Al estar evaluando a nuestros adolescentes, buscamos una actitud positiva y responsable hacia el trabajo dentro y fuera del hogar. Escuchamos para ver si hay un espíritu quejumbroso, descontento o evasivo con respecto al trabajo. Y buscamos los resultados de una vida laboral disciplinada en nuestros adolescentes (la alabanza de los patrones, la gratitud del líder juvenil por la ayuda del adolescente, una disposición a participar en el trabajo en casa, etc.).

Aplicación de convicciones bíblicas.

Como hemos discutido anteriormente, el adolescente que está madurando erigirá sus propios límites morales. No necesitará un “sermón” para hacer lo que es correcto con la amenaza del castigo como su motivación. Un deseo de hacer lo que es correcto delante de Dios producirá el fruto de la prudencia en su vida. No sentirás que vives con alguien que siempre está acercándose a la orilla del acantilado, o alguien que constantemente está tratando de poner algo encima de ti.

Los adolescentes que viven con convicción demuestran que se puede confiar en ellos. Toman decisiones firmes aun cuando sus padres no están presentes y nunca se enterarán. Tienden a rodearse de otros que hacen lo mismo. Estos adolescentes puede ser que tomen decisiones que sean diferentes a las que tu tomarías, pero no están fuera de los límites puestos por Dios. Después de todo, la meta no es que tus hijos concuerden contigo en cada decisión, sino que sus vidas sean una descripción práctica de sumisión a Dios.

Finalmente, los adolescentes que están viviendo dentro de los límites de Dios no tienden a ser de los que se esconden. No hay razón para esconderse. Lo que desean, deciden y hacen puede hacerse al descubierto porque es consistente con la voluntad de Dios. Les he hecho esta pregunta a mis adolescentes muchas veces: “¿Estás haciendo algo allá afuera de lo que estarías temeroso o avergonzado de hacerlo enfrente de mí?” Esta pregunta puede ser una manera práctica de hacerlos pensar acerca de si están viviendo dentro de los límites establecidos por Dios.

Un espíritu accesible, moldeable y atento. Los adolescentes que están madurando y preparándose para salir del hogar reconocerán la tarea asombrosa que tienen por delante. Desearán toda la ayuda y preparación que puedan obtener. No se mostrarán intolerantes respecto a conversaciones acerca de lo que están haciendo. No se pondrán a la defensiva cuando sus elecciones sean cuestionadas. No se alejarán sin decir palabra ni serán impaciente y contenciosos cuando se les lleve a una discusión. Y no convertirán una discusión amistosa en un debate hostil tan pronto como el tema se trate de su comportamiento y elecciones. Por supuesto, esto es asumiendo que nuestras actitudes e interacciones son las que Dios quiere que sean al relacionarnos con ellos.

Si nos relacionamos con nuestros adolescentes de una manera piadosa, algo estará mal si constantemente sentimos como si estuviéramos caminando por la cuerda floja cuando estén a nuestro alrededor. Los adolescentes maduros son accesibles. Son capaces de recibir instrucción sin pelear. Puedes entrar a su habitación sin sentirte como un intruso inoportuno. Puedes desafiar amorosamente sus pensamientos, decisiones, y acciones, y las discutirán contigo sin enojarse. No sólo permitirán que te acerques, sino que te buscarán para encontrar consejo y sabiduría.

Autoevaluación precisa.

Los adolescentes que están madurando tendrán una perspectiva de sí mismos cada vez más precisa. Tendrán un sentido de sus fortalezas y debilidades que guiará sus elecciones en las relaciones y responsabilidades. Tendrán un sentido creciente de cuando son susceptibles particularmente a la tentación. No se sorprenderán cuando les señales amorosamente una debilidad que necesita ser atendida. No tendrán una de esas reacciones del tipo “¿De qué estás hablando? ¡Nunca hago eso!”. Recibirán tu ayuda porque ya reconocen su debilidad y su necesidad de ayuda.

Una noche me dirigí a la habitación de mi hijo porque había algo de lo que necesitábamos hablar. Toqué a la puerta y el abrió. Le pregunté, “¿Tienes un momento?” Me dijo, “¡Claro que sí! No estaba haciendo nada importante”. Le dije, “Quiero que hablemos de nuestra relación. Ya hace algún tiempo que estoy preocupado con algo y pensé que ya es el tiempo de hablar de ello. Me parece que has estado muy a la defensiva últimamente. Pareces impacientarte cada vez que tratamos de hablar contigo acerca de tus decisiones. No estamos buscando maneras de fastidiarte ni de arruinar tu vida. Te amamos y sólo queremos ser todo lo que Dios quiere que tu seas”.

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