Reconocimiento del protagonismo de Dios

Ya mencionamos anteriormente que Dios es el protagonista del proceso educativo. Él es el único que puede producir cambios sobrenaturales y crecimiento en las vidas de las personas (1 Corintios 3:6-9). Nosotros no somos responsables de producir cambios en la vida y en la conducta de los jóvenes puesto que Dios es el único capaz de transformar de una manera sobrenatural a los individuos. Sólo él puede lograr cambios genuinos y perdurables.

Cuando se nos olvida esta realidad es fácil que experimentemos ansiedad, un sentido de fracaso, desesperación y desánimo.

De alguna manera, emocionalmente podemos vincular nuestro «éxito» como educadores con los cambios que se producen en las vidas de los jóvenes. Por tanto, nos sentimos fracasados cuando esas transformaciones no se producen. No obstante, Dios no mide el éxito del discipulado por los cambios o resultados, sino más bien, por la disponibilidad y fidelidad que tengamos hacia él y hacia el llamamiento recibido. La lectura del libro del profeta Jeremías puede proporcionarnos una buena ilustración en este sentido. Judá fue incapaz de valorar el mensaje de Dios dado por medio de ese profeta y, ante una destrucción inminente, continuó manteniéndose alejado de Dios sin arrepentirse. Desde el punto de vista humano, el ministerio de Jeremías podría ser considerado un fracaso: no obtuvo resultados. Pero desde el punto de vista de Dios no fue así, ya que el profeta se mantuvo fiel al llamamiento y a la visión encomendada.

En el trabajo educativo, a menudo surgen problemas cuando tratamos de asumir el papel de Dios (producir el crecimiento) o esperamos que Dios asuma el nuestro (transmitir con fdelidad el mensaje).

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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