En este apartado vamos a considerar algunos pasos simples y básicos que te ayudarán a llevar a cabo cualquier tipo de planificación

Paso 1: Buscar la voluntad de dios en oración. ¿QUÉ QUIERE DIOS?

Nuestro deseo ha de ser llevar a cabo la voluntad de Dios. Para poder hacerlo, necesitamos entenderla (Efesios 5:17). Dios promete darnos su sabiduría sin escatimarla (Santiago 1), así que debemos presentar en oración delante del Señor a nuestros discípulos, sus necesidades, sus situaciones únicas y personales y las necesidades de todos ellos como grupo. Busquemos la dirección de parte del Señor para saber qué hacer en sus vidas y cómo hacerlo.

Es muy importante que oremos, porque si aquello que queremos emprender y llevar a cabo no es el plan de Dios, estaremos perdiendo el tiempo. Naturalmente nos es lícito tener nuestras propias ideas y nuestros propios pensamientos e intenciones con respecto a qué debería hacerse. Sin embargo, es importante que los presentemos ante el Señor y los sometamos a él. Hemos de estar total y absolutamente dispuestos y abiertos a que Dios decida alterar nuestros planes.

Paso 2: descubrir las necesidades de los jóvenes. ¿QUÉ NECESITAN AQUELLOS CON LOS QUE TRABAJAMOS?

Se trata de un tema tan importante que dedicaremos un apartado a él. Hablaremos acerca de las necesidades en general y también daremos pautas para poder descubrir las necesidades específcas de los jóvenes y adolescentes con los cuales trabajamos. Nunca podemos darnos el lujo de usar métodos «universales» en nuestro ministerio. Siempre precisaremos adecuar los principios bíblicos a las necesidades específicas de las personas con las que trabajamos.

Paso 3: Establecer el propósito y los objetivos. ¿QUÉ QUEREMOS LOGRAR?

El propósito. ¿Qué deseamos ver en la vida de los jóvenes y adolescentes con los que trabajamos? Como bien sabemos, nuestro propósito último es el blanco hacia el que debemos dirigir todos nuestros esfuerzos, la diana hacia la que debemos enfocar nuestras flechas educativas. No vamos a extendernos demasiado sobre este punto. Es precisamente en su sencillez que se encuentra su fuerza educativa.

Los objetivos. Sabemos que a diferencia del propósito, un objetivo ha de ser específico. No confundamos la mera declaración de intenciones («Que los jóvenes con los que estoy trabajando crezcan») con un objetivo («Que los jóvenes con los que trabajo crezcan en su confianza y dependencia de Dios para encontrar trabajo»). ¿Dónde está la diferencia? La primera afirmación es totalmente vaga y carente de especificidad; la segunda es concreta y específica. Cuanto más específico sea nuestro objetivo, mejor.

Un objetivo también ha de ser mensurable, factible de evaluar. Debe, siempre que esté a nuestro alcance, plasmarse en acciones. Resulta difícil poder medir la siguiente afirmación: «Que los jóvenes sientan y entiendan la importancia de la evangelización». ¿Cómo podemos medir sus sentimientos con respecto a la evangelización? Sin embargo, es mucho más fácil medir esta otra afirmación: «Que transmitan su fe al menos a uno de sus compañeros de escuela durante el próximo trimestre». Transmitir es una acción. Las acciones pueden ser medidas con mucha mayor facilidad que las intenciones. Debes saber que cuando trabajes con jóvenes has de establecer tres tipos de objetivos básicos: los relacionados con el conocimiento, los relacionados con las convicciones y, finalmente, los que se relacionan con las conductas.

Hay tres cosas por las que nos tenemos que guiar a la hora de definir objetivos específicos: las necesidades de los jóvenes, la Biblia y el Espíritu Santo. Como hemos dicho, debemos tener en cuenta las necesidades de las personas hacia las que va dirigida nuestra labor educativa. Sus necesidades pueden convertirse fácilmente en nuestros objetivos.

La Palabra de Dios nos brinda orientación acerca de las características que deben desarrollarse en la vida de los jóvenes. Esas características, ya mencionadas con anterioridad, pueden convertirse en nuestros objetivos al educar. Y por supuesto necesitamos que Dios nos guíe a través de la oración y nuestra relación con él. Hemos de orientarnos y centrarnos en su carácter.

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