Paradigma Número 6: “Si el joven se convierte, tiene que cambiar su aspecto externo”.

¡Nooo! Si el joven se convierte, tiene que cambiar su corazón. Quizás luego desee cambiar su forma de vestirse, de hablar o sus lugares de reunión habituales.

¿Recuerdan cuando vimos el Pilar número 5, la ideología? Dijimos que los otros cuatro anteriores eran como el fruto de un árbol. Lo primero que intentamos hacer cuando los chicos vienen a una iglesia es cortarle el fruto (el aspecto externo) en vez de cortar la raíz de la ideología y plantarle la nueva semilla del evangelio de Cristo.

Pero esto no es algo que debamos forzar nosotros, es la obra del Espíritu Santo. Recuerdo que al poco tiempo de entregarme al Señor, a mis dieciséis años, todavía seguía yendo a bailar con mis amigos del colegio. Algunas veces iba a la reunión de jóvenes y al salir de allí me iba a la discoteca. Mis líderes no me dijeron nada del tema (creo que no lo sabían, yo lo ocultaba bastante bien). El día en que recibí el Espíritu Santo tuve una “experiencia de choque”: luego de estar rebozando en el poder de Dios y hablando en lenguas, me fui a bailar otra vez, como había acordado con mis amigas. Una vez dentro del lugar me empecé a sentir mal, me preguntaba qué estaba haciendo en ese lugar, con esa música que me aturdía, con esa gente fumando y tomando alcohol, veía proposiciones obscenas, posiciones y actitudes indecentes. La escena se magnificó delante de mí y no pude evitar comparar la experiencia que había acabado de tener con lo que estaba sintiendo en ese momento. Decidí no volver a ir a esos lugares nunca más, y así lo hice.

Una chica consultada, también era dark y ahora está llena de luz (a propósito, ¿notaron que es una subcultura bastante receptiva al evangelio?), decía que para ella había que dejar las prácticas diabólicas, pero en su caso mantenía cierto estilo porque la divertía y le resultaba “copado”, pero que sobre todo, la obra progresiva del Espíritu Santo era la que iba dictando qué sacarse y qué ponerse.

La obra de convicción del Espíritu Santo no se compara con lo que podemos hacer las personas: es firme, permanente, liberadora. Con esto no quiero decir que como líderes no debamos enseñar a nuestros jóvenes lo que Dios quiere, pero tenemos que reconocer que hay un punto en donde nuestra jurisdicción termina y comienza la del Señor.

Extracto del libro “Tribus Urbanas”

Por María J. Hooft

Lee Cambio de Paradígmas Nº 7.

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