquen por ella. El individuo se siente orgulloso de su fe y no tiene miedo ni reservas en cuanto a ser caracterizado públicamente por testificar acerca de su fe.

La fe propia se caracteriza por una fuerte relación personal con Dios que transforma la propia fe del individuo, que crece y madura; un crecimiento sostenido; y la transformación de su vida. Los jóvenes llegan a ese estadio cuando el conocimiento que poseen se traduce en conducta, y cuando este influye sobre su vida cotidiana.

Westerhoff afirma que la enculturación (experiencias de relaciones informales), en lugar de la instrucción (experiencias de enseñanza formales), es la mejor manera de nutrir la fe de los adolescentes. Eso significa que para ellos las relaciones son más importantes que las instituciones, y que las primeras tienen mucha mayor influencia que las segundas.

 Extracto del libro “Raíces” .

Por Félix Ortiz.

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