Tu uso de la Escritura con tu adolescente debe estar empapada de esperanza porque la Escritura siempre va del fracaso y pecado humano hacia el perdón y la liberación en Cristo. No uses la Biblia de una manera que cause que tu adolescente corra y se esconda de Dios. Úsala de tal manera que lo anime a correr hacia Jesús para recibir la ayuda que sólo Él puede dar.

  1. Debemos estar dispuestos a ser usados como ejemplo del perdón, habilitación y liberación de la gracia de Cristo. Nuestra historia como padres es la historia de la obra de Dios; es muy importante que no nos llevemos el crédito. Abstente de los típicas conversaciones del tipo «En mi época . . .» o «Cuando tenía tu edad . . .» No debemos vernos como cuadros que nuestros hijos deben mirar, sino como ventanas a través de las cuáles nuestros hijos puedan ver la gloria de Cristo. Los dirigimos poderosamente hacia Cristo cuando admitimos humildemente ante nuestros adolescentes que éramos y somos personas en necesidad de la ayuda de Dios.
  2. Debemos estar dispuestos a pedir perdón, que se nos pidan cuentas y que se ore por nosotros. Inclusive tu fracaso paternal puede ser usado por Dios para suavizar el corazón de tu adolescente. ¡Qué esperanza hay en el Evangelio! No permitas que esos momentos de egoísmo, irritación, palabras ásperas, impaciencia y enojo sencillamente se desvanezcan. Acércate a tu adolescente y confiesa tus faltas. Pide que ore por ti, invítale a que se acerque a ti cada vez que sea lastimado por las cosas que hayas dicho o hecho. Sé un ejemplo de humildad, dependencia en Cristo y de esperanza.

Vi el reporte de calificaciones de mi hijo al final del día. Miré sus calificaciones e inmediatamente me enojé. Aunque las calificaciones no estaban terribles, sabía que él pudo haber salido mejor. Como con un látigo, le dije cuán duro trabajábamos para pagar sus estudios (culpa). Le dije que a veces me preguntaba si alguna vez se compondría (condenación). Y le dije que cuando tenía su edad, tomaba muy en serio la escuela (autojusticia). Estaba sentado enfrente de mí con la cabeza hacia abajo. No dijo nada. Y cuando terminé, se levantó y se fue a su cuarto.

Inmediatamente, sentí convicción de pecado por la manera como me había comportado. Oré y pedí al Señor que me perdonara. Más tarde esa noche, le pedí a mi hijo que se sentara otra vez conmigo. Le dije que me había dado cuenta que él no era el único pecador en la casa. El sonrió. Le pedí su perdón. Confesé que necesitaba la ayuda de Dios y de sus oraciones. Le dije que yo era su padre, pero también quería ser un amigo fiel. Le dije que yo deseaba dejarlo con esperanza aun en los momentos de corrección. Me agradeció por hablar con él, y se fue a la cama. La tarde siguiente, cuando regresó de la escuela, tomó mi brazo y me dijo, «Yo también deseo ser tu amigo». Palabras preciosas. Representaban el reblandecimiento de su corazón, y representaban la obra redentora de Dios a través de mi fracaso. Recuerda, no son tus debilidades las que estorbarán la obra de Dios a través de ti, sino tus ilusiones de fortaleza. ¡Su fortaleza se perfecciona en nuestra debilidad! Señala su fortaleza estando dispuesto a admitir tus debilidades.

  1. Sé un modelo de la oración sin cesar. Haz de la oración una parte regular e importante de la vida familiar. Ora constantemente con tu adolescente. Si te comentan que presentarán un examen difícil, no prometas que orarás por ellos; hazlo inmediatamente allí. Si te comparten que están luchando con una relación, no les digas simplemente como manejar la situación; ora con ellos. Cuando estén saliendo en un viaje familiar o de vacaciones, reúne a la familia y ora. Cuando tu adolescente esté batallando con llevarse bien con sus hermanos, no te entregues a los gritos constantes; siéntante y ora con él. Pregunta a tu adolescente en donde está luchando con dudas, temores, enojos, desánimos y otras tentaciones, y ora con él. Regresa más adelante y dile que has continuado orando y pregúntale cómo van las cosas. Ora, ora, ora, ora. En la vida familiar, hay un millar de oportunidades naturales para orar con y por tu adolescente.
  2. Sé un ejemplo de un hambre de Dios. Permite que tu adolescente vea tu compromiso con el estudio bíblico personal y familiar, con estar regularmente bajo enseñanza de la Palabra de Dios y con estar en un compañerismo y ministerio robusto con el cuerpo de Cristo. Pregúntate, «¿Tengo hambre de Dios y lo pueden ver mis adolescentes?» ¿Eres un modelo de lo que estás tratando de establecer en tus adolescentes?

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