No podríamos hacer verdaderos discípulos de Cristo si solo les «llenáramos» su mente de información. Ellos necesitan una relación con nosotros.

¿Se podría resumir el ministerio juvenil en una palabra? ¿Cómo funciona el trabajo con jóvenes? ¿Qué sería lo no negociable del trabajo con ellos?

Para contestar estas preguntas necesitamos juntos hacer un ejercicio. No recuerdo dónde escuché esto, pero definitivamente aclara muchas cosas. Para este ejercicio necesitarás una hoja de papel, algo con qué es­cribir y un cronómetro. Date treinta segundos en el cro­nómetro y, en ese tiempo, escribe en la hoja todos los bosquejos de las predicaciones que has escuchado en tu vida. Anota el punto uno, dos, tres o más que escu­chaste y que todavía recuerdas como que si fuera ayer. (No vale escribir mensajes que hayas predicado o que aprendiste esta semana). Si estás listo, ¡comienza ya!

Una vez hayas terminado, aparta cinco segundos más en el cronómetro y escribe el nombre de alguna persona que haya impactado tu vida (en caso de que no tengas más espacio, puedes hacerlo al respaldo de la hoja). ¡Bueno, empieza ahora mismo!

Si esto funcionó correctamente, tendríamos que reco­nocer que se nos hizo mucho más fácil recordar el nom­bre de esa persona que nos impactó que los posibles bosquejos de predicaciones. Y bueno, el punto no es que los mensajes no sean valiosos sino que son las personas las que impactan nuestra vida. Por eso, de los más de veinte años que tengo de trabajar con jóvenes, estoy con­vencido que no recuerdan los mensajes ni los estudios bí­blicos que les enseñé. Más bien creo que recuerdan personas y situaciones en las que las personas fueron el centro de aquella situación. Lo que quiero explicar es que el ministerio juvenil funciona, en una palabra, a través de las relaciones. No importa cuánto les prediquemos ni digamos, pues ellos no entienden tanto con predicas ni estudios bíblicos sino por medio de relaciones significa­tivas. La razón porque las predicas funcionan o los estu­dios bíblicos cumplen su cometido es porque las personas que los comunican de una u otra forma tienen una relación con quienes los escuchan (aunque existen algunas excepciones). Esto simplemente es así.

El ejemplo más claro es que Jesús se hizo hombre para habitar entre nosotros e invitarnos a desarrollar una rela­ción con él. Todos sabemos que la Palabra de Dios clara­mente dice que la letra sola mata. En este sentido, el propósito mismo de la Biblia es que nos ayude a conocer a Dios y no solamente lo que se escribe de él. Entendido esto, ¿conoces a alguien que sepa mucho de Biblia pero no del Dios que en esta se nos enseña? Tal vez sí, y créeme que esto es solo una pérdida de tiempo. Si Dios quisiera salvarnos sin tener una relación con nosotros, no sería di­ferente a cualquier otra religión vacía que solo pretende que sus seguidores cumplan unas reglas y normas sin tener algo que de verdad los motive. Bueno, ¿entonces qué necesitan los jóvenes?, ¿cuáles son las necesidades más im­portantes de los chicos con los que trabajas o aquellos que deseas alcanzar? Los expertos sugieren que cualquier ser humano necesita dos cosas: amar y ser amado. Y esto nos es más que relaciones. De hecho, no haríamos nada en nuestra congregación si no tuviéramos buenas relaciones con quienes nos sirven y servimos. Ahora, pregúntate cómo están las relaciones con quienes te sirven. No avan­zaríamos en la vida familiar de nuestros chicos si no tuviéramos buenas relaciones con sus padres. Ahora hazte otra pregunta: ¿cómo están las relaciones con los padres de tus jóvenes? Por otro lado, recuerda que no podremos hacer nada en nuestra comunidad con credibilidad si no tenemos buenas relaciones con los líderes comunitarios.

Una más: ¿cómo están tus relaciones con la comunidad? Por último, no podríamos hacer nada si no tuviéramos una relación personal con Dios. Entonces, ¿cómo está tu rela­ción con él?

Al margen de lo dicho, la misma explicación del cris­tianismo y el evangelio implica relaciones. Juan 3:16-17 dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Dios no envío a su Hijo al mundo para con­denar al mundo, sino para salvarlo por medio de él». Dos palabras me llaman la atención en estos versos: crea y salvarlo; que por supuesto implican relaciones, porque para creer de la manera que aquí se nos enseña necesitamos confiar en el Hijo de Dios, y para tener confianza necesito conocerle y para conocerle necesito tener una relación con él. Ahora bien, la palabra sal­varlo entendida como salvación tiene tres tiempos: en pasado, la salvación de la culpa del pecado; en pre­sente, la santificación; y en futuro, la salvación eterna que implica la glorificación o la transformación de nuestros cuerpos mortales en glorificados. La salvación presente o santificación no es más que el proceso en el que los creyentes estamos involucrados para que día a día nos parezcamos más a Jesús. Por eso, qué vital es que tengamos una buena relación con Cristo. Y bueno, el trabajo con jóvenes no es para desarrollarlo esporá­dicamente sino con una relación periódica.

Pensemos ahora en cualquier ejemplo que Jesús nos ha venido enseñando, como el discipulado. No podrí­amos hacer verdaderos discípulos de Cristo si solo les «llenáramos» su mente de información. Ellos necesitan una relación con nosotros.

Ahora bien, no quisiera terminar este capítulo sin darte algunas recomendaciones prácticas de cómo desarrollar buenas relaciones con tus jóvenes.

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