UN AMBIENTE BENDECIDO

En la Biblia encontramos algunos lugares que marcaron la historia de determinadas personas. Lugares especiales de encuentro con Dios. Lugares de llamados por parte del Señor, y de decisiones. Lugares de reconciliación, lugares de sanidad, lugares bendecidos por la presencia del Altísimo.

Éxodo 3.4-5 nos habla de la Tierra santa. Tierra de llamamiento. Tierra donde se encomienda a Moisés. Es tierra santa porque allí está el Rey de Reyes y Señor de Señores. En esa tierra la vida de Moisés cambió para siempre. De ser un homicida fugitivo pasó a ser el líder de una gran nación. De haber perdido su identidad en la soledad del desierto pasó a convertirse en el hombre elegido por Dios para llevar a cabo una gran tarea. Ese fue el lugar de un encuentro con Dios en el cual la vida de Moisés dio un giro trascendental.

Lugares… Encuentros… La Biblia menciona muchos lugares que fueron especiales para las personas que pasaron por allí. No por el lugar, en realidad, sino por Quién encontraron en ese lugar. Muchos de esos lugares incluso llevan nombres especiales por los hechos que allí ocurrieron. Por ejemplo, Betel, en Génesis 35.1-15, el lugar en el que Dios habló con Jacob. En algunos diccionarios se traduce Betel como «Casa de Dios». O Betesda, en Juan 5.1-15, el lugar en donde Jesús sanó al paralítico que por treinta y ocho años había estado postrado. En algunos diccionarios se traduce Betesda como «Lugar de misericordia o de gracia».

Pero lo más maravilloso es que aún hoy en día se siguen escribiendo historias de lugares y de encuentros con Dios. Y el ámbito de la consejería, el lugar de encuentro entre el consejero y el niño, debe convertirse en un «Betel», en una «Casa de Dios». Debe ser el lugar en el que ambos reciban la Palabra oportuna de Dios. El lugar en el que se experimente la visita del Altísimo. El lugar de encuentro con el Padre Eterno, que se acerca para hacernos sentir «hijos», para recordarnos que somos su especial tesoro (Malaquías 3.17) y que somos amados. ¡Muy amados! Porque, como dice Juan 3.16, «tanto amó Dios al mundo…»

El lugar de encuentro entre el consejero y el niño debe convertirse también en un «Betesda», en un «Lugar de misericordia o de gracia». Debe ser un lugar lleno de amor, un lugar que contenga, que anime, que proteja, que ayude y que abrace. Un lugar en el que se comprenda, y no se juzgue. Un lugar en el que se reciba, y no se rechace. Un lugar en el que se enseñe, y no se regañe. Un lugar que le permita al niño tener un encuentro especial con ese amigo, Jesús, que todo lo transforma, que todo lo puede, y que hace posible, por la fe, lo que parecía imposible.

Pero hay más… Lee Hechos 2.1-2. Cuando pienso en un lugar y en un tiempo de charla con un niño, solo deseo esto: que el lugar sea lleno del Espíritu Santo de Dios.

Aquellos que son llamados a ser maestros/consejeros deben comprender que de nada vale su pericia, que de poco sirven los recursos que tenga, que no vale su experiencia y que tampoco sirven sus conocimientos, por muchos que sean… lo que le da trascendencia a la tarea de un maestro o consejero es la acción poderosa del Espíritu Santo en la vida del niño. Todo lo demás ayuda, contribuye, aporta, o facilita… Pero si dejamos de contar con lo sobrenatural, con la presencia transformadora de Dios, entonces serán solo herramientas humanas que pueden ayudar un poco, sí, en determinadas circunstancias… Sin embargo, cuando el Espíritu Santo irrumpe, cuando Su Palabra se hace viva, entonces podemos ver Sus milagros operando en cada área de la vida del pequeño.

Por eso es tan importante que el consejero, antes del encuentro con el niño, se presente al Señor en oración, y que busque en humildad su guía y dirección durante todo el tiempo que dure la entrevista con el niño. También, por supuesto, es necesario que recurra a la Biblia al aconsejar al pequeño sobre uno u otro tema. La Palabra de Dios es la que da convencimiento, es la que anima, es la que da vida, es la que corrige, y es la que revela el gran amor de Dios a través de Jesús. Pero por favor, jamás olvidemos orar para que ese lugar, ese espacio que se ha destinado para aconsejar a los niños, vez tras vez sea lleno del Espíritu Santo, para que no seamos nosotros, sino que sea directamente el Señor quien opere con poder en la vida de cada niño.

Extracto del libro Manual de Consejería Para el Trabajo Con Niños.

Por Jessica Ibarbalz

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