Dos de cada cinco jóvenes (38%) afirman que alguna vez «duda­ron significativamente de su fe». En nuestra encuesta les ofrecemos una serie de opciones de por qué la duda se levanta, y un número sustancial de respuestas indica que las dudas se arraigan en razones personales en lugar de intelectuales.

  • 12% afirmó: «La muerte de un ser querido ha causado que dude».
  • 18% dijo: «Tengo o he tenido una crisis en mi vida que ha hecho que dude de mi fe».
  • 20% indicó: «La iglesia no me ayuda con la de­presión u otros problemas emocionales», lo cual afecta nega­tivamente sus jornadas de fe.

Podemos clasificar este tipo de dudas como temporales, sur­giendo de una experiencia personal que afectó profundamente a la persona. Muchos creyentes experimentan la duda temporal en algún punto de sus vidas, pero no todos reciben el tipo de apoyo y la motivación de los colegas creyentes que les permitan llegar a desarrollar una fe sustanciosa. Déjenme darles un ejemplo que los va a sorprender.

Conocí a Helen en una conferencia cristiana. Luego del pri­mer día de presentaciones, estaba hablando con el organizador de la conferencia, Jim Handerson.

—¿Ya conociste a Helen, la atea? —preguntó Jim.

—¿Quieres decir Helen, la bajita?

—Sí, esa Helen. Ella no es creyente. Deberías hablar maña­na un poco más con ella.

Al siguiente día, cuando el evento cristiano continuó, lo hice. Helen confesó haber sido una cristiana nacida de nuevo y com­prometida por muchos años. Sin embargo, había entrado en una temporada de serios problemas mentales. «Tenía una vida de ora­ción activa, pero empecé a escuchar voces, lo cual no era normal ni saludable. A veces pensaba que se trataba de la voz de Dios, pero otras veces eran otras personalidades que yo estaba creando. Al fi­nal, llegué a un punto donde literalmente me estaba volviendo loca y al borde del colapso». Helen hizo una pausa y luego añadió: «Tuve que reaccionar con mi duda y convertirme en atea para proteger mi salud mental».

Uno de cada cuatro adultos en los Estados Unidos sufre de un desorden mental diagnosticado. La depresión clínica se está espar­ciendo, hasta en líderes cristianos. Mi propio padre, un pastor de toda la vida en Phoenix, Arizona, ha lidiado con la depresión casi toda su vida adulta. Él ha hablado de lo difícil que es ser ministro mientras lucha con un desorden de este tipo, y hasta ha escrito un libro aclamado por los críticos sobre este tema: Understanding Depression and Finding Hope (Comprendiendo la depresión y encon­trando esperanza).

De esos estadounidenses con enfermedades mentales diag­nosticadas, seis por ciento son, como Helen, seriamente maltrata­dos. No solo se puede mencionar que la pobre salud mental puede causar un debilitamiento en la familia, el trabajo y los problemas personales; sino también planta la semilla de la duda quebranta- dora del alma. A pesar de lo comunes que son estos problemas, la comunidad cristiana no siempre sabe cómo responder. Helen lo ex­perimentó: «Cuando fui a hablar de todo esto con mi pastor —un hombre muy bueno y con buenas intenciones, y que además era muy importante para mi fe— me dijo que era tonta por querer con­vertirme al ateísmo. Él entendió que yo estaba luchando, pero me indicó que no debía abandonar mi fe en Dios. Su capacidad de com­prender verdaderamente y relacionarse con el conflicto que había dentro de mí fue muy superficial».

Con todo lo que ella había pasado, no pude contenerme y dejar de preguntarle: «¿Qué haces aquí, en una conferencia cristiana?». Su respuesta destaca la importancia de la fe en acción mientras corrige la incredulidad: «Yo estoy aquí para ayudar. Respeto a los cristianos. Amo a Jim y su conferencia. No sé adónde me llevará mi vida, pero definitivamente soy atea. No puedo permitirme creer que hay un Dios que habla, porque entonces siempre me siento con los nervios de punta. Y tengo un esposo y niños que cuidar. Estar aquí, con personas que me agradan, haciendo algo a pesar de mi incredulidad, es mejor que no hacer nada».

DE LA DUDA A LA ACCIÓN

Crear comunidades de fe donde las dudas de todo tipo puedan ser exploradas de forma honesta, abierta y relacional es una manera de producir un cambio en la siguiente generación. Otra es darles a los adultos jóvenes la oportunidad de convertir las palabras en hechos. Muchas de las verdades más profundas del cristianismo se aclaran cuando ponemos nuestra fe en acción; en el hacer, creer tiene sen­tido. A veces el mejor modo de lidiar con nuestra incredulidad es evitar la fijación en ella y empezar a ocuparse en algo por el bien de los demás. Debemos ayudar a los adultos jóvenes a hacer algo con su fe y de esta manera contextualizar sus dudas dentro de la misión de la iglesia.

Recientemente mi padre, quien dirigió una gran iglesia por mu­chos años, me recordó que su congregación motivaba a cualquiera a participar en los viajes misioneros y las actividades de servicio sin importar dónde estuviera la persona espiritualmente. Hasta los que no eran cristianos podían participar. Claro, tenían cristianos comprometidos que los guiaban y enseñaban en estos viajes y ac­tividades, pero no requerían que una persona fuera cristiana para servir.

«Esto causó muchos retos», me dijo, «porque algunos miembros de la iglesia pensaban que la gente debía saber en qué creía antes de ser asociada con la iglesia. Nadie supo cómo manejar la Si­tuación cuando una mujer joven se acercó a uno de nuestros líderes en una actividad de ayuda en Guatemala y declaró: “Yo realmente no creía en Dios antes de este viaje. No obstante, ahora veo lo que ustedes están haciendo, lo que estamos haciendo por estas personas. Ahora quiero seguir a Cristo».

Hay un lugar para apologéticas fascinantes, pero para capturar el corazón de la siguiente generación, también necesitamos ayudar­los a ser hacedores de la fe, una frase que proviene de las propias Escrituras. Santiago motivó a sus colegas seguidores de Cristo a ser no meramente oidores de la palabra, sino hacedores (Santiago 1:22). ¿Cómo podemos ayudar a los jóvenes a convertir sus dudas intelectuales, institucionales, inexpresables y temporales en algo más que preguntas?

No podemos batallar con alguien —joven o viejo— y que este no dude más. Solo el Espíritu Santo puede hacer eso. Sin embargo, podemos tratar de apreciar cómo las dudas afectan a los individuos reales y caminan con ellos mientras enfrentan cuestionamientos desconcertantes sobre la vida, Dios, y sí mismos; individuos reales como John Sullivan. Su confesión —expuesta en el medio de GQ— todavía llama mi atención: «Una vez que lo conoces (a Jesús) como Dios, es difícil encontrar complacencia en el hombre. La plena sen­sación de vida que viene con una total y real noción de ser (…) cuya atracción no disminuye. Y uno tiene dudas sobre sus propias dudas».

Como Sullivan, hay millones de adultos jóvenes replanteando la iglesia y la fe… y tienen dudas sobre sus dudas. ¿Cómo podemos ayudarlos, permitiéndoles a sus dudas ser «hormigas en el camino» en su búsqueda de Dios?

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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