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2. LA RENUNCIA AL CULTO PERSONAL

Vivimos en la era de la comunicación, y tenemos más capacidad de acceso a la información que en toda la historia de la humanidad. Sin embargo, pese a los beneficios de este fenómeno social del milenio, se han generado cambios drásticos en los patrones culturales, psicológicos y sociales de nuestras naciones. La opinión colectiva, los acuerdos y la comunicación como un valor comunitario pasó a un segundo o tercer plano, cobrando fuerza la expresión, el manejo y defensa de la opinión individual soportado en las redes sociales. Cada uno es una fuente de opinión, información y noticias, sin filtros o investigación de la mayoría de sus contenidos. La imagen es utilizada como un recurso para dejar volar la imaginación sin generar conclusiones, y todo esto es alentado por un pensamiento posmo­derno donde la verdad y los valores son relativos y cada quien es dueño de su verdad, sin Dios ni ley.

En su intento por no sucumbir, la iglesia ha intentado de todo, desde con­frontar hasta satanizar y prohibir. Pero este fenómeno social, finalmente, ha logrado no solo tocar la superficie de la iglesia, sino que ha llegado a niveles inimaginables. Se han creado mecanismos y dirección de conte­nidos en muchas iglesias para el buen uso de toda esta plataforma social digital; sin embargo, en algunos casos el liderazgo de la iglesia ha pasado de ser un héroe silencioso a buscar todas las formas posibles de conseguir seguidores y adeptos para sí, midiendo su poder de influencia a través de un like o un me gusta.

No vemos este fenómeno solamente en las redes sociales, sino también en las estructuras que se han levantado para sostener todo ese aparataje comunicacional. No es que sea malo usar el poder del internet en medio de un mundo globalizado, ya que es absolutamente necesario, pero qué poco cuidado se ha tenido comparado con cuánto ha logrado contaminar el verdadero sentido de la iglesia de Cristo el mantener este sistema.

Todo este fenómeno ha generado un culto hacia lo personal y la imagen que ha dejado de lado el propósito real y el fin último (en el caso del mundo cristiano) de por qué y a qué fuimos llamados como iglesia de Cristo. Hemos cambiado máximas como “Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su manera egoísta de vivir, tomar su cruz cada día y seguirme” (Lucas 9:23, NTV) por “Si alguno quiere ser mi seguidor primero debe tener mil seguidores”.

En los últimos años se ha repetido el discurso de no volvernos seguidores de hombres. Sin embargo, todavía nuestras reacciones son de búsqueda de hombres y mujeres que nos reflejen la gloria de Dios, como si la puerta estuviera cerrada para los demás y solo ellos tuvieran la llave para entrar al trono de la gracia. Entonces, esas personas que son endiosadas por otros, empiezan a creer que pueden recibir algo de la gloria que no les pertenece. Si bien esto no es generalizado, sí podemos ver en muchos países de Lati­noamérica ministerios que se levantan enfocados en un líder carismático, que nos desenfoca de la dirección correcta.

Así como no podemos desconocer la relevancia y la buena herramienta que pueden ser las plataformas digitales para la extensión del evangelio, tampoco podemos tapar el sol con un dedo y hacernos de la vista gorda, y no darnos cuenta de la distorsión del propósito y las motivaciones sanas y santas del ministerio cristiano. La gloria de Dios, con todo su peso, confronta y elimina este culto personal ya que sin desvío alguno nos lleva directamente a glorificar y exaltar a Dios en todo, y enfocar nuestra mirada en Cristo como autor y consumador de nuestra fe. Lo triste de una sociedad sin conocimiento de la gloria de Dios es que no tiene a quien agradecer; de ahí el que muchos exalten su éxito basados en sus propios esfuerzos y pongan su esperanza en sí mismos.

Si hay algo que las nuevas generaciones no conocen es el valor de ser gratos, ya que en la mayoría de los casos todo ha estado siempre a la mano y la nueva generación de padres (con las mejores intenciones) se ha encargado de proveer y consentir cada necesidad por más superficial que parezca. Estos hijos seguirán creciendo y formándose en este estilo de pensamiento, sin conocer el esfuerzo, el trabajo y mucho menos el fracaso; pensarán que son invencibles, infalibles, influyentes y que no hay nadie quien los pare y que todos deben respetar su manera de ver el mundo. Terminan siendo presa del culto a sí mismos.

Como pastor generacional, me he topado con tremendos cuadros depre­sivos en adolescentes y jóvenes, quienes no pudieron evitar que una crisis tocara sus vidas o la de sus familias, sumergidos en la confusión de no saber ni quiénes son. Se hallan sin pertenencia, ni identidad, con muchas preguntas sin respuestas, perdidos en la fractura de su autosuficiencia… Los de las nuevas generaciones pueden crecer pensando que son dios. Tenemos que mostrarles el verdadero Dios, qué es más grande que ellos, pero al mismo tiempo enseñarles a tener una relación con Él. Cuando las nuevas generaciones se enfocan en el verdadero Dios, logran una perfecta unidad que le da la gloria a Él.

Aunque sea un trabajo arduo el reenseñar la verdad acerca de la gloria de Dios, es lo que puede ayudar a esta generación a corregir las distorsiones generados por los patrones sociales. En primer lugar, enseñar nuevamente que son creación de Dios a su imagen y semejanza, que su identidad está en uno más grande y que su entorno no lo define sino el diseño único que Dios le ha dado. En segundo lugar, el saber que somos vulnerables, frágiles, dependientes y codependientes, nos deja saber que debemos buscar en Dios la dirección para vivir a través de la obediencia a Él. Tercero, debemos recuperar la esperanza y la fe en las promesas de Dios que descansan en su Palabra y no en sí mismos. Por último, recuperar la gratitud como un valor muy alto al reconocer que todo es por Él, en Él y para Él, es decir todo es para Cristo. Debemos reenseñar a las nuevas generaciones a abandonar el culto personal y dar gloria y honra a Dios en comunidad.

Extracto del libro Reforma Que Alcanza a Las Nuevas Generaciones

Por Javier Gudiño y Paulina Morales

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