A Dios sea la Gloria”, ésta junto con otras frases, tal vez sea de las más mencionadas en el lenguaje común de las socie­dades cristianas. Es muy fácil escuchar en un culto con “cuántos pueden decir gloria a Dios”. O luego de que el predicador de turno es felicitado por un buen mensaje, dirá “Gloria a Dios”. En las más sentidas expresiones de gratitud a Dios entre aquellos que claman a Dios desde una necesidad sentida en sus corazones, hasta los que buscan intencionalmente ver su gloria como Moisés lo pidió; y tomando sus palabras expresan un “Muéstrame tu Gloria”. Podríamos decir que la gloria de Dios nos muestra las siguientes carac­terísticas:

  • Temor de Dios que dignifica y hace sabio al ser humano.
  • La renuncia al culto personal.
  • Su anuncio como fin último.
  • El retorno del ideal.
  • Confianza en su promesa.

Esta sublime expresión, aun cuando muchas veces ha sido tomada a la ligera, denota la grandeza de nuestro Dios, nos reconocemos como crea­ción suya y que todo es por Él y para Él (Colosenses 1:15-16), que nada fue antes de Él; y que, por lo tanto, nadie ha conocido su mente o ha sido su consejero, no le debe nada a nadie, y que Él es la causa de todo (Ro.11:34-36). De aquí que la máxima expresión de su nombre, el conocido tetragrama YHWH, se traduce Yo soy; en su transliteración significa “Yo Soy el que causo”. Entender estas características de la gloria de Dios, es fundamental para la vida cristiana, y para el ejercicio santo del ministerio. Entendemos que, en la grandeza de su gloria, Él nos amó tanto que diseñó y ejecutó su plan salvífico, efectivo y eficaz en la sangre de su Hijo nuestro Señor Jesucristo, y en un propósito mayor para su gloria nos escogió para ser sus siervos, no por nuestros méritos sino en su infinita gloria revestida de su poderosa gracia. Así la gloria de Dios no hace otra cosa sino revelar que cada hombre es como la flor de la hierba que hoy está pero que mañana se seca y cae.

Paralelamente, se levantan algunos que con falta de comprensión de cómo funciona el Dios de la Gloria, actúan como si quisieran recibir la gloria que no les pertenece. Se levantan así ministerios con un enfoque endiosado alrededor de sus propias motivaciones egoístas. En lugares y momen­tos así, la gloria se desdibuja para convertirse en un atributo meramente humano.

Estamos llamados a revelar el inconmensurable amor de Dios que nos tomó en cuenta (Salmo 8:4-9) y que es totalmente conocible desde la grandeza de la creación (Salmo 19:1-4) hasta lo íntimo de su ser (Jeremías 9:23-24; Salmo 25:14). Tener conciencia de la gloria de Dios no solo nos dará depen­dencia de Él, sino que nos alentará a alcanzar aquello para lo cual Cristo nos alcanzó (Filipenses 3:12) y nos hará hijos de Dios más sabios, capaces de mantener la unidad en amor entre todos nosotros, que es lo que las nuevas generaciones tanto anhelan. Repasemos las cinco características de su gloria, la relevancia e importancia para los hombres y mujeres de Dios, y cómo la gloria de Dios es relevante para las nuevas generaciones, y qué efectos positivos de unidad puede traer para la iglesia de hoy.

1. TEMOR DE DIOS QUE DIGNIFICA Y HACE SABIO AL SER HUMANO

“El temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina” (Proverbios 1:7). Este es, tal vez, uno de los pasajes bíblicos más conocidos por la comunidad cristiana, quizás uno de los más mencionados; sin embargo, también es uno muy poco reflexionado. ¿Qué es el temor a Jehová? ¿Por qué Dios quiere que la humanidad le tema? Creo que primero debemos aclarar que no es el temor “a” Jehová. El temor de Dios no tiene que ver con una postura atemorizante o macabra de la persona de Dios. Tradicionalmente muchos crecimos con la famosa frase “Dios castiga” y se convirtió en nuestro primer acercamiento a la realidad de Dios. Un Dios castigador, un Dios que está más pendiente de lo que hago mal que de dar salvación; si bien debemos reconocer que Dios tiene el poder para hacer “Ctrl + Alt + Suprimir”, y borrarnos (Gen 6:7), si él así quisiera.

La postura de Dios siempre ha sido darse a conocer y proponer una rela­ción honesta con el hombre, a fin de salvar su alma y reconciliarlo con Él; confundir el temor a Dios con “terror a Dios” solo distorsiona la realidad de su persona y su gloria. Por otro lado, la manera más clara para definir esta característica es el concepto de la reverencia. A lo largo de la historia en diferentes culturas, de manera más clara en la cultura europea y con mucho más énfasis en las culturas asiáticas, en algunas sociedades la reve­rencia formaba parte esencial de la comunicación; desde los hijos hacia los padres en las familias, de los nobles hacia su rey o reina en las cortes, deno­tando su rango de autoridad y superioridad sobre ellos, aunque muchas veces estaba motivado por la intención de alcanzar el favor de ese rey…

Hoy tenemos el reto de difundir entre la niñez y juventud, la honra y el respeto a un Dios que no está buscando mínimas oportunidades para castigarlos, sino para abrazarlos. En medio de una época donde los seres humanos se convierten en pequeños “dioses”, que buscan su propia gloria, y exigen respeto y honra para ellos, estamos llamados a dejar una huella diferente en las nuevas generaciones, para que abracen la verdadera gloria del Todopoderoso, lleno de gracia y de verdad. Todo esto empieza con reconocer delante de quién estamos. Ser cons­cientes de la gloria de Dios nos permite ser conscientes de nuestra vulne­rabilidad, y de la necesidad de ese poder mayor que radica en su persona; al hacerlo tenemos acceso a su sabiduría, su pensamiento y su plan para la humanidad.

¿Podríamos notar en nuestra iglesia un temor, respeto y reverencia de este tipo? Necesitamos tener un temor a Dios que nos hace más sabios. Un temor a Dios que le invita a Él a reinar en nuestros cultos, en nuestras vidas como pastores y líderes y en las nuevas generaciones. Un temor que trae consigo el principio de unidad de su Reino aquí en la Tierra.

Las nuevas generaciones pueden acercarse a Dios cuando se enfrentan al temor de Dios. Una adolescente estaba leyendo un libro acerca del Holocausto, escrito por un judío de 13 años que fue capturado y forzado a trabajar en un campo de concentración. Al leer esa historia la adolescente tuvo preguntas. ¿Por qué Dios permitió que estos judíos fueran torturados tan fuertemente?, ¡no sé si yo aguantaría ese tipo de torturas! Ella lloró al terminar el libro. “No es justo, no debería haber sufrido tanto este judío”. Lloró hasta que le sobrevino un saludable temor de Dios. Abrió su Biblia y empezó a buscar pasajes donde Dios le mostraba su amor, soberanía y control. Halló Filipenses 4:6-7. Esto le ayudó a tener un encuentro inolvidable con la presencia de Dios. Aun cuando no lo entendemos, podemos llegar a una sabiduría y descan­sar en el conocimiento y soberanía de Dios.

En 2 Samuel 6:1-19 cuando los hombres que llevaban el arca caminaron seis pasos, David ofreció un toro y un ternero gordo como sacrificio por temor a Dios. Había gritos de alegría, y David danzó por las calles con gozo. ¡Qué ejemplo de celebración, respeto y reverencia! El verdadero temor de Dios trae reverencia para las nuevas generaciones y nos une en comunidad para celebrar en gozo lo que Él es y lo que Él hace.

El temor a Dios se puede ver en muchas formas. Se puede ver con gritos de gozo y alegría, postrados en el piso delante de Dios como hicieron los que hablaron con Dios en la Biblia. Se puede ver también con oración, lectura bíblica, tiempos a solas, y llantos después de leer un libro, tiempos en multi­tudes y caminando por la calle. Cuando este temor está presente, tenemos que reconocer que viene de Dios y adorarle, seguirle y agradecerle por ese encuentro. Las nuevas generaciones anhelan este tipo de encuentros con Dios. La iglesia de Cristo puede dirigirlos a Él en esta nueva reforma. Pode­mos explicarles su significado y ser sus mentores para identificarlo en ellos y hacer empates entre esas experiencias y la Biblia. Podemos mostrarles que el temor a Dios es el principio de todo conocimiento.

Extracto del libro Reforma Que Alcanza a Las Nuevas Generaciones

Por Javier Gudiño y Paulina Morales

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