El graffiti y el stencil son soportes gráficos por excelencia de algunas subculturas juveniles como ser el hip-hop, reggae y la movida artística. Estas dos alternativas de Street Art (arte urbano) responden perfectamente a la relación subcultura-espacio, en donde se pretende dejar una huella, una estela de la existencia en una ciudad invasiva e impersonal; como en las tribus de la antigüedad que grababan escenas de la vida cotidiana en los muros interiores de las cavernas.

Del mismo modo, estos garabatos alegres, coloridos, y hasta decorativos que se encuentran a mitad de camino entre el arte y el lenguaje, adornan los muros adyacentes a las vías del tren u otras paredes grises, y conviven con nosotros, pero en algunas ocasiones pasan desapercibidos al ojo acostumbrado e indiferente. Los encontramos tanto en superficies fijas (muros, vehículos abandonados, persianas metálicas, señales de tránsito, etc.) como móviles (trenes, colectivos, etc.). Un experto en la materia define:

El graffiti, en cuanto a influencias se refiere, es un modo de expresión artístico indicativo de un estilo de vida urbano. Sus más directas influencias vienen dadas, pues, por otras expresiones culturales de la calle como puedan ser el rap o el break dance, de hecho es bastante estrecha la relación de estos tres elementos.

El tema es amplio e interesante, desde la historia del graffiti, hasta su significado; aquí abarcaremos solo algunos aspectos y dejaremos otros para un análisis a fondo de la cultura rappera.

Un poquito de historia

El graffiti se originó a fines de los años 60 en la ciudad de Nueva York. Los adolescentes escribían sus nombres (tags) en las paredes y muros del barrio como una forma de decir “acá estoy yo” tanto a sus amigos como a sus enemigos (¿quién no ha escrito su nombre alguna vez en una pared, en la puerta de un baño o en una mesa del colegio, para ser leído por otros, aunque esos otros nunca llegaran a enterarse?). Algunos de ellos firmaban con seudónimos para no ser reconocidos por sus padres y castigados. Así se formaban una identidad en la calle, ajena a la identidad de puertas adentro. El caso más famoso fue el de “Taki 183”, un joven griego de 17 años llamado en verdad Demetrio, que vivía en la calle 183. Otros lo imitaron, como ser Frank 207, Chew 127, Julio 204, Bárbara 62. Lo interesante era que no lo hacían por estilo, sino que su única intención era que su nombre quedara grabado en todos los muros de la ciudad, como una forma de trascender, de inmortalizarse.

Al principio se usaba una letra fácil de entender, hasta que un graffitero de Filadelfia apodado Top Cat perfiló el estilo llamado Broadway Ellegant. La costumbre se extendió dado que entre tanta cantidad de firmas surgió la necesidad de destacar las últimas, y así nació el outline o delineado. Como norma implícita, está prohibido sobreescribir un graffiti: hay que esperar a que la pintura comience a borrarse naturalmente para poder volver a firmar.

Para fines de los años 70 se incorporan dibujos de los comics. La comunidad “dibujante” proliferó de tal modo que se inició la competencia, dando lugar a las llamadas “Guerras de estilo”, que no eran violentas en sus comienzos. En ese preciso momento histórico nacían también las pandillas o gangs en Nueva York, que se valieron de este arte para hacerse más fuertes a medida que sus nombres eran más visibles en las calles citadinas.

A comienzos de la década de los 80 la autoridad metropolitana de tránsito (MTA, por sus siglas en inglés), inició una batalla contra este tipo de escritura que afeaba la ciudad. Se tomaron varias medidas: se conformaron brigadas antigraffiti de vecinos, se prohibió la venta de pintura a jóvenes, se endurecieron las multas, entre otras. Por ese motivo el arte emigra hacia Europa, donde es bien recibido junto con el nacimiento allí del movimiento hip-hop. Con ayuda de los fanzines de graffitis [Revistas especializadas], que pasaron de ser bocetos en blanco y negro a páginas ilustradas multicolor, el arte se difundió mundialmente.

Actualmente el fenómeno de las pintadas ha crecido mucho, gracias a Internet a partir de los 90, se encuentran plasmados en la web fotos, entrevistas, chats, foros de graffiteros, etc.

Por último, cabe decir que más que plasmar su gráfica en las paredes, cortinas metálicas, vagones abandonados y cuanto lugar lo permita o no, el graffiti es en general inofensivo (al menos en nuestro país). Aunque no deja de ser delictivo en tanto viola leyes como la prohibición de fijar carteles, estropea la propiedad privada y atenta contra la limpieza y conservación urbanas, pero no transmiten un contenido subversivo ni incitan a la rebelión social. Sin embargo, hay quienes no opinan lo mismo.

Oscar Terminiello, un estudioso sobre la violencia juvenil, en su libro Tribus Urbanas II. Grupos de riesgo, sugiere que este es el lenguaje utilizado por los miembros de las pandillas para intercomunicarse, para delimitar su territorio y declarar sus acciones futuras. Por eso él aconseja borrarlos cuanto antes.

[El graffiti] es un fenómeno patotero ampliamente observado en la Argentina. Representa un desafío de bandas, una advertencia, una amenaza. (…) Representa una forma efímera, marginal y desinstitucionalizada de asumir las relaciones en la vida privada y en la pública.

Aunque los propios cultores del writtin’ [escritura] lo niegan rotundamente, y explican que la única intención es difundir su nombre, el de su grupo (crew) y su arte, sin dudas es otra forma de lenguaje encriptado no descrifrable para principiantes, con el cual identificarse como grupo de pertenencia. Y sí, es verdad, es también una manera de “marcar territorio”.

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