Paradigma Número 7: “Los jóvenes de las tribus urbanas me dan lástima”.

Más que lástima, lo que debiéramos sentir es compasión, que no es lo mismo. Compasión es piedad en acción. La lástima no salva a nadie, la compasión sí. Si miramos la vida de Jesús a través de Las Escrituras, vemos muchas ocasiones en que tuvo este precioso sentimiento. Mateo 9:36 nos dice: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. A Jesús se le conmovieron las entrañas al ver a la gente en esas condiciones. Cuando sentimos compasión, podemos “ponernos en los zapatos” de la otra persona y experimentar lo que siente.

La palabra compasión viene del griego splagchnon y se usaba para describir lo que hoy llamamos “entrañas”. Para los griegos, las entrañas representaban el centro de las pasiones más radicales, como el enojo o el amor.

Para ilustrarlo mejor, veamos el pasaje en que Dios reprende a Jonás. Él le dice en forma contrastante: “Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (Jonás 4:10-11).

Hay un ingrediente activo en la compasión y es ser movidos a la acción. La lástima nace y muere en las emociones; la compasión surge del espíritu y hace algo.

La lástima es pasiva; mira y dice: “Uy, pobrecito, cómo está sufriendo”. La compasión toma cartas en el asunto. Siempre que Jesús tuvo compasión hizo algo al respecto. Tuvo compasión de la viuda de Naín y resucito al muerto (Lucas 7:13). Se compadeció de los ciegos y les sanó la vista (Mateo 20:34). Tuvo compasión de los que lo seguían en el desierto y tenían hambre y multiplicó los panes y peces para darles de comer (Marcos 8:2). Vio a una gran multitud y tuvo compasión y sanó a los que de ellos estaban enfermos (Mateo14:14). Relató la parábola de un amo cuyos siervos le debían dinero y fue movido a misericordia perdonándoles la deuda (Mateo 18:27). Siempre el sentimiento va ligado a una acción. La compasión no es estéril, produce frutos.

¿Y qué más diremos? La lástima tiene como centro al hombre, pero la compasión se centra en Dios y en su poder para solucionar la situación. La lástima no ofrece muchas esperanzas, como si la persona estuviera desahuciada, mas la compasión ve la posibilidad de un milagro en Dios. La lástima rebaja al otro, lo percibe inferior, pero la compasión dignifica y exalta el potencial que se halla en el otro una vez superado el obstáculo.

Por todas estas causas, cada vez que veamos una multitud desamparada de integrantes de tribus urbanas, seamos movidos a compasión y no a lástima. A misericordia y no a juicio. “¿Qué quieres que te haga?” ofrecería el Señor. ¿Qué es lo que precisan esos jóvenes de nosotros como intercesores ante Dios? ¿Cuáles son sus necesidades físicas y espirituales?

Busquemos el conocimiento revelador del Padre, para detectar la necesidad. Pidamos el corazón de Jesús, para sentir compasión y actuar en consecuencia. Anhelemos el poder de su Espíritu, para hacer posible lo imposible.

“La postmodernidad es pues la época de los auténticos evangelizadores; es el momento de los cristianos que, reconociendo esa sed contemporánea de Dios, decidan convertirse en educadores del Evangelio, de su teoría y sobretodo de su praxis; es la hora de los comunicadores que saben descubrir el deseo de tantas criaturas por llegar a “ser” y no solamente por “tener”; es el tiempo de los constructores de puentes y de los sembradores de esperanza. Hombres y mujeres que sepan impregnar sus respectivos ambientes con los valores evangélicos; que empapen su vida y sus campos profesionales con el misterio salvador de Jesucristo”. (Antonio Cruz, Autor de Postmodernidad)

Extracto del libro “Tribus Urbanas”

Por María J. Hooft

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