Es imposible escapar de los conflictos. Aun en el ministerio más exitoso siempre surgirán. ¿Qué hacer entonces? Bueno, escapar es de cobardes y además no ayuda a que se «evaporen», por eso te aconsejo seriamente pasar saliva y confrontarlos.
AÚN SE APRENDE EN DÍA DE EXAMEN
El profesor Vilmar Casal dictó el examen y cruzó sus largas piernas por debajo de aquel pupitre que le quedaba tan chico. Minutos después se paró y cruzó la puerta del aula sin decir nada. Todos nos observamos extrañados de la actitud. Al instante volvió a asomarse por el dintel y todos nos reímos por la actitud chistosa.
El dibujó esa sonrisa forzada con la que aún bromea y luego se puso serio para hablarnos. Nos dijo algo así: «Si alguien observa a uno de sus compañeros copiarse, tiene prohibido venir a contármelo. Lo que debe hacer es amonestar a su hermano… ¿ustedes saben cuál es la respuesta a la pregunta de Caín?»
Todos nosotros, estudiantes de teología, sabíamos muy bien a lo que Vilmar se refería, pues cuando Dios confrontó a Caín por la «desaparición» de su hermano Abel, el homicida respondió con una interrogante: «¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?» Pues bien, a esa pregunta se refería el profesor… y la respuesta es sí. Todos debemos ser guardas amorosos de nuestros hermanos. Jesús, Juan y Santiago, por solo nombrar algunos, son ejemplos claros de esto.
No existe forma de entender mi existencia sin comprenderla en relación con los otros. El dolor, la necesidad, el error o el pecado de quienes me rodean no pueden ser ignorados. No puedo dar vuelta la mirada porque la respuesta es sí, yo soy guarda de mi hermano.
TÉCNICA, PAZ Y SALIVA
Como en otras oportunidades, aquel sería un día donde pasar tanta saliva me haría perder el apetito. Otro día de esos donde la tarea pastoral me llevaba a ese camino que tanto me cuesta recorrer: el de la confrontación personal.
Otra vez una caminata por el parque donde celebramos los campamentos. Hacía unos meses que observaba la vida de una muchacha; lo que percibí no me gustó. Tenía claro qué decirle, pero me costaba muchísimo hacerlo. De todas maneras lo hice, pues lo comprendo como una de mis responsabilidades. Entonces pasé saliva y la invité a caminar por el parque. De manera invisible até a mi cuello mi porción suficiente de amor y verdad (misericordia o lealtad también están en distintas traducciones). En todas las acciones de mi vida las pongo en práctica. No se me pueden olvidar. Son como las líneas blancas que demarcan el camino a seguir. No obstante, existe una situación donde su necesidad se hace aun más evidente: cuando debemos confrontar a alguien por su pecado o error.
Mientras avanzábamos, le hablé de mi afecto incondicional, aprecio y amor genuino que me obligaba a ser sincero con ella. Procedí a referirme a su conducta y a advertirle que si seguía por ese camino… pero antes de terminar la conversación, volví a hablar de amor incondicional. Nada de lo que hiciera cambiaría mi compromiso para con ella.
Existe una clave comunicacional que habla de comenzar positivo, confrontar promediando el diálogo y terminar nuevamente en positivo. En este sentido, el amor y la verdad se cruzan en la aplicación de la técnica. Y me sirve aplicarla. En aquella oportunidad fue todo un éxito. Aún con mucha saliva en el estómago hubo paz en mi interior.
INSTRUCCIONES PARA LA CONFRONTACIÓN
Grabo en mi corazón el amor y la verdad. En un acto invisible las ato a mi cuello y me hago cargo de mi responsabilidad: soy guarda de mi hermano porque lo amo, lo cuido y porque asumo mi compromiso hacia su vida de no ignorar su error ni hablar a sus espaldas. Busco entonces la guía de mi Señor y confronto francamente, en amor.
Hacia la acción: ¿qué persona cercana a mí (amigo, conocido, joven o adolescente del grupo) está necesitando que pase saliva mientras lo confronto con amor y verdad? Esa es una responsabilidad que también tienes con Dios.
Extracto de “Consejos desde el Frente”
Por Germán Ortiz
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