Sí tuviéramos que elegir una característica que definiera los tiempos actuales, sería el cambio. En su libro La tercera ola, escrito en 1980, Alvin Toffler brinda una visión panorámica de lo que es el cambio:

La especie humana ha experimentado hasta ahora dos grandes olas de cambio, cada una de las cuales ha sepultado culturas o civilizaciones anteriores y las ha sustituido por formas de vida inconcebibles hasta entonces. La primera ola de cambio, la revolución agrícola, tardó miles de años en desplegarse. La segunda, el nacimiento de la civilización industrial, necesitó sólo trescientos años. La historia avanza ahora con mayor aceleración aún, y es probable que la tercera ola inunde la historia y se complete en unas pocas décadas. Nosotros, los que compartimos el planeta en estos explosivos momentos, sentiremos, por tanto, todo el impacto de la tercera ola en el curso de nuestra vida.

Toffler considera que la era de la primera ola comenzó hacia el 8000 a. De J.C. y dominó en solitario la tierra hasta los años 1650-1750 de nuestra era. A partir de este momento, la primera ola fue perdiendo ímpetu, a medida que lo iba cobrando la segunda. La civilización industrial, producto de esta segunda ola, dominó entonces hasta que también alcanzó su momento culminante.

Este último punto de inflexión histórico llegó a los Estados Unidos durante la década iniciada alrededor de 1955, cuando el número de empleados y trabajadores de servicios superó por primera vez al de obreros manuales. Fue esa la misma década que presenció la generalizada introducción de la computadora, los vuelos comerciales de reactores, la píldora para el control de la natalidad y muchas otras innovaciones de gran impacto. Precisamente durante esa década, la tercera ola empezó a cobrar fuerza en los Estados Unidos y desde entonces ha llegado, con escasa diferencia de tiempo, a la mayor parte de las demás naciones industriales.

Otras olas de cambio han aparecido en las últimas décadas. Podríamos hablar de la ola de las telecomunicaciones, de la ola de la ingeniería genética, de la ola espacial, y muchas más.

Caso de estudio

Me pregunto si en 1968 habríamos esperado la misma respuesta de toda persona a la que se le hubiera formulado la siguiente pregunta: ¿Qué nación dominará en 1990 la fabricación mundial de relojes? La respuesta era obvia: Suiza. ¿Por qué? Porque Suiza había dominado el mundo de la fabricación de relojes durante los últimos sesenta años.

Los suizos hacían los mejores relojes del mundo y estaban perfeccionándolos constantemente. Ellos habían inventado las manecillas para los minutos y los segundos. Ellos encabezaban la investigación para descubrir la mejor manera de fabricar los engranajes, los ejes y los resortes de los relojes modernos. Eran pioneros en la investigación sobre fabricación de relojes a prueba de agua. Pusieron en el mercado los mejores relojes de cuerda. Los suizos no se durmieron en los laureles, sino que fueron innovadores constantes. Trabajaban continuamente en la fabricación de los mejores relojes.

En 1968 los suizos contaban con más del 65% de las ventas, en términos de unidades, del mercado mundial de relojes y se beneficiaban con más del 80% de las utilidades. Por amplio margen, se los podía considerar los líderes mundiales en la fabricación de relojes. Sin embargo, en 1980, su participación en el mercado descendió del 65% a menos del 10%. Su inmensa captación de utilidades cayó por debajo del 20%.

¿Qué había sucedido? Algo muy profundo. Los suizos habían chocado contra un cambio paradigmático, un cambio en las reglas fundamentales de la fabricación de relojes. El funcionamiento mecánico estaba a punto de dar paso al mecanismo electrónico. Todo aquello en que los suizos eran buenos, la fabricación de engranajes, ejes y resortes, resultaba irrelevante dentro de la nueva concepción. Y de esa manera, en menos de diez años, el promisorio futuro suizo en lo referido a la fabricación de relojes, que parecía tan seguro, tan provechoso, tan dominante, quedó trunco. Entre 1979 y 1981, cincuenta mil de los sesenta y dos mil fabricantes de relojes perdieron su trabajo. Y, para una nación tan pequeña como Suiza, aquello fue una catástrofe.

Para otra nación, sin embargo, constituyó una oportunidad única. Japón, que contaba con menos del 1% del mercado mundial de relojes en 1968, se encontraba en pleno desarrollo de su tecnología electrónica dentro del ámbito mundial. El reloj de cuarzo electrónico fue una consecuencia natural. Seiko lideró la acometida y actualmente los japoneses tienen cerca del 33% del mercado y una participación equivalente de los beneficios.

La ironía de esta historia, para los suizos, radica en que la situación hubiera sido totalmente evitable si los fabricantes de relojes suizos hubieran sabido de qué manera pensar su futuro, si sólo hubieran conocido la clase de cambio que enfrentaban: un cambio paradigmático.

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