DOS COSAS QUE APRENDÍ DE MIS PAPÁS
Nunca los oí hablar mal del ministerio ni jamás nos «envenenaron» con las quejas de ese trabajo. Y me imagino que las había. Nunca hablaron mal de «los hermanos» frente de nosotros. Es más, recuerdo que una vez mi papá tuvo que dejar el liderazgo de un ministerio por la ambición de alguien que quería su puesto. Mis padres nunca hablaron mal de la situación ni del hermano. Como no se quejaron jamás, pude crecer aprendiendo eso de su parte. Entonces decidí pedirle a Dios vivir esa vida emocionante que ellos practicaban.
En la iglesia y en la casa, mis papás eran los mismos. Con tristeza tengo que decir que al aconsejar a muchos hijos de pastores me doy cuenta del doble mensaje que reciben de sus padres. En la iglesia mi papá era caballeroso con mi mamá; en la intimidad de nuestra casa, también. Delante de los hermanos mi mamá era cariñosa conmigo —a pesar de mis «maravillosas» travesuras —; en la intimidad de nuestra casa, también. En el púlpito mi papá predicaba con poder acerca de la oración, y cuando yo me levantaba al baño a las cuatro de la mañana, justamente veía que practicaba de rodillas lo que predicaba, y lo hacía todos los días. Mi mamá regañaba a las hermanas para que dejaran de ver telenovelas y leyeran sus respectivas Biblias. En la casa, si mi madre no estaba haciendo el oficio, leía su Biblia, y siempre. En la iglesia y en la casa, mis papás eran los mismos.
Extracto del libro «Consejos desde el Frente»
Por Junior Zapata
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