Podríamos empezar por la búsqueda de una visión plenamente bí­blica del mensaje y la misión de Cristo. Un buen lugar para comen­zar esta tarea es con las historias que Jesús contó acerca de «el otro» (prójimo). Empecemos con la historia del hombre rico que invitó a la escoria de la sociedad a su suntuoso banquete después que la élite del momento había rechazado su invitación (Lucas 14:15-24). Meditemos sobre la historia del pastor que deja 99 ovejas para buscar la que se ha perdido (Lucas 15:1)

Descubrámonos a nosotros mismos en la parábola del padre amo­roso que no quiere nada más que reconciliarse con su hijo pródigo (Lucas 15:11-32). En cada una de estas historias, y por sus propias acciones, Jesús nos invita a darle un vistazo al sentir de Dios por «el otro», el de afuera. Los escritos del apóstol Pablo a las iglesias primitivas muestran una compasión similar para los que miran desde afuera a la igle­sia. «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). No te olvides de que alguna vez fuimos «los de afuera», le dice a la iglesia en Roma. A la iglesia en la ciudad de Corinto le escribe en 1 Corintios 5:9-13.

Las instrucciones de Pablo son muy claras, pero resultan difíci­les de aplicar, incluso para los cristianos más devotos y antiguos. La mayoría de nosotros estaríamos más que felices de juzgar a aque­llos que no son «de los nuestros» ¿Qué aspecto tendría la iglesia si tomáramos la amonestación de Pablo en serio y les enseñáramos a nuestros jóvenes a hacer lo mismo?

«Compórtense sabiamente con los que no creen en Cristo, aprovechando al máximo cada momento oportuno», le escribe Pa­blo a la joven iglesia en Colosas. «Que su conversación sea siempre amena y de buen gusto. Así sabrán cómo responder a cada uno» (Colosenses 4:5-6). ¡Qué maravilloso cuadro nos pinta el apóstol con respecto a nuestras responsabilidades como cristianos! Este es un consejo muy bueno sobre cómo vivir nuestra vida. ¿Estamos cultivando tal amable postura hacia los no creyentes y enseñándo­les a los discípulos jóvenes a vivir de esa forma con sabiduría?

Hace un tiempo oí hablar a un grupo de líderes que planea­ban una conferencia a fin de enseñarles a los adolescentes qué decir cuando se enfrentaran a un ateo (frases prefabricadas que los ayu­daran a lidiar con una persona que no creyera en Dios). Recuerdo que en ese momento pensé: ¿«Vete al infierno» estará en esa lista? Si bien este es un ejemplo extremo, el hecho de que esta idea fuera se­riamente considerada evidencia la preferencia de nuestro corazón a aprender lemas hechos por otros, en lugar de vivir con sabiduría y hablando amablemente.

La Escritura también debe ser nuestra guía mientras nos enfrentamos con la singularidad de Cristo y lo que esto significa para la misión de la iglesia. Conozco a un pastor de jóvenes que dirige un estudio de un mes basado en el Evangelio de Juan con su gru­po cada año. Él comenta: «Es muy difícil que la gente lea el libro de Juan y no vea lo que Jesús decía de sí mismo. Él estaba hacien­do una afirmación sobre la realidad de su naturaleza. Incluso mi mejor predicación se queda corta cuando trato de imitar esto. La mejor manera de que los jóvenes aprendan de Cristo es a través de las Escrituras. Esa es la única manera que he encontrado para que cualquiera de nosotros comprenda en verdad la exclusividad del mensaje de Cristo».

ABRAZANDO LA PRÁCTICA

¿Qué métodos utilizamos para ayudar a los adultos jóvenes a en­tender y experimentar el mensaje de Cristo? ¿Qué prácticas pueden ayudarlos a desarrollar su empatía por la misión, llevando a cabo actos de amor hacia los que sufren y no tienen esperanza debido a su propio amor por Cristo? ¿Estamos haciendo del servicio a los que no pertenecen a la iglesia un componente central del discipulado?

Nuestras tradiciones —ricas y variadas— nos pueden ayudar en este sentido. Todos los diferentes trasfondos —ya sean wesleyanos, reformados, ortodoxos, anabaptistas o anglocatólicos— han formulado prácticas misionales que pueden ayudar a la iglesia más amplia a formar a una nueva generación de seguidores de Cristo enfocados en la misión y apasionados por el evangelio. Al compar­tir prácticas y mostrar compañerismo a través de las divisiones denominacionales, rechazamos tanto la exclusión como la tolerancia y podemos aceptarnos como hermanos y hermanas en Cristo.

ABRAZANDO LA EMPATÍA

La próxima generación necesita formas viables, bíblicas y llenas de gracia por medio de las cuales se puedan relacionar con personas que no son creyentes. Por el bien de Cristo y la misión de la iglesia, tenemos que darles mejores herramientas y una teología reflexiva, profunda y practicable. Me gustaría tener sugerencias más fáciles, pero la verdad es que las relaciones son difíciles y complejas. No hay dos iguales. Sin embargo, aprender a amar a los demás con el coraje de nuestras convicciones dadas por Dios es parte del arte de seguir a Cristo. Enseñarles esto a los cristianos jóvenes constituye el arte del discipulado.

Una buena noticia es que la próxima generación tiene más para ofrecer de lo que podríamos imaginar. Creo que muchos de ellos están trabajando en desarrollar una teología práctica y profunda. (Como le pasaba a Taylor, nuestra amiga, que es una joven de die­cinueve años y actualmente estudia en la universidad del pacífico de Seattle). Me encontré con Taylor recientemente en una tienda en nuestra ciudad de Ventura. A medida que hablaba con un amigo, no pude dejar de notar que tenía bordado en su bolso la palabra «empatía». Francamente, sentía curiosidad por la palabra que ella había escogido.

Cuando le pregunté al respecto, Taylor dijo: «La empatía es la capacidad de ver una situación, una emoción, una acción, a través de los ojos de Cristo y del corazón de la otra persona. Cuando tengo empatía, empiezo a entender el amor que Cristo siente por los que sufren y a ver la situación desde su punto de vista. Es una forma de humillarme y poner las necesidades y emociones de los demás antes de la mías».

«¿Pero no te preocupa que algunos cristianos puedan pensar que tu empatía solo significa la aceptación de todas las personas, sin importar lo que hagan?», pregunté.

«Sí, algunas personas me han mirado un poco extraño. Sin em­bargo, la empatía es parte de la naturaleza de Cristo. Es la capacidad de comprender y llevar las cargas de otros. Por ejemplo, tengo una carga fuerte por quienes se ven atrapados en el tráfico sexual. Es un mal que destruye la inocencia de los niños y trata a las mujeres como si fueran menos que polvo. A pesar de que no me puedo iden­tificar ciento por ciento con su situación, es a través de la empatía que soy capaz de darme cuenta del daño interno y la desespera­ción creada por esta esclavitud. En nuestro anhelo de ser más como Cristo, tenemos la oportunidad de imitarlo».

Más allá de la falsa elección entre la exclusión y la tolerancia, ayudemos a la próxima generación a ver las cosas de la forma en que Jesús lo hace.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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